Por: Diego Ruiz Thorrens/ En el departamento de Santander, la violencia contra las mujeres pareciera no conocer límites. Y lo peor, lo más frustrante, es que, con el paso de los días y semanas, una nueva víctima, un nuevo caso, emerge. Esto no debería estar sucediendo, pero sigue y sigue ocurriendo. Los despreciables eventos de últimos días confirman cuán lejos estamos de alcanzar, de cumplir y poner fin a la violencia contra las mujeres. Con dolor debo manifestar que me resisto a pensar que nacer mujer debe significar tener que correr peligro, cualquier tipo de peligro. Pero es así, y al parecer, lo seguirá siendo.
En tan sólo 2 semanas, 3 abominables hechos fueron cubiertos por distintos medios de comunicación, hechos que lograron sacudir con intensidad la raíz misma de la opinión pública tanto de la región como de casi todo el país, ubicando una vez más al departamento de Santander como uno de los más inseguros y peligrosos para muchas mujeres: (1) el bestial ataque y crimen contra la humanidad de la señora Miriam Blanco, (2) el feminicidio de la joven Julieth Álvarez Mejía y (3) el escándalo de abuso y agresión sexual al interior del equipo de atletismo de la ciudad de Bucaramanga, escándalo que ha alcanzado un centenar de reacciones de rechazo y de repudio en todas las redes sociales, reacciones de figuras tanto del deporte nacional, como de muchos sectores políticos, a lo largo y ancho del país.
A los anteriores casos, sumaría un cuarto terrible suceso, y fue el primer feminicidio del año ocurrido en el país, crimen acontecido en el municipio de Floridablanca. Como manifestó indignada Yamile Roncancio Alfonso, directora de Feminicidios de Colombia, en su cuenta de Twitter: “Qué desgracia tan infinita. No van 9 horas del día y del año, y ya llevamos un feminicidio en Floridablanca. El agresor se suicidó. Un día de paz no tenemos”. La doctora Roncancio no exagera. No lo está. Tiene total razón. El peligro que corren muchas mujeres es más real de lo que podemos imaginar.
En menos de 14 días los tres despreciables hechos han demostrado hasta qué punto la sola razón de ser mujer, na/ser mujer, puede significar estar al borde del filo de la navaja, de un posible ataque o ser víctima de la peor de las violencias. Ser mujer, víctima de un delito, pareciera también tener como sinónimos la impunidad, la revictimización y, como siempre ocurre en nuestro país, el posterior olvido. Cuando una mujer es asesinada (por su pareja, su amigo, un familiar, un vecino, un extraño…), la muerte aparece no únicamente para arrebatarle la piel, cada centímetro de ella; lo hace, una y otra vez, cuando no se alcanza la tan anhelada justicia, cuando el cuerpo no presente es revictimizado. Cuando ella, quien ya no podrá defenderse, es lanzada al más oscuro de los abismos de la memoria.
En los dos primeros hechos mencionados (ocurridos sobre la humanidad de la señora Miriam Blanco, y el feminicidio contra Julieth Álvarez) los agresores demostraron hasta dónde se puede elevar el nivel de sevicia y desprecio por la humanidad de la mujer. El cruel asesinato cometido contra la Señora Miriam Blanco logró repercusión nacional debido al alto desprecio de su agresor, un hombre de 70 años, hombre que posteriormente, una vez cometida la barbarie, terminó entregándose a las autoridades.
Pero como siempre sucede con un crimen de tal magnitud, el nombre de la señora Miriam Blanco fue lanzado al olvido tan pronto emergió el aborrecible crimen contra Julieth Álvarez, sumando a la lista de mujeres vilmente asesinadas por parejas, amigos o personas cercanas a la víctima. Feminicidio. Y pronto, el nombre de Julieth también será olvidado, como sucedió con Mariela Moncada, mujer asesinada en la oscuridad de la madrugada del primero de Enero por su compañero, ex policía, llamado Humberto Sandoval.
Sobre los casos de abuso y agresión sexual contra las jóvenes atletas (mujeres que fueron agredidas siendo menores de edad), los aterradores detalles cometidos comenzaron, poco a poco, ser conocidos. Esta denuncia, busca reafirmar un desafortunado hecho que viene siendo visible gracias a la voz y a la valentía de muchas mujeres deportistas alrededor del mundo: ni en los deportes, las mujeres se encuentran a salvo. Esto debe cambiar.
El desespero de los agresores por controlar a sus víctimas, intimidarlas y normalizar, naturalizar la agresión, impide que muchas mujeres comprendan, de buenas a primeras, los sucesos que van aconteciendo y la gravedad de los mismos… hasta que la realidad, siempre implacable, las golpea con fuerza en sus cuerpos. Por esta razón, la valentía de denunciar por parte de las jóvenes deportistas santandereanas es también una de las más duras señales que deben recordarnos cuánto falta por alcanzar y acabar, definitivamente, con la violencia de género.
A pesar que existen rutas de atención contra violencias basadas en género, muchas veces estas rutas no cumplen con su función, haciendo del crimen algo mucho más profundo y doloroso. Considero sumamente necesario que la justicia y todos aquellos que están detrás de estas instituciones actúen, insistentemente, a partir del reconocimiento de los distintos enfoques de género y diversidad sexual para brindar así una mejor respuesta y una mayor seguridad a la víctima, haciéndole sentir que no está sola.
También, considero demasiado importante seguir trabajando en la prevención del delito, formando, educando, transformando positivamente a las nuevas generaciones, brindando las necesarias herramientas que permitan un mayor respeto por las vidas de todas, todas las mujeres. Es necesario continuar trabajando en ello, y por eso, debe existir la más robusta voluntad, tanto social como política, para transformar esta cruenta realidad. Esto es urgente. Ya es hora.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición de Posconflicto de la Escuela Superior de Administración Pública – ESAP Santander
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