Por: Óscar Prada/ Las justas deportivas son tendencia mundial, y también el escenario idóneo para asemejar las proezas de las máximas figuras deportivas, con respecto a los draconianos logros de los funcionarios nacionales.
Es fascinante el despliegue periodístico derivado del cubrimiento de las olimpiadas, objeto de una atípica postergación a causa del confinamiento por la pandemia del Covid-19; sin embargo, la insipidez de aquellos actos ausentes de público, resulta un trago amargo para la solemnidad del reconocimiento en el podio.
La oda de la premiación al esfuerzo de años sacrificados y de la superación de múltiples adversidades, transportan al merecedor de una medalla en un frenesí de emociones comprimidas en unos pocos instantes de éxtasis total, donde la ovación es inescindible de aquel acto y que lamentablemente es casi ausente en el presente.
Evocando la mitología griega, Filípides siendo un mensajero que se le encomendaba la apremiante tarea de comunicar la buena nueva de la victoria del ejercito griego frente a los persas, con el fin de evitar la conflagración de Atenas y el genocidio infantil por parte de los primeros al creer que fueron derrotados por sus adversarios. Si bien la tarea loable de Filípides quedo inmortalizada en los anales de la historia; la maratón en lo que acaece hoy en el medio deportivo se traslada también a las competiciones políticas.
La codicia del oro, ha logrado incentivar con ahínco, la carrera de relevos del poder en Colombia; sin embargo, es de exaltable interés que el departamento de Santander, ejerza su plena supremacía en la dominancia de este deporte tan competitivo. El clan de los “A”, está en el sonajero político al arrasar con el oro y ser los verdaderos campeones de los relevos de 3×4 -tres periodos de cuatro años, ejercidos por una terna de personas consanguíneas -, adjudicándose todas las preseas a su favor, gobernando Santander y conduciéndolo a la vergüenza del Olimpo macondiano, al requerir la justicia en días pasados al segundo de sus tres miembros.
Hoy Santander, al igual que los deportistas olímpicos se encuentran en el podio ausente de ovación por causas diametralmente opuestas. Las jornadas extenuantes de entrenamiento, combinadas con los infaltables ingredientes del sudor y las lágrimas de los deportistas para figurar cada cuatreño en las justas del deporte mundial; no son nada comparables con el trasfondo oscuro de las maratónicas jornadas electorales, por parte de los candidatos políticos, donde se aprecia el despliegue bizarro de los aceitados engranajes de sus correspondientes maquinarias meses antes de su competición en las justas electorales.
Los olímpicos de la política que concursan por puestos de la burocracia, representan de forma deshonrosa a sus electores, como aquellos que no. Cuando entran en el medallero olímpico del detrimento al fisco, del peculado y del afamado concierto para delinquir. –aclarando que el termino concierto, procede del verbo concertar-, configura un golpe demoledor al principio constitucional del bien común.
El profesionalismo de los clavados sincronizados en el deporte político colombiano es excepcional, al igual que en las justas de Tokio 2020, los ganadores se caracterizan por penetrar el espejo de agua con disipadas salpicaduras; en el caso de los políticos de las olimpiadas nacionales, penetran el patrimonio de los contribuyentes con sincronía tal, que alarma el grado tal de perfección con que atraviesan el espejo de las aguas pecuniarias.
El nado sincronizado de la política colombiana en los mares de la corrupción, es de los deportes políticos de vieja data, los delfines políticos muestran la verdadera variedad de estilos del dominio de las aguas, con destreza endémica que opaca inclusive a verdaderas figuras de este deporte político a nivel mundial, haciendo de Colombia en una potencia muy superior en el medallero mundial del nado sincronizado de la corrupción.
Según el Índice de Percepción de Corrupción del año 2016 (IPC), tomado de la Agencia para la Transparencia Internacional, califica a Colombia con 37 puntos; muy por debajo del promedio global que es de 43 puntos, lo que la posiciona en el ranking del medallero olímpico mundial de la corrupción, en sus distintas contiendas deportivas del clientelismo, malversación de dineros públicos y soborno-entre muchos otros-. Los anteriores derivados de la cultura del incumplimiento de las normas, que se traduce en el desprecio puro hacia la ley, la cual es vista únicamente como un instrumento que se respeta y acepta cuando es benéfico para los fines personales, y se burla de la norma cuando resulta inconveniente para los mismos[1].
Lamentablemente, hasta el crédito obtenido por los deportistas colombianos es usurpado sin clemencia por los deportistas políticos, cuando estos últimos no auspiciaron a los deportistas nacionales con el fin de morigerar su extremo sacrificio. La codicia del oro, las ansias descomunales del tesoro, y los libidinosos deseos del reconocimiento; hacen ineficaz cualquier Viagra para parar a los olímpicos de la corrupción. –Inspirado en la frase recordatoria de la excandidata presidencial Ingrid Betancourt-.
Los triunfos robados, son la cereza del pastel del cinismo político que los acredita como verdaderos campeones olímpicos de las justas de la vergüenza nacional, y exponentes de talla mundial. De forma excepcional el pueblo colombiano como potencia planetaria en el levantamiento de pesas, se perfila de los más destacados en el mundo soportando más carga de la que sus extremidades están diseñadas. El común colombiano intenta su ultimo envión, previendo si en el ocaso del presente cuatrienio presidencial pueda despojarse de los pesados discos de la ignominia y logre colgarse en su cuello el oro de la ovación de su voz interior, escuchando el soneto de su propio reconocimiento. ¿Ganara Colombia en las justas de 2022?
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*Ingeniero Civil, estudiante de Derecho.
Twitter: @OscarPrada12
(Esta es una columna de opinión personal y solo encierra el pensamiento del autor)
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[1] Tomado de Corrupción en Colombia.
