Por: Juan David Almeyda Sarmiento/ Con lo trabajado hasta este punto se conjuga la propuesta principal de este escrito: la ética de la fragilidad. Una invitación a la reflexión del a relación entre los hombres con un enfoque alejado de la autosuficiencia, distante a la frialdad del solipsismo fantástico que se cubre de verdad absoluta. La fragilidad, se piensa como una condición intrínseca que compone la naturaleza humana, pero que no determina su existencia a una homogeneidad, puesto que, al encontrarse dicha fragilidad unificadora compuesta de cualidades de carácter contingente y azaroso le permite constituirse a sí misma como una paradoja dadora de sentido.
El paso de la un dominio ético donde predomina la autosuficiencia al sentido donde subsiste la unión de los hombres por sus grietas personales es lo que abre un espacio de extrañamiento propio donde el sujeto debe de arrojarse a un espeso bosque de la incertidumbres, a senderos poco delimitados de confianza e instinto; un camino que resulta en el claro del encuentro con el otro, con lo otro, con la otredad, con la distancia del sí mismo. El caminar por estas laderas de la ausencia de certeza es una deslocalización del sujeto, es un acontecimiento que ocurre sin un fin específico y que se mantiene sin un sentido direccionado hasta que finalmente, en lo azaroso del andar, se choca con muros de encuentro y desencuentro, de aconteceres y contingencias con el otro que terminan determinándolo como sujeto fuera de su autosuficiencia fantasiosa.
El salto fuera de sí determina la posibilidad del otro de constituirse como un sujeto pleno, sin embargo, la idea de una completitud es absurda. Carece de sentido el alcanzar una meta especifica en lo que respecta a la relación de un yo con un otro, lo único que es posible encontrar y trazar son puntos focalizados que perduran, se borran, se escriben y reescriben con el devenir-loco que se impone tanto en las relaciones humanas como en la vida misma.
Esta disertación espera concluir y mantenerse como un faro en la espesura de la niebla, busca alumbrar sobre lo que acontece en ese devenir-loco en una apuesta fuera de las percepciones que subyacen en el egoísmo sui generis que es la autosuficiencia. Los otros complementan la vida humana, ningún hombre es una isla en sí mismo escribe John Donne en su poema Las campanas doblan por ti. Una apuesta por la fragilidad es una aventura del pensamiento, es una peregrinaje por las planicies de lo otro, de lo indefinible, de lo no identificado para encontrarse, sin certeza alguna, con la otredad.
Desligarse del sí mismo es un desgarramiento. Es doloroso y tiene una proximidad con la muerte; el otro, junto con su cercanía a mí, es una sentencia de muerte que espera a ser ejecutada pero que nunca se tiene certeza de cuándo será o si quiera si realmente ocurrirá. No es de olvidar que yo soy otro para el que habita fuera de mí, mi yo, mi identidad, es un otro que ese sujeto fuera mí con su propia identidad ve al encontrarse conmigo; es decir, la vida no puede reducirse a la lógica de designación y de significación plena de los sujetos que conocemos; a la lógica de correspondencia; la existencia es una existencia en paradoja.
Esta relación paradoja-vida, devenir-vida; es lo que constituye la base de la fragilidad humana sobre la que busco asentar esta propuesta ética. La destrucción de la autosuficiencia es imposible pero sí es posible repensar las bases absurdas del pensamiento homogeniezador que nace en su propuesta ética. Izar velas hacia los mares de la paradoja, de la fragilidad, requiere de una voluntad y un espíritu que estén dispuestos a entregarse al acontecimiento y al devenir; en otras palabras, a la vida misma.
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