Por: Julián Silva Cala/ En días pasados nos referimos en este mismo espacio a la Consulta Anticorrupción que se votará el próximo 26 de agosto y expusimos argumentos que respaldan con solvencia nuestra posición a favor, de manera que el tema podría considerarse agotado no sólo por la contundencia de los mismos sino por la evidente presión ciudadana que reclama cambios urgentes en las reglas de juego en política.
Sin embargo hemos sido testigos de una voltereta sin par que merece cuando menos algún comentario. Me refiero por supuesto al giro -dramático- que ha dado el Centro Democrático en su postura frente a la Consulta: Del acuerdo logrado en el trámite de conveniencia ante el Senado, con intervención a favor del senador Uribe incluida, asistimos ahora al espectáculo de desprecio por la consulta orquestado por esa colectividad comunicada al país en la voz del mismo senador. Y digo espectáculo porque en realidad a eso se ha reducido buena parte del cubrimiento noticioso de los más recientes acontecimientos políticos, como la posesión del presidente de la República, lamentablemente opacada por el del Senado.
Pero si la consulta sigue siendo la misma, si los mandatos no han sido modificados, si el país en esencia sigue siendo el mismo, ¿qué fue lo que cambió tanto como para justificar una postura completamente opuesta a la expresada inicialmente por el partido de gobierno? ¡Pues eso mismo! Que al momento de acordar su respaldo a la Consulta Anticorrupción no eran el partido de gobierno, tan sólo aspirantes a serlo.
Y bien es sabido que en campaña los políticos tradicionales prometen el cielo y la tierra pero después de elecciones los compromisos suelen ser revaluados a conveniencia de los propios intereses y la nueva posición de poder que confiere la victoria.
Iván Duque ganó y es (?) el presidente de Colombia. Públicamente ha asumido el compromiso de respaldar la Consulta, y en numerosas ocasiones ha expresado su respaldo a la misma. No obstante sus copartidarios han desestimado la necesidad de realizarla e incluso han alzado su voz en contra de la misma.
Ante la evidente contradicción valdría la pena preguntarnos si es que acaso hay una prematura división en las primeras de cambio del Gobierno. “¡Una cosa es el presidente y otra el Centro Democrático!” se le oyó decir en el círculo de confianza del partido a la senadora Paloma Valencia el 7 de agosto ¿Qué se supone que quiere decir eso? ¿Qué el presidente ya no es del Centro Democrático? ¿Qué el Centro Democrático no va a respaldar al presidente en sus decisiones? ¿Qué el presidente no es autónomo en sus decisiones, como muchos sospecharon desde el comienzo?
Quienes promovemos el Sí jamás esperamos el respaldo real, franco y decidido del Centro Democrático ni de ningún partido tradicional en la campaña por el Sí. Pero tampoco cerramos la puerta al respaldo de corrientes cívicas o políticas que genuinamente compartieran la preocupación por el fenómeno de la corrupción y quisieran dejar su impronta ante una oportunidad histórica, incluyendo las bases de aquellos partidos.
Se trata de un asunto de eminente interés nacional, que beneficia a la mayoría de los colombianos, aquellos millones que respaldaron la iniciativa con su firma y esperan que por fin prime el bien común.
De manera que ni siquiera sorprende la actitud del Centro Democrático, antes bien ratifica que alrededor de la figura del senador Uribe se ha fundido una aleación de políticos moldeados con las mismas costumbres que precisamente cuestionamos a través de la consulta, empezando por esta de incumplir su palabra.
Tal vez a eso debamos acostumbrarnos durante estos 4 años; a una lógica binaria de sí pero no, un acuerdo sobre la mesa y otro debajo de la mesa, un buen muchacho con canas pintadas y cara de bonachón posando en las fotos y unos sabuesos de presa encargados del trabajo sucio de la “realpolitik” desde el Congreso. Por fortuna tan pronto como el 26 de agosto sabremos qué camino eligió el presidente y qué talante tendrá el Gobierno.
Twitter: @JulianSilvaCala