Por: María Isabel Ballesteros/ Todo el tiempo recibimos noticias cuyo común denominador son las diversas formas de violencia. De hecho, pareciera que muchos nos acostumbramos o nos hemos anestesiado ante estas realidades, tal vez como un mecanismo de defensa o por indolencia, pero ciertamente el elemento más notorio y ausente en estas situaciones es el respeto, que sería un gran diferenciador en los desacuerdos cotidianos, ideológicos o políticos y especialmente en el contexto de los nuevos movimientos sociales reivindicatorios.
Ahora, en todo el mundo, se invoca permanentemente el respeto por los derechos humanos, que, paradójicamente, para muchos dependen de la orilla donde se esté, desconociendo que solo el respeto, como virtud universal no admite parcialidad y es un valor recíproco que implica derechos y deberes para ambas partes, especialmente cuando se lucha por verdadera justicia social, reconocimiento, libertad o paz.
Pero el respeto más elemental empieza hacia nosotros mismos y congruentemente con ello y el valor que nos damos, actuamos con sobriedad o indignidad. De igual forma manifestamos respeto hacia nuestro medio ambiente, las instituciones sociales y religiosas, hacia las normas y los símbolos patrios, que incluso tampoco se salvan de la transgresión.
Ha pasado poco más de un año, desde las desafortunadas palabras de una famosa actriz contra nuestra bandera, y recientemente desde las redes sociales surgió una nueva e irresponsable incitación, pero para colocarla al revés, asegurando que la Carta de las Naciones Unidas había estipulado este uso como símbolo de la población para pedir auxilio internacional en situaciones de injusticia, cometidas en el territorio. La ONU desmintió estas afirmaciones, a través de la oficina de su secretario general.
Por ello, la ausencia del respeto como principio orientador es gravísima, pues termina justificándolo todo desde la muerte de policías o civiles, el secuestro de pasajeros, dentro de las ciudades, la destrucción de buses, CAI o de cualquier edificación que represente al Estado. Con estupor vemos como se rebasan todos los límites y se pasa de la retención y ataque a las ambulancias, a las instituciones creadas para el cuidado humano, como sucedió la semana pasada con la Clínica Renal de Medellín.
Los violentos no respetan ni a la misión médica ni a las iglesias y a esta ola se suman también grupos de ciudadanos de la comunidad LGTBIQ+, que concluyeron la semana pasada sus marchas en los atrios de dos templos católicos, en Bucaramanga y San Gil, presentando en uno de estos un espectáculo exhibicionista, considerado como una afrenta por los feligreses que asistían a la eucaristía. En la otra catedral causaron daños en la fachada con una serie de grafitis ofensivos en contra de la fe.
¿Y si los creyentes, en ejercicio de nuestra libertad y libre expresión, nos presentáramos en los bares gay, más insignes de cualquier ciudad, tan solo para arengar las verdades bíblicas que incomodan tanto a estos ciudadanos, ¿no sería para ellos un completo agravio por la invasión de su espacio y la pretensión de quererlos adoctrinar?… ¿No es eso, exactamente, lo que esta comunidad hace todo el tiempo, siendo favorecida desde el sector educativo, los gobiernos y la propaganda abierta en medios y redes?…
Sin duda, la premisa más relevante para ser respetados es saber o aprender a respetar, pues cómo se pretende equidad, reconocimiento y derechos si se pisotean los que igualmente merecen los demás; aquellos que no marchan y quieren trabajar, circular libremente o necesitan ser atendidos en los hospitales, cosas que son igualmente comunes para quienes manifiestan su inconformismo, pero absurdamente ahora, del otro lado de la línea, parecen haber olvidado.
En fin, todos estos actos caóticos tipificados en el Código Nacional de Policía y Convivencia y en el Código Penal, evidentemente, no nos han llevado a más, sino que nos han restado como país al querer destruir la institucionalidad y todo lo establecido, afectando la salud pública, la economía, a los empresarios, a nuestras ciudades y pobladores y desdibujándonos como colombianos, como seres pensantes y espirituales, con capacidad para razonar, negociar y transformar con civilidad.
Solo espero que podamos entender que ni la violencia ni el irrespeto pueden concebir algo distinto o mejor que eso, pues así lo ignoremos no podemos escapar de las leyes inmutables como la de causa y efecto, para otros, efecto bumerang, ley del karma o de siembra y cosecha, donde invariablemente una pequeña semilla nos devolverá muchos frutos, que luego recogeremos con alegría o dolor, según lo cultivado.
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*Asesora en Sistemas Integrados de Calidad
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