Por: Pedro Bernard Sarqués Plata/ En los rincones digitales del mundo contemporáneo, las redes sociales se han formado como una especie de espejo que refleja no solo nuestras vidas, sino también nuestras ambiciones y desafíos. En esta era de likes y reposteos, la historia de Amelia Pérez y su frustrada aspiración a ser Fiscal General de la Nación en Colombia ofrece una lección magistral sobre cómo las acciones en línea, incluso de aquellos más cercanos, pueden cambiar el curso de nuestras vidas.
El show de la vida pública en tiempo real
Imaginen, queridos lectores, el escenario político donde cada paso es seguido por miles de ojos ávidos de drama y controversia. En este teatro digital, la Dra. Pérez había tejido cuidadosamente su carrera, acumulando logros y méritos dignos de admiración. Sin embargo, como en toda buena obra, siempre hay un factor sorpresa: su esposo, un entusiasta de las discusiones políticas en las redes sociales, tenía la peculiar costumbre de lanzar trinos incendiarios a diestra y siniestra.
El Esposo “Twitstar” en muchos de sus trinos (hoy resposteos por cambiar la red social a X) de opinión, el señor Gregorio no solo era polémico, sino que además caían como meteoritos en la tranquila trayectoria de su esposa hacia la Fiscalía General. Desde debates sobre mentiras dichas por periodistas reconocidos hasta discusiones sobre corrupción, el buen señor no se guardaba nada, y mucho menos pensaba en las posibles consecuencias para la carrera de su amada esposa. No valió de nada el que saliera unos días antes de la elección a disculparse ante la opinión pública, porque el daño ya estaba ocasionado.
El poder de la percepción pública y los likes indeseados
Como bien sabemos, en las redes sociales el impacto no se mide solo en likes y shares, sino también en el peso que esos comentarios virtuales tienen en la percepción pública. Los votantes potenciales, esos jueces implacables de la vida política, empezaron a cuestionar la idoneidad de la Dra. Pérez basándose no en sus méritos, sino en las opiniones digitales de su esposo. ¿Justo? Quizás no. ¿Real? Absolutamente.
Las redes sociales son una “Montaña Rusa” de la reputación, algunas veces puedes estar arriba y disfrutar la vista y ante una mala opinión te hacen bajar vertiginosamente palideciendo tu vida.
En el caso de Pérez, la montaña rusa emocional estaba en su punto más alto mientras su esposo desconocía que sus opiniones en redes sociales eran ajenas a ella. ¿Podría ella separar su vida profesional de las redes sociales y de las de su esposo? La respuesta, queridos lectores, ya estaba escrita para todos en el espacio digital.
La lección
¿Y qué podemos aprender de este episodio, aparte de la habilidad de algunos esposos para meter la pata digitalmente? La prudencia en línea se vuelve tan esencial como una buena campaña política. Piensa antes de publicar algo en redes sociales, sé consciente del impacto de tus palabras y, por el amor de todos los followers, mantén las discusiones familiares lejos del timeline público.
En este relato de tweets y oportunidades perdidas, la historia de Amelia Pérez nos recuerda que, en las redes sociales, como en la vida misma, cada acción cuenta. Las palabras escritas en código binario tienen el poder de construir o destruir reputaciones, y navegar ese terreno digital requiere no solo habilidad técnica, sino también un buen sentido común y una pizca de prudencia matrimonial. Es claro que Amelia Pérez perdió la oportunidad de ser Fiscal General de la Nación por acciones ajenas a ella pero no de su entorno familiar, representados en acciones de su esposo que no cayeron bien en la opinión publica ni en la de los magistrados que la estudiaban.
En fin, queridos lectores, la próxima vez que se sientan tentados a publicar algo controversial, recuerden la historia de la Dra. Pérez y su esposo. Y si no pueden contenerse, al menos cambien la contraseña del wifi antes de hacerlo. La vida pública y privada agradecerán el gesto.
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*Ingeniero de Sistemas, director de proyectos de innovación tecnológica.
Excelente reflexión que invita a la prudencia y recato, cuando de publicar en redes sociales aspectos inherentes a la vida privada o de trascendencia social se trata, y más aún cuando están en juego aspiraciones particulares que exigen la aplicación de las aludidas virtudes. Felicitación al columnista que plasma en su escrito la realidad de quienes son presa fácil de esa adicción
twetera, que perturba la claridad mental a la hora de hacer pública su consideración, acerca de asuntos que tocan nuestra sociedad dentro de la cual nos hallamos inmersos y que como en el caso de marras se convierten en bumerán que aniquilan opciones.