Por: María Isabel Ballesteros/ En estos días tan dolorosos para Colombia pareciera absurdo escribir una columna sobre felicidad, cuando hemos sido tendencia a nivel internacional por las movilizaciones masivas que han resultado en la muerte de ciudadanos y uniformados, lo que reflejan no solo un inconformismo político, sino socioeconómico, que en tiempos como estos son un referente importante de lo que consideramos felicidad.
No es fácil ponerse de acuerdo acerca de si esta es una emoción o estado del ánimo asociado con la satisfacción o la plenitud, porque para cada persona puede significar diferente según su cultura o el lugar donde vive, sin embargo, hoy en día ya hablamos cuantitativamente de la Economía de la felicidad o vemos publicaciones como el Índice global de felicidad donde la ONU, cada año, evalúa a 157 países basándose en factores como el PIB per cápita, la esperanza de vida, los niveles de corrupción, las libertades personales y civiles y el apoyo social que reciben las personas de sus gobiernos.
En el ranking de los primeros lugares más felices de la tierra han estado, según los últimos informes, Finlandia, Noruega Dinamarca Islandia y Suiza, reconocidas socialdemocracias que han logrado el llamado Estado de bienestar, que suple con amplitud las necesidades básicas de los individuos, pero que paradójicamente también aparecen entre los primeros 40 países con las mayores tasas de suicidio del mundo, por cada 100 mil habitantes, desde el año 2000.
Estrechamente relacionado al tema de la felicidad encontramos a Bután, un país budista que desde los años 70 priorizó “la felicidad nacional bruta sobre el producto nacional bruto”, y que a pesar de no ser una nación rica ni la más feliz del mundo, pues ocupa el puesto 97 del ranking, nos propone un nuevo paradigma económico que propende por políticas de crecimiento más sostenibles, inclusivas y equitativas para todos. En Bután existe un Ministerio de la Felicidad que para medirla toma en cuenta el nivel de vida, la salud, el bienestar mental, la educación, el tiempo, el buen gobierno, la comunidad, la diversidad ecológica y cultural.
Puede sorprendernos que a pesar de nuestros problemas estemos en el lugar 37 de los países más felices, según la ONU, o aparezcamos en tercer lugar en la encuesta global de felicidad, realizada en el 2020 por la asociación WIN, una empresa de investigación de mercados. Este posicionamiento en términos de felicidad puede interpretarse de varias formas: o tenemos una información genética y personalidad que la favorecen, un alto nivel de resiliencia, una visión optimista del entorno o al ser importante la religión para nosotros, somos más espirituales y desprendidos de las cosas del mundo, lo que permite que nos conformemos con menos para ser felices…
La Universidad de Harvard, que ha investigado el tema por más de 75 años, plantea seis puntos básicos para “ser feliz”, en el siguiente orden:
1- Valorar el amor por encima de todo.
2- Tener relaciones significativas y conexiones que importen mucho.
3- No abusar del alcohol.
4- Considerar que el dinero no nos hace más felices.
5- Ser optimista y concienzudo.
6- Tener presente que la felicidad se encuentra en cualquier momento de la vida.
Estos seis tópicos me recuerdan las palabras de Zygmunt Bauman, sociólogo polaco quien en el documental La teoría sueca del amor, concluye: “Es falso que la felicidad signifique una vida sin problemas, pues una vida feliz implica superarlos, luchar con ellos y resolver las dificultades”. Los desafíos nos ponen bajo presión y llegamos al momento de felicidad cuando hemos controlado los retos del destino. Es precisamente esa alegría de superar las dificultades la que se pierde cuando el confort crece”.
El economista Richard Easterlin también apoya la teoría de que “incrementos importantes de renta no van acompañados de aumentos en los niveles declarados de felicidad, a menos que nos encontremos por debajo de los niveles medios de subsistencia, pues quienes ya llegaron a los niveles de renta situados por encima del mínimo vital no demuestran una correlación positiva en el aumento de la felicidad”.
Otro personaje tal vez más cercano para muchos de nosotros es el motivador colombo-japonés Yokoi Kenji, quien en algunas de sus conferencias sobre la felicidad menciona cómo pudo rescatar del aburrimiento y del suicidio a varios de sus amigos japoneses, que luego de vivir en Ciudad Bolívar, uno de los barrios más deprimidos y pobres de Bogotá, recuperaron el sentido y amor por la vida.
No quiero decir con todo esto que no ambicionemos estar cada vez mejor o deseemos superar nuestras limitaciones, incluidas los materiales, pero las experiencias mencionadas no solo confirman lo expuesto por Harvard, sino que nos muestran que la felicidad no es posible sin problemas, no está ligada a la riqueza de las personas ni depende de un medio ideal donde nada falte. Además, cada vez que conseguimos lo que anhelamos queremos más y en ese sentido siempre iremos en una búsqueda interminable, lo cual representa un nuevo problema y vacío para la felicidad.
Las difíciles experiencias de los últimos días han mostrado a nuestros mandatarios que deben estar más sincronizados con nuestra realidad, permitiéndonos mayor participación en las decisiones que nos afectan, además de seguir venciendo los grandes males que minan la democracia y que reducen nuestro índice de satisfacción con sus administraciones, pues no hay que olvidar que la felicidad también se nutre de factores sociales como la igualdad, la cohesión, la calidad de vida y el buen gobierno.
La felicidad no es una meta para conquistar como sea, sino un camino que cada uno va construyendo, y que abre espacios para la solidaridad y la reconciliación, la cual exige soltar el pasado que no podemos cambiar, dejar la ansiedad por un futuro que no sabemos si llegará, y disfrutar del presente como un verdadero regalo.
*Asesora en Sistemas Integrados de Calidad
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