Por: Ruby Morales/ Escribo estas líneas en pleno aislamiento por el coronavirus desde una pequeña finca cafetera, en las montañas santandereanas del corregimiento Santa Cruz de la Colina, del municipio de Matanza, a unos 18 kilómetros del casco urbano de la población de Rionegro.
En la zona unas 300 familias viven del cultivo de micro lotes de café. Corregimiento conformado por 14 veredas, unos 3.500 habitantes y que cuenta con tres escenarios deportivos: un polideportivo casi sin uso, otro polideportivo que reemplazó a otro que fue tumbado recientemente, y él último, la adecuación precipitada hace unos pocos meses de una cancha sintética para fútbol que eliminó de un tajo un hermoso escenario de prado natural que podía ser utilizado a todas horas, y que dicen fue fruto de un contrato para pagar favores políticos de las pasadas elecciones… Miles de millones de inversión pública.
Pese a que la pequeña población tiene 110 años, hace más de 15 años no hay puesto de salud. A ningún político le interesó… Quienes se enfermen tendrán que ser trasladados a Rionegro o dar la vuelta por Bucaramanga hasta llegar al casco urbano del municipio de Matanza.
Pese a todo, es una bendición y suerte pasar estos días de obligatoria cuarentena por el virus que ataca a la población de este planeta tierra, en cualquiera de los olvidados rincones del campo colombiano, un lugar mirado desde hace más de cincuenta años con cierto desprecio citadino, miedo y desdén. Espacio de vida que ha mantenido a sus habitantes sufriendo persecuciones y guerras y que, gracias a la firma de la paz de la Habana, se puede respirar relativamente tranquilos en la mayoría del territorio nacional donde no operan los grupos de narcotráfico ni productos ilícitos.
Qué ironía que ahora, agobiados por la preocupación del suministro de los alimentos de primera necesidad, a causa del confinamiento y los intentos de contener el virus, tomamos de golpe la consciencia de la importancia del campo y sus productos, como una de las fuentes de preservación de la continuidad de la vida. Solo con la garantía de alimentos suficientes podemos sobrevivir esta dura prueba que enfrentamos como sociedad y como seres individuales. Como decían las abuelas, enfermo que come se recupera. Y al lado del enfermo come el alentado.
Pareciera que, a fuerza de la tragedia en curso, quizá muchos caen en cuenta de que sin campo no hay ciudad, expresión que abanderan a gritos los líderes de productores y agricultores reclamando a los sucesivos gobiernos para que incluyeran al campo en las políticas públicas y serias de desarrollo, pero muy especialmente de sostenibilidad humana.
Qué doloroso que solo a golpe de lo inevitable, como ha sido afrontar este extraño virus que ataca a la humanidad, encontremos en nuestra razón y corazón ser empáticos con el llamado desesperado de auxilio que han hecho nuestros productores campesinos.
Desde territorio de cafeteros, quienes sea dicho de paso, solo reciben 4 centavos de cada dólar del producto comercializado, el gremio cafetero casi todos los años está en quiebra porque los productores no reciben ni siquiera el valor para cubrir los jornales de la cosecha.
Al otro lado, los especuladores multimillonarios de la bolsa de Nueva York fijan un precio de compra diario que enriquece a tostadoras, comercializadoras y toda la cadena de distribución, sin importarles un carajo que sus ganancias están sacrificando especialmente a los pequeños productores del grano en todo el mundo, y que en Colombia representan a unas 500.000 familias que pueden conformar una masa poblacional de cerca de tres millones de habitantes de las montañas andinas colombianas.
En Santander unas 30.000 familias viven de la producción de café, cultivo que llegó a estas tierras hace más de cien años como una condena para redimir pecados mediante su siembra y que se irradió hacia Caldas, Risaralda y Antioquia, que conforman la nueva zona cafetera y diversas zonas andinas de norte a sur del país.
A propósito, es momento de recomendar a todos los lectores que disfruten de tres tinticos al día, ojalá de cafecito cultivado en nuestras tierras santandereanas, haciendo eco de una reciente publicación del medio CNN que notifica que a los pacientes del virus en China les suministraban en los hospitales tres dosis de café para ayudar a restablecerles la salud. Que tu alimento sea tu medicina… Preventiva y curativa.
