Por: César Mauricio Olaya/ En medio de ese bloqueo mental que por momentos nos inunda a la hora de enfrentar la página en blanco sobre la pantalla, con la presión del tiempo, la certeza de que se tiene una responsabilidad y la agonía de no sentir que la musa despierta de su letargo para dictarnos las líneas generales de lo que será nuestro escrito; una persona muy del alma a la que a través del WhatsApp le comenté que no se me ocurría absolutamente nada sobre qué escribir, con la facilidad que siempre ha tenido para encontrarle la punta de la madeja, me dictó las palabras mágicas: “Yo tomaría una foto del atardecer que adorna la cárcel que vivimos”.
Y con esas palabras cargadas de poética, la iluminación llegó. Muchas situaciones comenzaron a brotar de repente, pues con certeza este consejo de mi musa tenía todos los argumentos necesarios para inspirarme. Los atardeceres son bellos y por lo general despiden el día adornando de luz, de arreboles y de una acuarela de colores que solo el Gran Pintor del Universo, logra combinar con la precisión del que sabe que está realizando una obra de libre interpretación, tanto para el que la ve como la mejor bienvenida a la noche con sus universos que pueden ser de ausencia o de presencia; o bien, para quien lo lee como el broche de oro con que cierra un día pletórico de luz, color, vida y alegría; suma de todo lo que esta baraja de luz y color puede transmitir.
Llegaron las lecturas posibles a sus palabras y con ellas, la analogía más que perfecta para este momento complejo que vivimos, cuando en medio del confinamiento a que por recomendación de los expertos epidemiólogos, hemos reducido nuestra cotidianidad; al otro lado de la oscuridad, del encierro, de la angustia que genera el miedo y la incertidumbre, del cansancio de noticias que van y vienen; la mayoría de ellas engordando ese alud de falsas verdades a las que solemos creerles más, quizá por la alta cuota de sensacionalismo que las adorna, venimos sobre llevando estos días, de esa mal llamada cuarentena, multiplicada por dos.
Estamos en una cárcel y desde la cárcel empezamos a mirar con otros ojos la libertad que teníamos y que hoy reconocemos en toda su dimensión. Advertimos el desespero y la desazón generalizada, nos llegan a oídas las voces de angustia de muchos sectores donde no hay esperanza de ver una mínima luz; ellos que vivieron el atardecer con sus mejores galas de fiesta y alegría, hoy están en la más total de las tinieblas. La gente de la vida nocturna, artistas, músicos, la maquinaria completa que se mueve en torno a la fiesta, a los actos masivos, a los ágapes de Baco y su séquito de alegría, vino, derroche y despliegue de energías, desencadenamiento de placeres y de goces, la noche les llego como menos la esperaban.
Los de la vida diurna, los trabajadores de sol a sol, los campesinos, los estudiantes, los funcionarios, los empleados, los trabajadores del diario quehacer, los que poco tiempo tienen para disfrutar de las luces de un atardecer y la noche solo es sinónimo de interrupción de una jornada, como a los del lado de la luna, también viven similar angustia, sometidos a una cárcel que día a día mina todas sus esperanzas, sus posibilidades de seguir haciendo realidad sus proyectos, todo aquello por lo que se hacen moler con cada despertar.
Clarines del apocalipsis hacen eco en el alma, bálsamos contra el pesimismo brotan de la no convincente voz de los nuevos profetas, augurando un cambio profundo en la esencia de los humanos. Invitaciones a revisar nuestra agenda, a priorizar otras opciones de vida, a decidirnos por una de las dos opciones que llegan con las crisis, la de ponernos a llorar o ponernos a fabricar y venderle pañuelos a quienes se quedaron llorando. La palabrita de moda: reinventarnos, se multiplica en el eco de los llamados buenos consejos, sin prever que la inventiva tiene límites y qué en medio de tanta invención, también cabe el cansancio, el ruido y el desgano por no querer saber nada más de propuestas surgidas de la crisis.
En materia del manejo de la salud, son tantas y tantas las opciones para una asertiva auto formulación, que como en el cuento del lobo y el pastorcito, van a terminar por minar toda opción de credibilidad, llevándonos al desespero de tomar el camino del medio, echar para adelante y enfrentar lo que venga, con la certeza de que nada peor nos puede llegar a suceder.
El pesimismo y el optimismo parecieran no tener razón de ser usados, salvo que fueran a hacer parte de una de coplas cojas del cantautor Ricardo Arjona, donde la idea es que combinen con sutileza melcochuda, así no tengan el menor de los sentidos.
El mundo no parece detenerse porque muchas pruebas, nos corroboran que cuando todo pase, nada cambiará para mejor; pues todo indica que es factible que se le apunte a empeorar. Quizá nos toque aceptar que el mundo está es girando en sentido contrario a como venía haciéndolo y que no sería raro, que el atardecer que me aconsejan fotografiar desde la cárcel donde nos encontramos, cambie para dar paso al fin de una noche sin día, o un día sin noche.
Desde nuestra cárcel y tras los barrotes que nos separan, un mensaje final para dejar el último aliento en conserva, porque como dicen los ciclistas cuando ven la pancarta del último kilometro, todo lo corrido se resuelve a partir de este embalaje final.
¡Luz y más luz que nos alumbre a todos!
*Fotógrafo.
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