Por: Ruth Stella Catalina Muñoz Serrano/ El terror para expresarse se sembró y las generaciones actuales, han dislocado el compromiso colectivo con el vivir, siendo incomodo hablar de suicidio, depresión, ansiedad y el silencio ha sido la opción bajo la que muchos seguimos prefiriendo actuar.
Por muchas razones sucede así, sin embargo, las cifras en Colombia no dejan de aumentar, de acuerdo con las estadísticas mencionadas por Medicina Legal, un aproximado de 15.791 suicidios registrados entre los años 2019 y 2024, siendo el promedio de 3000 casos por año, entre las edades en las que mas se registra el suceso es de los 15 a los 29 años.
Por lo que las generaciones que estamos cultivando tienen un desasosiego relacionado con el sentido de vivir, la presión social de ser, la necesidad de aislarse, los problemas familiares sin resolverse, de pareja, economía y escolares, aquejan el día a día.
Parece que entonces las formas de afrontamiento enseñadas de generación en generación, siguen siendo la evasión, el trabajo, pero no el afrontamiento de las emociones y cuando llega el encuentro con la vulnerabilidad, que es apenas parte de la naturaleza del ser humano, entonces el cuerpo se aterra aún más, por vivir ese episodio, lo mas extraño, es que nos acostumbramos a vivir en hipervigilancia y alerta, sin mas nunca poder descansar; todo lo anterior revela fallas no solo en nuestro sistema social, en las formas en que nos cuidamos y enseñamos a otros a cuidarse, fallas en el sistema de salud y por supuesto, en sentir que es un asunto comunitario.
Es necesario decirlo, la prevención no se da en los hospitales, de hecho, en Bucaramanga especialmente ya no cabe una persona más; si la prevención iniciara desde la cotidianidad, con pequeños espacios de conversación que develan la vulnerabilidad, sin ser juzgados y donde la persona pueda expresar sin culpa de por medio, porque es justamente la forma de expresarnos que ha sido señalada.
Es verdad que mi propia verdad no puede herir al otro, que lo que yo expreso no supone hacerle daño a mi semejante, sin embargo, es un ciclo interminable, puesto que: al no saber cómo expresarnos, no encontramos sitios seguros, crecimos siendo leales al dolor de otros; es una dicotomía completa, porque muchas veces en querer establecer esos espacios nos sentimos aludidos y pasamos por encima de otros, sin reconocer la historia del otro, que también es importante.
Ahora bien, las ideas generalmente requieren no solo buena voluntad, sino que incluso las políticas publicas que se han construido para la promoción y prevención de la salud mental, salgan de las campañas a hechos como espacios que se puedan garantizar fuera de la trasversalidades de los planes de desarrollo municipales, proyectos de inversión de donde muchas veces se sacan los recursos para sostener los CPS que atienden estos casos, admiro profundamente con respeto, espacios como los Escuchaderos, que se desarrollan en la ciudad de Medellín, siendo el suicidio un tema de salud pública que alberga el trabajo interinstitucional e intersectorial, pero que requiere acceso oportuno y un acompañamiento eficaz, en cada uno de los espacios en los que el ser humano tiene contacto.
Por lo cual, es contrarreloj prestar la debida atención con diversos estereotipos que con años se han sembrado, todavía es una realidad expresiones desobligantes como “quien quiere hacerlo, no lo dice”, “buscar ayuda es para débiles”.
Es necesario que conozcamos algunas señales de alerta que nos permitan tanto ser identificadas como a nivel personal como en personas que nos rodean, si bien no es un diagnóstico, es una forma de encender una alarma, acciones como: expresiones en forma de chiste sobre la vida, cambios de comportamiento, alteraciones emocionales, consumo excesivo de alcohol y otras sustancias de forma evasiva, despedidas o preparativos extraños, antecedentes familiares, entre otras señales, que como recomendación puedan ser acompañados si es posible por profesionales, sin embargo, hay otras redes y formas de acompañar como: la escucha activa, el dialogo sin señalamiento, acompañamiento familiar, ayuda profesional, fortalecimiento de redes de apoyo y la promociones de hábitos de cuidado propio.
Estas acciones están a nuestro alcance y seguramente podemos generar impacto en las personas a través de ellas, un acto de amor comunitario, que nos invita a hablar de la vida, a amar la vida, a cuidarnos y enseñar a otros a cuidarse.
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*Docente, Psicóloga (UNAD), Especialista en Gerencia de Proyectos (Uniminuto), Magister en Psicología comunitaria (UNAD).
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