Por: María Isabel Ballesteros/ Aunque los expertos indican que el dolor físico definitivamente es un tema subjetivo y muy ligado a las experiencias del entorno, se cree que cuando las mujeres damos a luz, dicha sensación puede compararse con la rotura, al mismo tiempo, de 20 huesos del cuerpo… Pues bien, solo quienes somos madres podemos describir la realidad, sin embargo, hay que precisar que el alumbramiento aparece en los primeros lugares de la escala de dolores más intensos que podemos llegar a sentir los seres humanos.
Aún no sabemos si ese alto grado de dolor influye, de alguna manera, en ese vínculo inquebrantable que creamos las mamás hacia los hijos, o sencillamente se da por albergarlos en nuestro vientre, pero lo cierto es que la inmensa alegría de tener a ese pequeñito en nuestras manos nos hace olvidar todo malestar, que termina transformándose en un amor profundamente excepcional y que nos despierta un inmenso deseo de protección.
Pero no solo esta fortaleza femenina, esa clase de amor por los hijos, el desempeñarnos como mujeres multitareas o ser más del 50% de las cabezas de hogar en el país, es lo que nos hace admirables, no. Aunque nadie cuestiona la importancia del padre, los abuelos, los tíos o los hermanos en la formación de un niño, como afirma el psicoterapeuta Emiliano Villavicencio, no queda duda en que las madres somos fundamentales en el hogar, por la sencilla razón de tener el primer contacto y conexión, no solo física sino emocional, con ese ser que se abre a la vida y que vamos moldeando, poco a poco, con los valores y principios que le enseñamos, además de orientarlo, de manera definitiva, en el camino hacia su independencia.
El afecto que damos las madres resulta tan importante en el desarrollo físico y psicosocial, que hay evidencia que muestra cómo aquellos niños que crecen con poco cariño desarrollan estrés, desde muy tempana edad, y enfrentan más problemas que los demás. Por ello, las madres marcamos la vida de nuestros hijos y aunque “ser mamá” es una experiencia única, hoy en día ese concepto y por ende el de la maternidad ha adquirido nuevas connotaciones, no solo por los avances en temas de fertilidad in vitro, congelación de óvulos o el alquiler de vientres, sino en consecuencia con la profesionalización de la mujer y su ingreso a la vida laboral, la cual la lleva a postergar cada vez más la maternidad hasta alcanzar determinados logros.
Si bien es cierto que en Colombia el embarazo adolescente es considerado un problema de salud pública, esa tendencia de madres mayores de 35 años está en aumento. Tampoco es extraño decir que el papel de madre, definitivamente, va más allá de una relación biológica porque también es una actitud y un oficio que se aprende, como puede suceder con las madres que adoptan bebés o también con las madres sociales o comunitarias, mujeres con vocación y gran responsabilidad que, en apoyo a sus comunidades vulnerables, reciben un ingreso por su trabajo, ya regulado por el Estado.
De igual manera, uno de los grandes avances hacia una sociedad más justa ha sido el reconocimiento de los derechos sexuales y reproductivos de las personas, que en Colombia permite a las madres gozar de 18 semanas de licencia remunerada y a los padres, de 8 días lo cual, de alguna manera, aporta en la necesidad del recién nacido de tener la mayor cercanía con sus progenitores, en los primeros meses de vida.
En temas de salud ser mamá también trae muchos beneficios, entre ellos, el desarrollo permanente de ciertas regiones del cerebro que se refuerzan para el cuidado de los hijos, lo que posibilita, posteriormente, realizar mejor otras actividades intelectuales; además, se ha encontrado que existe una relación entre dar a luz y tener la tensión arterial más baja, lo que reduce el riesgo de infartos, y que la lactancia ayuda a prevenir no solo la depresión postparto, sino el cáncer de seno y ovario debido a la reducción de los periodos menstruales.
En fin, ser madre es un mundo nuevo que nos cambia la vida y el orden de prioridades siendo, para la mayoría de las mujeres, un motivo de superación o realización personal y una de las más grandes satisfacciones que existen. De hecho, cuando decidimos tener hijos tratamos de prepararnos leyendo al respecto o poniendo en práctica los consejos de nuestras antecesoras, pero en definitiva encontramos que no existen manuales que nos expliquen cómo ser las mejores en este rol.
Por ello, ser mamá termina siendo todo un arte que vamos desarrollando a través del tiempo con sabiduría, paciencia, sensibilidad, buen ejemplo, espiritualidad, comprensión y autoridad, de modo que no es exagerado decir que donde hay madre, hay familia y donde hay familia, se gesta el potencial de una nación.
De ahí que todos nuestros hijos sean iguales de importantes y siempre los veamos como a los dedos de la mano: necesarios, interdependientes y valiosos. Por eso, el día en que hayamos esculpido en ellos una forma y extiendan sus alas para partir, no tengamos miedo, pues como escribió la madre Teresa de Calcuta: “Enseñarás a volar, / pero no volarán tu vuelo. / Enseñarás a soñar, / pero no soñarán tu sueño. / Enseñarás a vivir, / pero no vivirán tu vida. / Sin embargo… / en cada vuelo, / en cada vida, / en cada sueño, / perdurará siempre la huella / del camino enseñado».
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*Asesora en Sistemas Integrados de Calidad.
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