Volvemos al cultivo del café, que es solo un ejemplo de la doble moral del modelo neoliberal de mercados. Ya sabemos la dura situación que han afrontado desde la década del 80 los productores de alimentos y la competencia desleal de importadores de alimentos y por cuyo negocio solo ganan ellos y los intermediarios del comercio.
Ahora no podemos olvidar los lamentos de los productores de leche frente a la competencia de leche en polvo importada de Europa y hasta de la falsa leche con la que engañan a la gente en las grandes cadenas.
En estos días de incertidumbre, como en épocas de lluvias y daños de carreteras, la actual situación de carencia de organización adecuada e infraestructura necesaria para enfrentar la cuarentena ha llevado a los productores a tener que derramar cientos de miles de litros del producto, por la incapacidad de una tecnología cercana para pasteurizar y procesar el líquido.
Cómo olvidar los clamores de los productores de frutas que pierden sus cosechas por el mal estado de las vías y por la competencia de bebidas azucaradas que han convertido a las nuevas generaciones en indolentes perezosos que detestan preparar un jugo de frutas naturales o repudian las verduras porque en sus casas y colegios no les enseñaron a comer de forma nutritiva y balanceada.
Tampoco existía el programa nutricional Cinco al Día, que recuerda el consumo sano de frutas y verduras, como parte de una dieta sana. Una oferta alimentaria balanceada siempre estuvo relegada a quienes mayor poder adquisitivo y cultural han tenido.
Este vistazo atrás nos evidencia cuánto tiempo perdimos en ajustar unas condiciones de producción de alimentos de forma racional, humana, sustentable, económica y políticamente correcta. Y ahora las consecuencias de la emergencia del enemigo invisible del virus nos confrontan.
Somos como sociedad, lo que tenemos en el momento. Los gobernantes que elegimos, el modelo de gobierno y de mercados que apoyamos o cuestionamos… El número de hectáreas de alimentos que cultivamos, las proteínas animales y vegetales que producimos y los bienes y servicios institucionales con que contamos. No hay más.
A nivel de ciudadanos somos el resultado del conjunto de los errores y aciertos como sociedad. Cómo pensamos, qué hacemos, a quiénes seguimos, las políticas y políticos que apoyamos… Somos en conjunto, cómo fuimos educados, cómo fuimos gobernados y a nivel más personal y corpóreo, somos ahora el resultado de cómo fuimos nutridos y alimentados y en plano más espiritual, de cuáles fuentes familiares, comunitarias y sociales nos hemos nutrido…
Muchos sociólogos, filósofos y gente que piensa en los demás, nos advirtieron que las grandes ciudades corren enormes riesgos de insostenibilidad social, ambiental y humana. Hoy lo vemos palpable. Imposible no repensar en las fragilidades de las grandes masas de habitantes del mundo que pasan el aislamiento en la rigurosidad de un limitadísimo espacio urbano.
Un panorama humano que cada día que pasa en la contención del virus nos muestra los dramáticos aspectos de vulnerabilidad sanitaria del mundo entero. China, España, Italia, Inglaterra, Francia…El horror que vive Nueva York y en general Estados Unidos, nuestros vecinos ecuatorianos… Toda Suramérica.
Seguimos día a día el drama del virus en el mundo y en nuestro país, los retos enormes del manejo de millones de compatriotas concentrados en Bogotá; viviendo en cada región como protagonistas masivos de un reality de verdad verdad. Y hoy en nuestro Santander, con los recursos sociales invertidos en monumentos y parques quebrados, a buena hora las edificaciones de elefantes blancos al fin sirven para algo, como el caso de las instalaciones de la Sede UIS en Floridablanca que están convirtiendo en hospitales de emergencia.
Hace 100 años, cuando se presentó la anterior gran pandemia por la llamada gripa española, en Colombia y muchos países del mundo cerca del 80 por ciento de las familias vivían en el sector rural… Mientras las minorías ocupaban las ciudades. Hoy, la variable de concentración de población es todo lo contrario.
Esperemos de corazón, rogando a la Divina Providencia en esta Semana Mayor, que pasemos la prueba saltando nuestros errores de falso progreso que nos han vendido los poderosos de todos los tiempos a toda la humanidad. Ahora la responsabilidad y el riesgo es de todos.
¡Salud y vida!
*Periodista
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