Por: Holger Díaz Hernández/ “La humanidad no podrá liberarse de la violencia, más que por medio de la no violencia”: Mahatma Gandhi.
A lo largo de la historia de la humanidad las lapidaciones, el empalamiento y las mutilaciones entre otras han sido parte de las formas de castigo para quienes violaban principios religiosos, morales o éticos, o contra quienes cometían delitos contra la sociedad, se consideraba una forma de educar y de marcar límites y normas.
La lapidación subsiste aún en algunas sociedades modernas como castigo, entre otros el
adulterio de la mujer y como resultado de antiguas tradiciones jurídicas islámicas.
En todas las culturas los castigos físicos estuvieron presentes como disciplina educativa o como parte de sus procesos judiciales: en sociedades como Sumeria, Babilonia, Grecia, Roma o el antiguo Egipto.
En la biblia se menciona el castigo con la vara como símbolo de disciplina física (cosa corriente en la cultura hebrea), bajo condiciones como en el amor y solo para dar enseñanza al hijo (Proverbios, Colosenses y Hebreos).
En la Edad Media la flagelación era estimulada como método de autodisciplina. A partir del siglo XVI los castigos judiciales fueron convertidos en espectáculos públicos como señal de escarmiento a los que violaban la ley.
En el siglo XIX en la revolución francesa el azote como castigo corporal era muy frecuente, gran parte de estas prácticas fueron proscritas en el siglo XX en la mayoría del mundo dado los desequilibrios emocionales probados que comporta este tipo de conductas.
El castigo físico como terapia empezaba desde casa con la nalgoterapia, el correazo o el chancletazo que han sido algunas de las maneras de corregir desde la pequeña infancia, práctica que continuaba luego en el colegio con el reglazo y otro tipo de vejámenes. Enseñaban que la violencia es una de las formas de corregir al niño para después no tener que lidiar con el delincuente, aunque este tipo de prácticas han disminuido por fortuna por los cambios generacionales y jurídicos. El castigo físico o verbal a los niños decreció a la mitad por lo menos en las últimas dos décadas, pero persiste sobretodo entre las personas con menor escolaridad y nivel económico.
A pesar de todo esto el castigo físico se sigue aplicando aún hoy principalmente a los niños, las mujeres, a las personas de color o como símbolo de xenofobia.
Colombia vive hoy una oleada de violencia e inseguridad desbordada como nunca antes, estamos ante una escalada de hechos delictivos con cientos de casos diarios de robos, atracos, fleteos o sicariatos donde el accionar por parte de los delincuentes es desproporcionado y el uso letal de armas blancas o de fuego es común ante cualquier asomo de reacción por parte de los ciudadanos.
Como nunca antes sentimos que esto se le salió de las manos a las autoridades.
Todo esto ha llevado a muchas personas a asumir la decisión de actuar por mano propia en el castigo a los delincuentes.
En Bucaramanga hace unos pocos días un par de sujetos fueron golpeados e incinerada la moto en que se movilizaban cuando intentaron robar a una anciana, en Cali la comunidad agredió y le corto una mano y le produjo graves lesiones en la otra con arma blanca a un delincuente que había cometido un atracó minutos antes, a este se suman otras decenas de casos donde han sido golpeados gravemente por turbas de ciudadanos enardecidos, y heridos o muertos un buen número de personas culpados con razón o no de haber cometido un delito.
En la historia del país es famosa la “mano negra”, que en los años ochentas y noventas mataba a ladrones, drogadictos y a los mal llamados desechables supuestamente en nombre de la sociedad, se decía que eran labores de limpieza social por parte de miembros de la fuerza pública que actuaban en el anonimato. En Barranquilla hizo historia uno de ellos, famoso por su sevicia en el actuar al que denominaban el “Suavecito”.
Cientos de estos hechos ocurrieron a lo largo del país quedando impunes casi en su totalidad, la sociedad una vez más miró hacia otro lado.
Como médico debí atender hace unos años a un adolescente de 13 años, al que le fue amputada una mano y parte de su antebrazo producto de un disparo a quemarropa realizado por un sujeto enmascarado, como consecuencia de haber robado en forma repetida de objetos de escaso valor.
El fenómeno de justicia por mano propia es antiguo, pero ha crecido en algunos países del mundo incentivado por las redes sociales, las grabaciones realizadas generalmente con teléfonos celulares son compartidas masivamente generando un estímulo perverso para que otras personas lo realicen o permitan hacerlo ya que se muestran como una forma exitosa de escarnio hacia los delincuentes.
Hoy las voces de la comunidad son más de aprobación que de rechazo ante estos hechos, por parte de una sociedad asqueada ante el recrudecimiento de los actos de violencia contra la vida y los bienes ciudadanos sin que haya una reacción efectiva por parte de la fuerza pública o de la justicia ante la que son conducidos algunos de estos malhechores capturados en flagrancia, los cuales con demasiada frecuencia regresan a la calle a continuar con sus fechorías a los pocos horas o días.
La reacción de la comunidad de colaborar en la captura y judicialización de los bandidos es bienvenida, pero la justicia por mano propia es un delito y en consecuencia se tendrán que enfrentar los rigores de las conductas ilícitas cometidas, como lo establece la ley.
Quienes promueven o permiten que este tipo de situaciones se presenten, podrían terminar siendo víctimas de estos mismos actos, lo que se necesita es que la autoridad competente desarrolle las labores a las cuales está obligada por la constitución y nosotros estar prestos a colaborar como ciudadanos de bien para disminuir la violencia que desafortunadamente golpea cada vez más a nuestra sociedad.
“Ante las atrocidades tenemos que tomar partido, el silencio solo estimula al verdugo”: Alie Weisel, Premio Nobel de Paz.
*Médico cirujano y Magister en Administración.