Por: Luis Carlos Heredia Ordóñez/ A veces, para entender la política, hay que mirarla como quien revisa un espejo empañado: con paciencia, con algo de humor, y con la esperanza de encontrar algo claro entre tanto gesto borroso. Esta columna nace desde esa necesidad de ver mejor, de leer entre líneas lo que dicen (y lo que callan) nuestros representantes.
La ciudadanía habló, y habló claro. Lo que revelan los resultados de la encuesta publicada por Corrillos, denominada Excellentia Focus Group -Resultados encuesta Dirigentes de Santander no es solo un puñado de porcentajes: es un retrato hablado del ánimo popular. Una radiografía con bisturí emocional, donde algunos diputados salen bien librados, otros apenas logran respirar, y varios deberían empezar a practicar su discurso de despedida.
Según los datos, el 56,2% de los encuestados dice tener una opinión favorable sobre la Asamblea de Santander. Es decir, hay más simpatía que rechazo. Pero no nos engañemos: el 43,8% restante equivale a una silla vacía por cada dos llenas. Y en política, como en las relaciones tóxicas, cuando casi la mitad duda de ti, ya vas perdiendo.
Y, sin embargo, hay un dato que desconcierta —y que nos obliga a mirar con lupa—: el 60,1% de los ciudadanos cree que las cosas en Santander están mejorando. Sí, mejorando. ¿Será que algo está funcionando? ¿O simplemente nos volvimos indulgentes con los errores, porque estamos acostumbrados a lo peor?
La respuesta es menos obvia de lo que parece, pero una cosa es segura: si la percepción es positiva y al mismo tiempo algunos diputados tienen niveles alarmantes de desaprobación, entonces el departamento está mejorando no gracias a ellos, sino a pesar de ellos.
Porque aquí no hay santos ni mártires: hay diputados. Unos que gobiernan, otros que figuran, y no faltan los que, sinceramente, parecen haber sido elegidos por sorteo en una rifa comunitaria.
Comencemos con el más «inolvidable»: Jesús A. Ariza Obregón, campeón absoluto del “no me representa”. Con una desaprobación del 60,6% y una aprobación que no alcanza ni el 35%, uno se pregunta si no estaría más cómodo en una embajada lejana… o en el anonimato. El pueblo, que es sabio cuando quiere, ya lo dijo: “Gracias por participar”.
A su lado, Mario A. Morales F. sigue en la competencia, aunque parece más interesado en sobrevivir que en legislar. 53,2% de desaprobación. Más de la mitad de los encuestados preferiría que no volviera a prender el micrófono. Y, sin embargo, ahí sigue, como ese compañero de trabajo que llega tarde, no hace nada… pero cobra puntual.
Wilson D. Lozano y Giovanni H. Leal Ruiz se mantienen en esa franja peligrosa donde ni aprueban ni indignan. Están, como decía mi abuela, “ni fu ni fa”. Ocupan curul, respiran oxígeno, aprueban cositas, pero nadie recuerda una sola idea suya. Son la definición viva del político invisible: presente en cuerpo, ausente en contenido.
Martín Alonso Gutiérrez y Eduin Vargas Rojas se salvan por poco. Su aprobación apenas roza lo decente. Son como ese café tibio que uno toma porque no hay más: no ofende, pero tampoco enamora. El peligro de su gestión es que, si mañana no se presentan, pocos notarían la diferencia.
Ahora bien, entre tanto bostezo legislativo, hay también luces. Y es justo reconocerlo. Ramón A. Ramírez U. lidera con un 59,4% de aprobación. No sabemos si por mérito propio, buena gestión, o un gran equipo de comunicaciones, pero lo cierto es que su nombre despierta más aplausos que pereza. Detrás vienen Erling D. Jiménez, Camilo A. Torres y Leonardo A. Quintero, todos con índices de aprobación altos. Algo están haciendo bien, o al menos, algo están sabiendo mostrar.
Porque aquí también hay que decirlo claro: en la política moderna no basta con hacer las cosas bien. Hay que hacerlas saber. Y eso implica cercanía, claridad, narrativa, territorio… no solo comunicados de prensa redactados en Word con letra Arial 12.
Entonces, la pregunta es simple: ¿qué carajos hace un diputado? ¿Solo levantar la mano, tomarse fotos con agricultores y aprobar lo que venga del ejecutivo? No, señores. Ser diputado implica liderazgo, vigilancia, denuncia, propuesta.
Implica representar al que no tiene voz y darle forma a lo que la región necesita. Y si para encontrar a uno de ellos en la calle hay que hacer más esfuerzo que para ver un eclipse, entonces algo está terriblemente mal.
Este informe de percepción no es un castigo, es un espejo. Es un análisis que deben tener claro porque, como decía Jaime Garzón:
“Si ustedes los políticos no nos dejan soñar, nosotros no los dejaremos dormir.”
Aquí no se trata de pedir milagros, solo coherencia. Si un diputado no es capaz de conectar con su electorado en tiempos donde todos tenemos un celular en la mano, entonces no merece repetir curul ni media vez. El pueblo ya no come cuento, ni se deja llevar por pancartas de colores. Hoy, el que no escucha, se hunde. Y el que no cambia, se vuelve meme.
Santander merece una Asamblea que piense, que actúe, que provoque conversación. No una sala de espera donde algunos se sientan a mirar el reloj y esperar su siguiente contrato o su pase al gabinete.
Y usted, amable lector, tiene en sus manos más poder del que cree. Observe, cuestione, comparta. Porque al final, los políticos pasan. Lo que queda es la memoria. Y con suerte, también la dignidad.
Y ojo, que esto no va solo para los diputados en la cuerda floja. También es un mensaje para quienes hoy tienen buena imagen: no se duerman en la aprobación. La política es tan volátil como las encuestas mismas, y lo que hoy es palmadita en la espalda, mañana puede ser abucheo digital. El reto no es gustar en junio, sino seguir siendo relevantes en noviembre. El buen político no es el que se acomoda cuando le aplauden, sino el que sigue rindiendo cuentas cuando ya nadie lo mira.
Además, que no se nos olvide: estos resultados no solo deberían preocupar a quienes están sentados en curules, sino también a los partidos que los avalaron. Porque al final, detrás de cada diputado cuestionado hay una colectividad que lo impulsó y una estructura política que lo sostuvo.
Si los partidos siguen entregando avales como si fueran tiquetes de rifas, el precio lo terminará pagando la democracia. Y ahí sí, ni el mejor community manager podrá salvarlos del juicio implacable de la opinión pública.
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*Tecnólogo ambiental, ingeniero ambiental.
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