Por: Érika Bayona López/ Analicemos la crisis de seguridad, la falta de respuestas efectivas por parte del gobierno y la urgencia de exigir soluciones concretas. No podemos seguir normalizando el miedo ni aceptando la impunidad. Es momento de actuar y exigir cambios estructurales.
El miedo como rutina
Si hay algo que se ha convertido en parte de nuestro día a día en Colombia, es la inseguridad. Nos hemos acostumbrado a mirar por encima del hombro al caminar, a enviar mensajes avisando que llegamos bien a casa y a pensar dos veces antes de sacar el celular en la calle. Pero lo que debería ser la excepción, aquí se ha vuelto la regla. ¿Y la pregunta es hasta cuándo?
Cada día nos despertamos con nuevas cifras alarmantes: homicidios en aumento, robos descarados, extorsiones que afectan desde el pequeño comerciante hasta el empresario. En las zonas rurales, los grupos armados siguen imponiendo su ley, mientras el gobierno parece ir siempre un paso atrás. En las ciudades, los delincuentes actúan con total confianza, sabiendo que, en muchos casos, las consecuencias son mínimas o nulas.
La inseguridad no distingue estratos ni geografías. Afecta tanto a los barrios mas humildes como a las zonas exclusivas. Se manifiesta en el robo cotidiano en un semáforo, en el sicariato por disputas territoriales, en la extorsión a negocios que a penas sobreviven. Y lo peor: la gente ha perdido la esperanza de que esto cambie.
Pero lo que mas indigna es la impunidad. ¿De qué sirve capturar a un ladrón si a los pocos días vuelve a las calles? ¿Cómo explicamos que los líderes sociales sigan siendo asesinados sin que haya justicia? ¿Cuánto más vamos a soportar que el miedo sea parte de nuestra cotidianidad?
La falsa promesa de la seguridad
Nos han dicho que hay planes, estrategias. Pero en la realidad, el ciudadano común no ve resultados. Y no podemos seguir aceptando excusas. La seguridad no es un favor que nos hace el Estado; es un derecho. Y como tal, debemos exigirlo.
Aquí no se trata solo de llenar las calles de policías, sino de hacer cambios estructurales. Necesitamos una justicia que actúe con firmeza, un sistema penitenciario que funcione realmente y estrategias de inteligencia que ataquen de raíz el problema. No basta con capturar delincuentes si el sistema judicial los deja libres en cuestión de días. No basta con endurecer penas si las cárceles se han convertido en centros de operación criminal en lugar de lugares de rehabilitación.
A esto se le suma la corrupción, el otro enemigo silencioso que alimenta la impunidad. Porque, ¿De qué sirve que se implementen estrategias de seguridad si hay funcionarios que terminan aliados con las bandas criminales? ¿Cómo creer un sistema donde los sobornos pueden borrar condenas y comprar libertades?
El costo de la impunidad
Pero lo que más indigna es la impunidad. ¿De qué sirve capturar a un ladrón si a los pocos días vuelve a las calles? ¿Cómo explicamos que los líderes sociales sigan siendo asesinados sin que haya justicia? ¿Cuánto más vamos a soportar que el miedo sea parte de nuestra cotidianidad?
Y aquí viene la pregunta: ¿quién responde? Porque mientras el ciudadano se blinda con rejas, cámaras y escoltas improvisadas, el Estado sigue con su retórica de siempre. Mientras los negocios cierran por la presión de los extorsionistas, los criminales siguen operando con total tranquilidad.
No es normal vivir así. No podemos aceptar que salir a la calle sea un riesgo calculado. No podemos permitir que la violencia se convierta en parte de nuestra identidad como país.
De la indignación a la acción
Colombia esta en una encrucijada y no podemos seguir cruzados de brazos. Es momento de dejar de normalizar la violencia y de exigir resultados. No podemos seguir en una sociedad donde el miedo nos define, donde la impunidad reina y donde la confianza en las instituciones se desvanece.
La seguridad no puede ser un privilegio para unos pocos ni un tema de campaña electoral. Es un derecho fundamental. Y como ciudadanos, tenemos el poder y la obligación de exigirlo. Porque si algo está claro, es que, si no levantamos la voz ahora, seguiremos viviendo en un país donde el miedo dicta las reglas. Y eso, simplemente, no es una opción.
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*Business Data Analyst – IT & Logistics / MBA & Máster en Project Management. Auditor interno BASC. Administradora de Negocios Internacionales y Especialista en Mercadeo Internacional de la Universidad Pontificia Bolivariana.
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