Por: Óscar Prada/ ¿Tan rápido?, ¿de verdad?, nuevamente un año que se va; la nochevieja, las emociones encontradas; pero especialmente los propósitos de inicio de año, hacen parte de los reiterados rituales del nuevo 2022.
Las nuevas metas por cumplir después de un autoexamen a medias, tratan de equilibrar la balanza inclinada por los kilos de sobrepeso de las realidades incumplidas del año pasado.
Desde comenzar el gimnasio en enero para no volver en febrero, hasta intentar aportar una transformación en el rumbo político del país, son algunos propósitos que aspiran el colectivo nacional en este nuevo ciclo.
El inicio del cambio comienza en el propio pensamiento; sin embargo, hacer verdadera conciencia de ello, depende del estilo de cada quien, y en eso ultimo hay tela de donde cortar.
Lo típico como: pagar una mensualidad sin asistencia; hacer la misma vieja dieta sin resultados; votar por los mismos; conservar el mismo pensamiento sin fundamentación alguna; y dar por cierto el adagio: “para donde va Vicente, va la gente”; sencillamente, ¿qué espíritu de cambio puede albergar lo enunciado?
“Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”; la afamada frase del científico Albert Einstein, enuncia un postulado simple, pero espantosamente profundo.
Si los seres humanos son de pensamiento cambiante; con mayor razón la sociedad también lo es; por ello, el pecar por confianza con aquello que se da por seguro y cierto socialmente, suele ser el “error invisible”, que echa a perder el cambio real a nivel social y personal.
Una verdadera transformación no parte del pensamiento por el solo hecho de imaginarla; más bien nace a causa del cambio de mentalidad, como reformador por excelencia de las ideas incuestionables con ínfulas de “verdades absolutas”.
El inconsciente traiciona a los individuos, y por ello usualmente las personas sienten incomodidad y molestia con aires de cólera, cuando de cuestionar sus “verdades intocables” se trata.
“Es que definitivamente no me queda tiempo”, “¡no lo dejare!, no puedo comer otra cosa”, “ese candidato es la única esperanza”, “si aquel gana, seremos la segunda V…”
La mente individual, muy rebelde y cómoda en el “sofá”, de la zona de confort, se niega a moverse lanzando insultos sin razón al verdadero cambio que la agobia.
En épocas donde los balances del año pasado se convierten en indeseables; contrasta la verdad que descose los remiendos propios de las excusas sin fundamento.
Como reiteradamente se ha mencionado en ocasiones anteriores, la aceptación del problema es el primer paso para cambiar, y la propia verdad es aquella lámpara que ilumina el problema.
Aceptar equivocarse es difícil de asumir, y por ello es más sencillo mentir para esconder la terquedad reinante. El asumir la culpa de obrar equivocadamente esperando con terquedad irracional un cambio milagroso después de mucho tiempo perdido, ¡es verdejamente difícil, para todos los ámbitos de la vida!
Un cambio sin verdad, no es un verdadero cambio. Para transformar las realidades se necesita sin duda el ingrediente de la verdad, y aquella verdad a veces resulta difícil mirarla a los ojos, por lo incomoda que puede llegar a ser.
Frases célebres como: “Sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa”.[1] “La verdad es hija del tiempo, no de la autoridad.”[2], funcionan como anillo al dedo para la reflexión final.
En el caso político colombiano aquellos que asumen con autoridad tener la verdad plena; al igual que aquellos que dicen lo mismo, pero oponiéndose a los primeros; conforman dos posturas tan contrarias como equívocas; simplemente porque ninguna verdad es absoluta.
Aplazar aquello que incomoda, creyendo ciegamente que “dejándolo así” es la mejor opción para cambiar lo inamovible, es quizás la verdad más mentirosa que la sociedad autoriza con “autentica” devoción.
Asumir la realidad, en verdad es el auténtico inicio del cambio que se desea.
Por un feliz 2022 de verdad.
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)
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[1] Frase de André Maurois (1885-1967) Novelista y ensayista francés.
[2] Frase de Sir Francis Bacon.