Por: Óscar Prada/ Tras su muerte, los medios han remembrado su vida en detalle, enfatizando su pasado como militante guerrillero, su purga en prisión y su llegada a la Residencia Suárez, como presidente de Uruguay entre los años 2010 y 2015.
Lo de arriba es historia; más bien vale preguntar ¿Cómo es posible que una persona tan cotidiana recibiera tanto reconocimiento como líder político?
Sencillamente su trasegar en la política fue excepcional, al desmarcarse de las fórmulas de manual y rituales protocolarios. No se esforzó en gustar, sin nadar en la arrogancia; paradójicamente aquello le dio distinción.
Más que un político, fue un filósofo práctico. Su proeza consistió en mantener la brújula encendida en un laberinto de ideales imposibles; encuadrando sus ideas con una profunda mirada realista de la sociedad.
Disruptivo en su gobierno al instar reformas como: la despenalización del aborto, el matrimonio entre parejas del mismo sexo y la regulación de la marihuana en su uso y producción. Lo anterior, lo perfiló como un referente mundial en la búsqueda de soluciones a las problemáticas de a pie en la década pasada.
Lo que impresiona es el manejo que Pepe le dio a su popularidad, pues lejos de creerse dueño de la verdad y embriagarse en el elixir del poder; su vivir fue consecuente con la austeridad y la solidaridad que profesaba.
Un hombre de contrastes: ateo, pero con una sorprendente similitud con el extinto papa Francisco. Entre ambos hubo una admiración mutua, y un compartir desde el desprendimiento y la compasión; siendo más las cosas que los unían que las que los separaban.
En sus últimas entrevistas, y en medio de su lucha contra el cáncer; su visión de la actualidad fue más profunda y paradójicamente más serena.
Haciendo alusión a la necesidad de vivir bajo una causa, mas no por inercia; definió el éxito de la vida misma en una frase memorable: “Triunfar en la vida no es ganar. Triunfar en la vida es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae”.
Como crítico del capitalismo, no se enfrascó en la tesis de la destrucción del mismo; reconciliando unas leyes del mercado que fuesen cooperantes con la justicia social. Enarboló una redistribución de la riqueza sin cataclismos económicos.
Condenó con fuerza la cultura basada en el materialismo y el gastar en exceso, como causantes de la depredación del planeta, y acentuadores de las desigualdades sociales.
Señalaba la confusión del ser con el tener, como el éxito del capitalismo que diluye la introspección humana; reemplazando el sentido de la vida con un falso progreso que se paga en cuotas. En pocas palabras, la cosificación de la humanidad al servicio del mercado.
Mencionaba una inquietante contradicción: si bien los seres vivos estamos condenados a la muerte, pero programados para luchar por la vida; la humanidad se empecina en caminar hacia su propia destrucción como especie.
No dudó en reprochar a los alfiles del negacionismo del cambio climático, encabezados por los presidentes Trump y Milei, quienes representan el estancamiento de la evolución de la humanidad como un todo.
Consciente que la búsqueda de ayudas y mejores condiciones a los que menos tienen; reconoció el papel fundamental de las personas más acaudaladas en la construcción de una economía próspera.
Sin embargo, defendía la protección de los niños de las clases marginadas, no desde un pensar solidario; sino de conveniencia social para construir un futuro medianamente viable.
Pepe Mujica es una figura difícil de etiquetar, un filósofo adelantado a su tiempo. Admirado por muchos, pero no emulado en la humildad de su vivir. Una pieza incomprendida que no encajará hasta que todo el rompecabezas esté armado. Bien lo decía: “Yo soy un sembrador que algún día me darán la razón, pero me temo que sea demasiado tarde”.
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*Estudiante de Derecho
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