Por: Reinaldo Pérez Flórez/ Existen seres extraordinarios que gracias a los dones con los que nacieron transformaron nuestro mundo, pero en especial la forma en que lo miramos. En un continente como el nuestro que fue gobernado por el caudillismo español, el esclavismo portugués, y después por dictaduras militares que coaccionaban de forma violenta las libertades individuales, la sonrisa en nuestro continente la dibujaba una pasión representada en sus héroes, sus ídolos, los hombres del fútbol.
Brasil es la economía más grande de nuestro continente, era el olimpo del fútbol, su templo sagrado profanado por su vecino uruguayo, fortalecieron el carácter y la esperanza de un pueblo que necesitaba alegrías, vivir de una ilusión con la gran brecha de desigualdad en la que se encontraba su gente, no solamente empezó una época dorada para el fútbol brasilero, también para el mundo, a la cabeza, un joven de tez negra que era el orgullo de una nación esclavizada por el caudillo conquistador. El joven brilló con su santo equipo blanco y su selección por encima del fútbol total de la naranja europea, la elegancia francesa, la fría disciplina de los equipos de la antigua cortina de hierro, la fuerza y efectividad del fútbol alemana.
Época dorada del fútbol que mi padre recordaba con amor, solo por una razón, todos eran hinchas de esos héroes que le podían dibujar una sonrisa a todo un continente en medio de su desgracia, las dictaduras del cono sur estaban a la orden del día, Santiago de Chile con su golpe de Estado; la noche de los lápices en Argentina; las masacres campesinas en Paraguay y Uruguay; el exterminio a sangre y fuego de la cultura y las naciones indígenas en Bolivia; el crecimiento de las brechas sociales en Perú y Ecuador; nuestro conflicto armado interno y la violencia administrativa al mejor estilo del estatuto de seguridad de Turbay. El continente siempre necesitó que el fútbol le robara su mejor sonrisa.
En plena dictadura de Argentina, donde los estadios de fútbol al igual que en Chile, fueron profanados por el ajusticiamiento social del caudillismo militar, la generosidad del deporte más hermoso del mundo permitió que la alegría no solo fuera brasilera, un muchacho de 16 años nacido en Lanús, Buenos Aires, como todos los héroes que conocemos, al mejor estilo de la mayoría de semidioses griegos, al que su padre Zeus le encomendaba la formación de estos seres mitad dioses y mitad humanos, a familias muy humildes, de pobreza extrema, humanos con muchas necesidades para que pudieran forjar el carácter de estos nuevos héroes, el mundo conoció al Diego.
La corona del fútbol espectáculo se perdió en el mundial de la península española, Argentina llegó con la resaca de la copa ganada en su país, el Diego ya brillaba, pero el tosco fútbol italiano se impuso ante el yogo bonito brasilero y el talento del Diego; el destino había designado a nuestro país para la coronación del gran Diego, pero como suele suceder con las decisiones administrativas en Colombia, el presidente de turno nos borró la sonrisa, el mundial de fútbol se fue para tierras manitas, México ha tenido el privilegio de ver coronados a los dos reyes del fútbol.
Argentina no tenía esa constelación de estrellas al igual que el Brasil de la década del 70, tenían al astro Rey, el Diego, el resto eran cuerpos celestes que giraban alrededor de él, de su brillo, de su luz, gravitaban gracias a su magia, pero ante todo el temperamento forjado en el barrio popular, fueron guerras que el solo terminó asumiendo; estuvo por encima de los Platini, del gran Zico, Socrates y compañía, a todos les gano en ese mundial, pero era la primera vez en el mundo en el que se rompía esta famosa premisa, “el fútbol es un deporte que se juega 11 contra 11 y al final siempre gana Alemania, esta vez el Diego les había ganado a la artillería alemana”.
En la península itálica, le alcanzó al Diego para enfrentar nuevamente los panzers alemanes, las fuerzas ya no eran las mismas, hermosas pinceladas del Diego sacaron a Brasil de ese mundial, la alegría después de la final dejo de ser gaucha, cuatro mundiales de fútbol donde Argentina fue finalista en tres, de los cuales el Diego comandó dos de sus finales, donde la alegría de la gambeta la trajo la zurda del Diego, acabando con el oscurantismo del mundial del 82 y regalándole una de las mejores épocas futboleras al mundo, pero ante todo algo que nadie podrá desconocer, sostuvo la sonrisa y la esperanza de un continente lleno de necesidades, las del barrio popular, la sonrisa en medio de la humildad, que solo seres extraordinarios como el Diego podían dar.
*Abogado, Especialista en Derecho Constitucional y Especialista en Derecho Administrativo.
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