Por: Diego Ruiz Thorrens/ “Urge reabrir la Casa Búho en Bucaramanga”, fue el titular que hace pocos días encabezó el editorial de unos de los periódicos más importantes del nororiente colombiano que “denunció” el cierre de la primera guardería comunitaria de la ciudad de Bucaramanga, lugar donde “acudían decenas de personas para que, gratuitamente, sus hijos, además de protección y buen trato, (y) pudieran recibir alimentación, recreación y educación”.
Párrafo seguido, el medio menciona: “Esta Casa Búho, fue la primera guardería comunitaria que existió en Bucaramanga, abierta al final de varios años de lucha de mujeres que pusieron en la primera prioridad a sus hijos más pequeños (…) Párrafo seguido, emerge una información que, para una persona (como yo) que conoce la historia de la casa “búho”, son parciales e incorrectos, que moldean un relato que no es del todo cierto: “menores (…) que estaban quedando solos en cuartos o residencias compartidas, mientras ellas, salían a ejercer como trabajadoras sexuales durante las noches o que, incluso, debían mantener a su lado, mientras desempeñaban su oficio.”
Pero, si bien el origen de la idea y las impulsoras iniciales del programa fueron trabajadoras sexuales (…)”, aquí corto el párrafo extraído del editorial debido a que, si bien es cierto que algunas de las promotoras e impulsadoras fueron (primeramente) las mujeres trabajadoras sexuales, la población LGBTIQ también hizo parte de este importante proyecto comunitario, en especial, las lideresas de la población trans de la época y pocos hombres (solo dos) de la población gay de Bucaramanga.
La casa “Luz de Fátima”
Iré por partes: La historia de la “casa búho” (nombre que llegó con los años y que remplazó el de “Luz de Fátima”) nació como un sueño que tuvimos varias personas de la época y que, para el 2014 (dos años antes de la llegada de Rodolfo Hernández a la Alcaldía de Bucaramanga), alcanzó a ser brevemente materializado y cerrado (varias veces) debido a la falta de recursos, apoyos, de acompañamiento técnico y, principalmente, de interés social y político. Más específicamente, de interés por los hijos e hijas de las trabajadoras sexuales.
La primera versión de la casa búho, administrada por la mismísima Fátima Bacca (Q. E. P. D.), lideresa de las trabajadoras sexuales, estuvo ubicada cerca a las residencias de la calle 31 entre carreras 17 y 18, lugar conocido como “zona caliente”, donde muchas personas pernoctan pagando “día a día” por una habitación, logrando ser un verdadero salvavidas para más de 50 niños y niños. Esta casa se mantuvo con “las uñas”, o como decía la misma Fátima, “arañando aquí y allá”.
Fátima Bacca luchó, hasta el último instante de su vida, porque la prioridad de la casa búho fuesen los hijos e hijas de las trabajadoras sexuales, y esto tiene su explicación. Los hijos de las mujeres trabajadoras sexuales (y de las mujeres trans, luego ya llegaré a este punto) continuaban siendo excluidos social, cultural e institucionalmente. “Diego, ¿Cuentan los niños, todos los niños, con los mismos derechos? No. Dejémonos de pendejadas que tanto usted como yo sabemos que esto no es cierto. Eso no así”, me repitió varias veces Fátima Bacca. Tristemente, así existan sectores que digan o afirmen que esto no es cierto, en la práctica, la realidad sigue siendo es esa.
Pero, ¿Dónde entra la población LGBTIQ en el relato? Aquí es donde la historia se difumina hasta el punto de hacerse invisible. Me explico: a lo largo de los años, muchas mujeres trans han conformado lo que conocemos como “familias sociales”, núcleos compuestos por personas que, a pesar no contar con lazos sanguíneos, se unen para cuidarse y protegerse de la violencia, donde la “Madre” garantiza que nada ni nadie afecte a su nueva familia.
Estas familias, también han acogido en su seno a menores de edad que han aprendido a la brava lo que significar la exclusión, muchos de ellos y ellas, arrojados a la calle por sus padres biológicos; otros, que fueron víctimas de violencia sexual y huyeron del dolor y el horror al interior de sus propios hogares, logrando contar con la suerte de ser acogidos y protegidos por estas mujeres que la sociedad tanto desprecia y atropella.
Algunos menores llegaron a estas mujeres siendo bebés, y fueron recibidos con el amor incondicional que todo niño y niña merece. Estas fueron las mujeres trans que también impulsaron la necesidad de una “casa albergue” y que confiaron a sus hijos e hijas ciegamente a “Luz de Fátima”, organización que nació fruto de la lucha de Fática Bacca por la defensa de los derechos de las trabajadoras sexuales y sus hijos pero que, tristemente, desapareció con la muerte de su fundadora.
Solo dos hombres acompañamos a Fátima en una aventura que, a su vez, fue compartida por más mujeres de la calle (incluyendo mujeres en habitabilidad de calle y mujeres con problemas de sustancias psicoactivas), mujeres que, aun en la actualidad, prefieren sacrificar su alimento para dar de comer a los suyos; que aun venden sus cuerpos porque no existen oportunidades laborales para ellas; que continúan sufriendo los atropellos y violencias de una sociedad que las estigmatiza, las persigue y señala.
¿Por qué decido compartir esta parte de la historia para nada conocida de la “casa de búho”? Porque el sueño de las mujeres trabajadoras sexuales, las mujeres que viven de la informalidad y las mujeres trans que son madres solteras, nunca fue la de una “casa búho” apartada a sus sitios de trabajo. Muchas y muchos soñamos con un sitio ubicado en la zona centro de la ciudad.
Recordemos: En la administración del ingeniero Hernández (2016 – 2019) incesantemente manifestamos que el sitio ideal para las mujeres y sus hijas e hijos era el Centro Cultural del Oriente. Fueron 3 años y medio de un gobierno con avances nulos y respuestas evasivas, a tal punto que el mismo Hernández, tan preocupado y afanoso por sacar adelante el proyecto, finalmente no hizo nada.
Fue el Gobierno Cárdenas, mandatario saliente, quien apostó por satisfacer y resarcir la deuda colectiva, y que a pesar de la distancia del sitio (ninguno de nosotros soñamos con una casa que fuese a quedar sobre la carrera 27, es decir, 8 cuadras más arriba del lugar anhelado) finalmente se materializó cumpliendo su objetivo.
Sí, la casa búho cerró y también esperamos que sea temporalmente dado el servicio especial que presta. Y esto continuará ocurriendo mientras se cierra un periodo y entra el siguiente. Al igual que cerró la casa búho, también cerraron el Centro Integral de la Mujer y los programas para el apoyo a poblaciones vulnerables, entre ellas, el programa LGBTIQ.
Ojalá el gobierno Beltrán impulse alianzas con cooperantes internacionales para que no existan quejas porque la casa búho o los programas de asistencia social fueron interrumpidos.
Y ojalá este tipo de “denuncias” también cobijen a otras poblaciones que salen afectados con el cierre de los programas sociales municipales, entre ellos, los que apoyan a la población LGBTIQ. No olvidemos que aún quedan deudas pendientes con quienes cimentaron lo que conocemos como la “casa búho”: las mujeres trabajadoras sexuales.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Transición del Posconflicto – ESAP Santander.
X: @DiegoR_Thorrens