Por: Alex Bayona Castillo/ El incendio del Amazonas ha sido la noticia más lamentable en los últimos años para toda la población mundial; pues si bien es cierto que esta selva es compartida por nueve países; su cuidado y conservación les compete a todas las naciones por albergar 1/3 de la biodiversidad, absorber un 10% del dióxido de carbono y proveer un 20% del oxígeno del globo terráqueo.
Una mezcla de emociones y el sentido de “impotencia” arropó a millones de personas que desde diferentes lugares manifestaron la preocupación, tristeza y solidaridad con lo sucedido en los pulmones de la tierra.
Personajes de la farándula, grandes exponentes de la academia, de la ciencia, de la política, de ONG’S entre otros, se han expresado. Miles de ideas han surgido, planes de prevención y hasta señalamientos conspiradores contra el gobierno de Jair Bolsonaro han alimentado las redes sociales.
Con hashtags #PrayForAmazonas #PrayForAmazonía y demás, los millones de usuarios de redes sociales se han sumado a mensajes de solidaridad y apoyo a los afectados por esta catástrofe; sin embargo, ¿qué tan efectivo puede resultar esta indignación masiva, electrónica y digital?
Si esto se tratara de una encuesta política, socio económica o una muestra de marketing; sería interesante el análisis de estas reacciones; pero lamentablemente mientras solo se comparten fotos y más hashtags, la selva sigue ardiendo frente a millones de personas tras un dispositivo. Simultáneamente los gobiernos utilizan “palabras bonitas” mientras mal gastan tiempo tras escritorios diplomáticos.
La humanidad no se incendió desde que el Amazonas empezó a arder; la humanidad se empezó a incendiar y muy posiblemente a “asfixiar” desde el primer momento que perdimos el respeto por nuestra madre tierra. Desde el momento que pensamos en extraer el oro de la tierra que estaba guardado en bóvedas naturales con vigilancia de dioses (el caso de los indígenas) para llevarlo a bóvedas artificiales donde se mostrara el poder económico y de riqueza de naciones.
La humanidad empezó a arder desde que preferimos dañar los humedales para construir viviendas, vías y demás. Todos seguimos asfixiándonos cuando respiramos el combustible fósil que después de extraído (ahora con miras de hacerlo con fracking) es distribuido por cientos de vehículos que compiten por mayor cilindraje y potencia sin medir impacto.
La humanidad se sigue calentando; desde el momento que siguen desapareciendo nuestros nevados y glaciales como producto del calentamiento global, que no es más que un mal gasto en recursos naturales e insumos innecesarios.
No es un tema de ahora; no es “una moda actual” como llaman algunos; es un hecho lamentable que se suma a un montón de crímenes ambientales que se cometen a diario. Un hecho que lastima a la biodiversidad vulnerable que soporta y carga con el peso de una humanidad irresponsable.
Y en este punto podríamos culpar a los gobiernos, incluso a los que gobernaron en décadas pasadas; podríamos culpar a los irresponsables de las bombas atómicas de Nagasaki e Hiroshima por explotar y contaminar nuestro mundo. Podríamos culpar a la extinta Unión Soviética por el caso de Chernóbil donde un “accidente” nuclear generó un histórico desastre natural.
En Colombia podríamos seguir rotando la bola y apuntar a los gobiernos nacionales; por la fumigación con glifosato, por la aprobación de licencias ambientales en humedales y páramos.
Todo esto se podría hacer también a través del “rechazo digital” en redes sociales; desde la comodidad de nuestra casa mediante nuestro celular, pc o tablet, mientras vemos la televisión y las luces de nuestro hogar iluminan más de lo necesario.
Otros más activos saldrán a marchar por los páramos, mediante plantones y protestas legales y constitucionales para exigir a los gobiernos la protección de áreas de reservas ambientales; todo esto mientras el día caluroso es la excusa perfecta para consumir miles de litros de agua envasada en botellas, bolsas y hasta con pitillos desechables. En otros escenarios los “grafitis ilegales” y el vandalismo hace necesario una jornada de limpieza y aseo para poner en orden las calles (más litros de agua e insumos para limpiar calles, paredes y demás).
Los líderes o “doctores” políticos ensamblarán libretos sensibles y populistas para que no solo calmen el incendio natural, sino que alimenten y siembren nuevas cosechas políticas futuras. Todo esto mientras se transportan en vehículos y esquemas de seguridad que consumen miles de galones de diésel para transportar a unos pocos.
Esto nos ubica en un nuevo perfil; estamos en la época del bipolarismo ecológico; por un lado, queremos que alguien (que no sea cada uno) de solución a los mega problemas ambientales para garantizar futuro y dignidad a la humanidad; pero por otro lado no evaluamos lo verdaderamente necesario para nuestra existencia y nos llenamos de cosas y más cosas para satisfacer no solo aspectos innecesarios sino caprichos humanos.
Esta hipocresía ambiental está presente cada día, cada minuto, cada segundo en cada uno de nosotros. Cuando el agua rueda gota a gota; cuando son más los dispositivos electrónicos conectados que los ojos que los puedan ver. Cuando las autopistas colapsan de automóviles que transportan a conductores solitarios, mientras los motores queman minutos de vida de la humanidad en la tierra.
Una hipocresía que parece ser aceptada por cada uno de nosotros, en una rutina que es causal de muchas excusas para no salvar verdaderamente al Amazonas, a los páramos, los glaciales, la fauna, la flora y todo lo que esta madre tierra nos ha proveído y hemos mal gastado.
Así que es tiempo de dar vida a los hashtags #PrayForAmazonas #PrayForAmazonía desde nuestras casas, desde nuestras familias. El cuidado del planeta es labor y deber de todos.
No es el momento de seguir buscando responsables y evadiendo nuestra responsabilidad y compromiso.
Manos a la obra y apaguemos este incendio que consume la humanidad.
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