Por: John Jairo Claro Arévalo/ El éxito es el cumplimiento de las metas propuestas a lo largo de la vida, es una concepción, un concepto, que las sociedades de consumo les dan a los consumidores para alcanzarlo. El éxito es tangible, medible, cuantificable, es exhibible o como se dice popularmente es “chicaneable”.
El desarrollo industrial, con su fin primordial del consumo masivo de bienes y servicios, se estructura a partir de estereotipos para hacernos creer “lo que nos falta, lo que no tenemos”. Su propósito publicitario es desnudar nuestras “debilidades”, para imponer nuevos modelos de “estética y belleza” que generalmente avasallan nuestras identidades culturales.
El desarrollo y la realización de una sociedad se fundamentan principalmente en su sistema político y en la educación, sin embargo, en la nuestra, somos una sociedad de consumo con carencias inculcadas, inoculadas desde la gestación hasta nuestra última morada.
Si no eres el más bello, el más guapo, el más adinerado, el más poderoso, el más elogiado, no eres parte de los “exitosos”. Vamos a agrupar en tres pilares generales lo que nuestra sociedad concibe para alcanzar el “éxito”: ser profesionales, formar familia, acumular fortuna económica.
Desde esa perspectiva veamos: nuestro sistema educativo nos educa para ser exitosos y no para ser felices. Nacemos felices y los somos hasta la adolescencia, porque en esa etapa de la vida se está cursando la educación media o el bachillerato, y es allí donde las obligaciones y las responsabilidades se hacen mayores. Nos han formado que lo mínimo hay que ser bachiller, para no ser un don nadie.
Cuando se logra terminar la secundaria, quizás a los 16, 18 años, la sociedad reconoce el esfuerzo y da un cartón o título de bachiller, ahí se alcanza la primera meta, para algunos a troncas y a mochas por su condición socio-económica y para otros, es más fácil, por lo mismo.
En esa escalera del éxito, no todos siguen estudiando una carrera profesional, quienes no pueden hacerlo, les “será muy difícil” tenerlo, sólo les queda el camino de ser comerciantes y de acuerdo a su olfato y habilidades comerciales, para ser exitosos.
Entre tanto los que avanzan en sus estudios, muchos no podrán seguir la carrera deseada, entonces toman el plan B, estudiar lo que sea para ser profesionales, claro siguiendo las directrices de papá y mamá, con la convicción silente de que hay que estudiar para salir adelante y hacer plata. Es decir, “el éxito los espera”.
Al terminar sus estudios profesionales, a estos jóvenes, la sociedad, vuelve a reconocerle sus esfuerzos y les dan otro cartón o diploma por ascender otro peldaño más de la escalera del éxito. Desde ese momento, estos nuevos profesionales, empiezan a sentir la presión de su familia, sus vecinos, sus amigos, la sociedad en general, exigiéndoles que busquen empleo para generar ingresos, que empiecen a trabajar.
Quienes lo consiguen, apurado se ganan dos salarios mínimos y eso quién sabe. Paralelo a su trabajo la gran mayoría se ennovian, y de acuerdo a como se vayan presentado las cosas, más delante buscan casarse para construir una familia, eso sí, los padres, los vecinos, los amigos y la sociedad, les dicen que esa es otra meta que hay que cumplir en la vida y que por supuesto hace parte también del éxito social.
Ya casados y con hijos, estos jóvenes, ven la necesidad de hacer rancho aparte y con lo poco que ganan y en aras de subir otros peldaños de la escalera del éxito: quieren tener casa y hasta un carro, porque sin esas cosas, el éxito no es completo. Ellos no tienen culpa alguna porque eso es una mentalidad feudal heredada de sus padres y del bombardeo diario de la publicidad que nos dice todos los días, compren casa, compren carro.
Con el arrojo de la juventud se meten en una deuda casi eterna de 30 años con los bancos, cuya casa y carro les costará 3 o 4 veces más que el valor de los mismos. Y eso contando con la suerte de que ojalá puedan tener una estabilidad laboral que le permita cumplir con esas obligaciones bancarias. Así se les va la vida a miles, millones de jóvenes en el cumplimiento de sus sueños o metas, los llevaron a hacer parte de una cadena productiva, con roles muchas veces forzados e impuestos por el “éxito anhelado”.
De esta manera el ciclo de la vida para muchísima gente es circular, sin derecho a rebelarse, porque el que intente hacerlo es un bicho raro, un desadaptado, es un fracasado, no nos hemos puestos en los zapatos de ellos porque creemos que sus hormas son amorfas.
Les hemos preguntado a nuestros seres queridos, además del éxito “alcanzado” diseñado, conducido, si ¿su felicidad es plena, entendida esta, como la autorrealización para alcanzar la armonía del alma, intangible, el placer intelectual para evitar excesos y sufrimientos, el desprendimiento de las comodidades materiales, una actitud mental, una decisión?
La felicidad es desatarse de las cadenas de las pasiones para comprender el entorno y dejar de sentir miedo y odio, la felicidad se lleva en el corazón.
*Licenciado en música, artista, docente, compositor del himno de Bucaramanga, exconcejal de Bucaramanga.
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