Por: Yessica Molina Medina/ Según el filósofo Jean-Jacques Rousseau, el Estado es fruto de un contrato social: los individuos ceden ciertas libertades para que aquel actúe y evite que los miembros de una sociedad se destruyan por medio de la violencia. Con base en esta tesis, el bienestar general puede depender del Estado, de los controles que ejecute, de las oportunidades que les ofrezca a sus ciudadanos.
Ninguna nación es perfecta, como no lo es nada humano. A pesar de las dificultades y deficiencias, Colombia es un país que ofrece oportunidades. Ejemplo de ello es el SENA, sistema educativo que brinda educación gratuita desde hace décadas. En 2017, para no ir muy lejos y a manera de ejemplo, capacitó a 1,3 millones de aprendices y acaba de lanzar una oferta de 55.000 cupos nuevos para más de 230 programas académicos. Ahora bien, es cierto que vivimos en un país, también, profundamente desigual: según cifras del DANE, en 2019, 8,56 millones de personas estaban bajo la línea de la pobreza. No se puede negar: una cantidad muy alta.
Pero esta realidad, más que un problema de oportunidades (como ya lo insinué), es consecuencia de una sociedad profundamente indisciplinada y facilista (y sé que las generalizaciones son peligrosas e imprecisas). El subdesarrollo está, primero que todo, en la mentalidad. Esta, reitero, suele ser facilista, aperezada, cómoda, una que espera recibir en vez de actuar. Una mentalidad que ha llevado a muchos a desechar oportunidades, a no optar por la educación.
Y he aquí: la educación es la más grande y firme de las oportunidades para salir de la pobreza y, con ello, del subdesarrollo. ¿Quién debe incentivar la educación? ¿Quién debe conducir a nuestros jóvenes, especialmente, a capacitarse, a formarse para desempeñar un rol social que les permita vivir cómoda y dignamente? Pues bien, la familia es la protagonista, el ejemplo de los padres. Padres honrados hacen hijos honrados. Padres deshonestos hacen corruptos, parias que irán por el camino fácil (camino que tanto daño nos ha hecho).
La culpa no siempre es del Estado. No siempre es del gobernante de turno. Las culpas, de hecho, son individuales: somos fabricantes de nuestro destino. En este orden de ideas, la familia debe asumir su responsabilidad como protagonista y constructora de la sociedad. Y formar a los ciudadanos empoderados que Colombia necesita, personas dueñas de su propio destino, disciplinadas y capaces de labrar su futuro, que elijan el camino “difícil” de la educación y de la construcción de su entorno. Conozco tantas buenas personas que salieron adelante a pesar de haber nacido en entornos de escasos recursos, aparentemente sin oportunidades.
Así y solo así lograremos reducir efectivamente las injusticias sociales y hacer de Colombia un país más equitativo. La experiencia mundial ha mostrado que la solución no está en que el Gobierno ofrezca subsidios y ya. La verdadera oportunidad está en la educación. Claro: el Estado tendrá que ampliar siempre su oferta educativa. Por eso, su Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA) no deja de crecer. De suerte que llegue el día en que todo colombiano que quiera capacitarse y cumplir sus sueños encuentre allí una puerta abierta.
Los seres humanos nos empezamos a formar, desde nuestros propios criterios.
*Master en comunicación estratégica, profesional Comunicadora Social- Periodista, asesora política y relacionamiento público y experta en marketing político.
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