Por: Adrián Hernández/ Tal vez mi padre lo supo entender en su cotidianidad y en su oficio del campo, lo tradujo fácil y sencillo, cuando trenzado en férrea lucha terminaba la jornada, exhausto, con su rostro amellado por el inclemente sol y sus manos aun temblorosas de la faena que acababa de librar. A veces no se avanzaba mucho, a veces sí dependiendo del terreno. Lo cierto es que con todo y lo que fuera, al terminar la jornada siempre exclamaba: “con esos bueyes hay que arar”.
Yo no lo entendía muy bien porque aún estaba muy pequeño. Y más cuando no había podido escapar de la extenuante jornada porque había tenido que recorrer más de una docena de millas delante de estas feroces bestias que parecían leerme el pensamiento y cuando percibían que ya no podía más, aligeraban el paso y por supuesto el cansancio acuciaba y el deseo de sentarme a un lado un poco se hacía más evidente. Pero esos eran los bueyes y con esos había que arar.
Ya en la noche tratando de conciliar el sueño, repasaba los distintos cuadros del día y emergía de nuevo la frase de mi padre: “con esos bueyes hay que arar” y sí en efecto no había más, no se sabe si eran los más mansos o los más briosos. Eran esos, al igual que el terreno y las condiciones del clima. No dependía de mí cambiar la situación, sin embargo, sí dependía de mí el amargarme o dejar pasar sin que me afectara, dependía de la interpretación de los hechos que pudiera hacer.
La cuestión es de aceptación y sobre todo de ser conscientes de esta aceptación. En mi caso, siendo tan pequeño no era tan consciente, renegaba, lloraba, acusaba a mi padre de ser cruel y despiadado conmigo. ¡Y por supuesto de bueyes no quería saber absolutamente nada! Hoy parado en la línea de vida donde me encuentro, me pregunto si aquellas escenas se siguen repitiendo en mi vida: la respuesta es sí, ya no son los bueyes, pero sí los desencuentros familiares, los malos entendidos con los hijos, con la familia, etc.
Curiosamente el pasado día del amor y la amistad arrojó cientos de llamadas denunciando violencia intrafamiliar. No deja de llamar la atención, pues ha de suponerse que si se establece este día y sobre todo se quiere celebrar y con las personas que supuestamente amamos, ¿por qué el maltrato? ¿Por qué esa cantidad de peleas y discusiones callejeras? Al parecer hay una sobre carga emocional y una marcada perturbación interna en muchos ciudadanos.
Este panorama nos genera una pregunta de entrada: ¿Algún día los humanos podremos vivir contentos con nosotros mismos, con los que viven a nuestro alrededor y con todo lo que nos circunda? Personalmente creo que sí es posible. La cuestión es que no es fácil, exige toma de consciencia, que no es otra cosa que estar aquí y ahora. ¡Ese es el secreto!
Hablemos un poco de esa toma de consciencia o para ponerlo un poco más técnico: Consciencia Plena. Para lograrlo les propongo este ejercicio mientras continuamos leyendo: centre su pensamiento de tal manera que uno y solo uno pueda estar durante los siguientes cinco minutos. Estoy seguro que mientras leyó esto, a su mente llegaron por lo menos diez pensamientos distintos. Se ubicaron en el pasado y en el futuro.
Del pasado pudo haber llegado desde el paso por la escuela si ya tenemos varios años o desde la manera como mamá nos hablaba siendo pequeños hasta lo que pudo haber sucedido esta mañana: ¡Por qué sería que el café estaba frio! También pudo haber saltado al futuro, ¿será que voy a ser un famoso y acá donde estoy no me valoran?, en fin. Nos olvidamos del presente y el presente no es otra cosa que es lo que hay ahora.
Me puse a imaginarme el motivo de las discusiones de amor y amistad que terminaron en reporte de violencia intrafamiliar. Supongamos que fue una pareja que amanece con el romanticismo a flor de piel. Entonces ella siente que él salió muy temprano y ni siquiera la tocó, entonces piensa: hoy es amor y amistad, no me dijo nada apenas despertó, pero sí salió. Debe estar hablando con las amigas o fijo con la amante y a mí me dejó de últimas.
Mientras tanto él avanza presuroso para sorprenderla con flores o quizá con un desayuno sorpresa, pero también pensará, se quedó dormida, nada le inmutó, me desperté traté de susurrarle, pero no se despertó, ya no le intereso. También ella pensará en la última canción que se dedicaron. Así que cada quien está en su canal, pero además en distintos tiempos. Luego viene el encuentro y cada uno por su lado se ha encargado de matar la sorpresa porque sus mentes están o bien en el pasado o bien en el futuro, pero no están viviendo el momento presente.
Mientras el tiempo transcurrido para el anuncio de la sorpresa, el cuerpo y más concretamente la mente se ha llenado de toda una carga bioquímica que ha hecho reaccionar todo el cuerpo. Así sensaciones, pensamientos y emociones han provocado el movimiento de neurotransmisores que van desde la activación de glándulas suprarrenales hasta la entrada en acción de la región frontotemporal del cerebro. De tal manera ha sido el impacto que todo está en movimiento como un remolino y el arsenal del afrontamiento aunado al de la lucha ha sido activado.
Conclusión del día del amor y la amistad, no hubo, cada uno terminó por su lado y si acaso se encontraron fue para decirse o manifestarse todo aquello que en realidad no se quería decir. Balance final: resentimiento, dolor y sufrimiento.
Pero qué se hubiese podido hacer en lugar de dar campo a ese final no tan feliz. De acuerdo con los estudiosos de la atención plena como Jon Cabat-Zinn, se trata de darnos cuenta de dónde estamos. Cuando soltamos el pasado o el futuro y nos centramos en el aquí y ahora, despertamos en este preciso instante, esto no es más ni es menos sino esto es lo que hay, con estos bueyes hay que arar, porque no hay otros.
La cuestión no es fácil pero tampoco imposible, todo comienza con parar el ajetreo cotidiano y dedicar el tiempo para atender la demanda de nuestra mente que a diario puede permitir entre 60 mil a 70 mil pensamientos. La idea no es dejar de pensar, sino que se trata de centrar la atención en mí, en lo que siento y sin juzgar y sin inmiscuirme con el raudal de pensamientos, es atender inicialmente el acto de sentir cómo entra el aire a mis pulmones y cómo sale.
Luego, convertirme en un observador de mis propios pensamientos y dejarlos pasar como cuando nos sentamos a la orilla de la utopista y vemos cómo pasan los autos, pero estando ahí. Y si acaso el pensamiento se va o hacia el pasado o hacia el futuro, volver sin condenar y continuar con el ejercicio. Aceptando siempre que “esto es lo que hay”. Esto es vivir en armonía con nosotros con los otros y con el mundo.
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*Filósofo y Teólogo. Psicólogo Universidad Nacional. Magister en Biociencias y Derecho Universidad Nacional. MBA Inalde Bussines School. Director Programa Inteligencia Espiritual Medirex.
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