Por: Holger Díaz Hernández/ “Este pueblo con sus labios me honra, más su corazón está lejos de mi”: Evangelio de Mateo 15,7
Esta semana la Corte Constitucional tumbó la ley que permitía la cadena perpetua a violadores y asesinos de niños, en una votación de 6 contra 3 en Sala Plena, causando una gran polémica nacional entre quienes defienden o atacan esta decisión.
El argumento de fondo de la ponencia de la magistrada Cristina Pardo se centró en que la ley “atentaba contra de la dignidad humana de los agresores de los niños”, además de ser una pena cruel y degradante que violaba la constitución.
Desde el inicio de su discusión y aprobación en el congreso ya se preveía por parte de los expertos en derecho constitucional que este iba a ser el resultado.
La violencia contra los niños incluye todo tipo de actos que puedan lesionar la integridad de estos hasta los 18 años, se calcula que por lo menos 1.000 millones de niños cada año en el mundo sufren todo tipo de afectaciones, son víctimas de abusos físicos, maltrato psicológico o abusos sexuales incluyendo el abandono físico, psicológico, educacional o médico y el descuido o la negligencia en su cuidado, como otra forma particular de maltrato contra los niños.
Lo más paradójico es que esta violencia es ejercida mayoritariamente por los padres, cuidadores o personas cercanas al entorno familiar, es decir quienes los deberían proteger son quienes más los agreden y violentan.
Estos abusos o vejaciones generan secuelas a lo largo de toda la viva en su salud o en su psiquis, un trauma de cualquier tipo en la niñez quedará como una huella imborrable para siempre, ocasionando desde lesiones leves a permanentes y en muchos casos hasta la muerte. En el 80% de los casos tanto la víctima como el victimario son de sexo masculino.
La exposición a violencia desde la pequeña infancia puede afectar su desarrollo cerebral y cognitivo dejando como secuelas alteraciones en el rendimiento académico y profesional, además de problemas de salud mental como ansiedad o depresión, siendo mucho más proclives al suicidio.
A lo largo de la historia de la humanidad la violencia ha sido parte de nuestro ADN y ha impactado a todas las culturas, clases sociales o económicas y a todos los contextos históricos, pero cuando ocurre contra los niños es mucho más compleja porque genera un efecto mucho más duradero, dado que estos se encuentran en un proceso de desarrollo mental, psicológico y físico.
La violencia es un problema que tiene muchos factores desencadenantes tanto a nivel de la sociedad en general como a nivel individual, desde aspectos biológicos, de género, niveles de delincuencia, escolaridad, pobreza o el consumo de alcohol o drogas.
La disfunción de las relaciones entre los padres, la violencia intrafamiliar, la falta de afecto, el nivel de educación de los responsables del cuidado de los menores, el déficit o inexistencia de políticas públicas de protección a los niños y las normas sociales en una comunidad también son muy importantes en estos niveles de violencia.
En nuestro país este abordaje es complejo y en él se enmarcan múltiples factores de carácter político, sociocultural, económico y racial entre otros, desde nuestros antepasados indígenas, en la conquista española y en las diferentes etapas de nuestra historia, ha existido una violencia desbordada que no solo ha truncado muchos de los sueños de decenas de generaciones sino que ya en el siglo XXI no hemos sido capaces de lograr erradicar este conflicto interno armado que se nos volvió endémico hace mucho tiempo, y todo esto se refleja en los altos niveles de maltrato y abuso contra los menores de edad.
La OMS y otros organismos de carácter internacional han propuesto un número de medidas para proteger a los niños, prevenir el maltrato y poner fin a este tipo de violencia actuando de manera interconectada a nivel individual, comunitario, social y relacional.
Los países tienen que implementar normas definidas contra estos delitos y vigilar el cumplimiento de sus legislaciones, propiciando una educación de género y respeto por los principios y valores morales, mejorando la seguridad del entorno en el que se mueven los niños, identificando las regiones o zonas donde más ocurren los hechos de violencia, educando a los padres sobre la crianza de los hijos y en la prevención del embarazo adolescencial, garantizando la atención inmediata e integral al menor violentado y velando porque los niños tengan acceso real a la educación, además de implementar soluciones informáticas para evitar el acoso y abuso en las redes sociales.
En Colombia no necesitamos más legislación punitiva, tenemos un sistema judicial con penas con frecuencia excesivas para castigar a quien ha delinquido, pero al mismo tiempo unos niveles de impunidad que superan el 50%. De nada sirve capturar al responsable de un delito si no se hace en la forma debida, con las pruebas que permitan su judicialización efectiva y que pague su condena y se resocialice, que es en definitiva el fin que se persigue para castigar al culpable.
Normas como la cadena perpetua o la pena de muerte han sido probadas en muchos países y en diferentes épocas de la humanidad sin que hayan tenido un impacto positivo en la disminución de los delitos, ni en el cambio de conducta de una sociedad.
“Un niño es la más grande manifestación de la naturaleza, la divinidad y la inocencia en su máximo esplendor. Ámalo, cuídalo, cultívalo. No lo violentes”: Anónimo.
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*Médico cirujano y Magister en Administración.