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Opinión

Raíces

CORRILLOS
Última actualización: 2020/04/26 at 1:27 AM
CORRILLOS hace 5 años
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Por: César Mauricio Olaya/ “La historia de una vida, es esa vida, que a la larga solo existe en la medida en que hay un alguien que la cuenta y un alguien que la escucha”: Laura Restrepo en Hot Sur.

En estos días de confinamiento, muchas puertas se abren en el ánimo y el espíritu de las personas, seguramente impulsado por una necesidad intrínseca de dejar ese testimonio de paso por la vida, de buscar quien escuche nuestra historia y ojalá quien la escriba.

En las épocas de reyes, señores feudales y Papas, con un poder cercano al que aseguraban representar, existía un grupo cercano a esos anillos dominates, cuya única misión era asegurar la eternidad de la memoria de su patrón. Unos la escribían y otros, los artistas, tenían la delicada misión de plasmarla en las telas.

Sin uno u otro, evidentemente con la debida cuota de adecuación a los intereses o caprichos de sus clientes, hoy serían menos que un cuento de esos que precisamente por estos días, el máximo representante de la cuentería local, el maestro Pacho Centeno, recrea en su locuaz parla, a la manera de hechos y conversas que de voz en voz, viajaron de generación en generación, sin alcanzar la categoría de los dueños del poder, pero no por ellos, huérfanos de la riqueza profunda que les cubre el saber popular.

Impulsado por esa inquietud que brota en medio del tiempo sin tiempos al que nos estamos adaptando a la fuerza, recordé de un trabajo que venía realizando un primo hermano, en el intento por construir la historia de nuestro apellido, a partir de la búsqueda de documentos, libros notariales, registros bautismales y no sé cuántos anaqueles guardados entre polvo y telaraña, quizá permaneciendo a la espera de que por alguna razón, se esculcara en sus letras, por cierto de muy alta calidad caligráfica, como mandaba la ley que regía a quien cumplía la tarea de escribiente.

Como la tarea del primo, válida desde todas las perspectivas, se centraba en la historia de los últimos cien años de nuestro apellido, mi memoria aliada de las mil formas de palear el paso de las horas, revivió un referente que alguna vez encontrara entre las páginas de un libro de crónicas de indias, que su autor Juan Rodríguez Frayle, escribiera hacia el año de 1638 y que titulara El Carnero.

La obra que data sobre distintos aconteceres del diario vivir en la Santafé de Bogotá de los tiempos de fundación, recuerda los personajes de los hombres que acompañaron a Jiménez de Quezada en su periplo tras la búsqueda del llamado Dorado que a la postre, fue determinante en la fundación de las ciudades que abrieron la puerta al periodo colonial de nuestra historia.

Entre sus páginas, el autor cita al capitán Don Antonio de Olalla (sic), que como premio a su aporte en las tareas de la conquista, recibió de parte del Adelantado Don Alfonso Luis de Lugo la Encomienda de Bogotá, lo que lo convertiría en uno de los más acaudalados señores de la región. Páginas adelante, narra su fastuosa boda con la señora María de Urrego, perteneciente a la nobleza de Portugal. El Capitán Olalla acompaña nuevas lides conquistadoras en compañía del general Nicolás de Federmán y en una de las tantas vueltas por territorios sin geografías definidas, asegura la crónica que un sitio que a la postre se llamaría Salto de Olalla, el conquistador sufrió una aparatosa caída que terminó en la fractura de una de sus piernas, por lo que a partir del impase, pasaría a conocerse como el “cojo” Olalla.

Dos hijos tuvo el que luego sería un comerciante de telas de Santafé de Bogotá: Bartolomé de Olalla quien moriría muy joven sin dejar descendencia y Jerónima Olalla, madre de Nicolás quien llegaría a ser gobernador de Santa Marta y Corregidor Mayor de Quito. Su última residencia fue la ciudad de Marequita (sic), pueblo tolimense donde habrían de converger años más tarde, un importante número de miembros de la Olayada proveniente de los pueblos santandereanos de Oiba, Guadalupe y Zapatoca.

Divagaciones y ocurrencias que surgen como he dicho, en el marco de esta condición a la que nos vimos abocados, inmersos en una tormenta a la quizá sobrevivamos, la que quizá como dijo el escritor japonés Haruki Murakami, algún día termine, teniendo la certeza de que cuando esto suceda y salgamos de ella, no seremos los mismos navegantes que antes desandábamos los mares, con alguna certeza de que siempre encontraríamos un faro que llevara nuestras vidas a un buen puerto.

Hay muchos anaqueles por abrir, Cajas de Pandora por sorprendernos, bibliotecas que claman que volvamos a ellas, llamadas por hacer, conversaciones pendientes, directorios que alguna vez se cerraron pero que reclaman por ser vueltos a tener presentes. Raíces que no encontraron el abono debido y que hoy bregan por sostener el peso que creció sin el sostén requerido, mostrando su fragilidad en estos tiempos de incertidumbre.

Hoy no es posible volver al parque, no hay prisa por cumplir un horario, la virtualidad comienza a ser parte de nuestra cotidianidad que ya no está afuera. Imágenes de animales regresando a sus espacios naturales, ríos y mares mostrando sus aguas limpias y diáfanas, corroborando que nosotros necesitamos de la natura y no ella de nosotros.

Las raíces están a la vista.

*Fotógrafo.

Twitter: @maurobucaro

Instagram: @maurobucaro

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ETIQUETADO: Cesar Mauricio Olaya, Cultura
CORRILLOS abril 26, 2020 abril 26, 2020
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