Por: Diego Ruiz Thorrens/ “Me dijo que si seguía hablando de él, que si continuaba diciendo que (él) quería hacerme daño, me buscaría, me encontraría y me quitaría la niña. Me dijo: ‘mamita, si quiere le parto la madre para ver si se calla, pa’ que aprenda. Usted no sabe de lo que yo soy capaz’. ¿Ahora si entiende usted mi temor?” (María*. Bucaramanga. 13 de Febrero 2022. Denuncia anónima).
No sé cuántas veces he escrito sobre lo mismo. La verdad ya perdí la cuenta. Pero escribiré, insistiré y lo diré una y todas las veces que sean requeridas: Los riesgos de ser – nacer mujer en Santander son sumamente altos. En nuestro departamento, las violencias basadas en género son pan de cada día y la impunidad es tan rampante que desconcierta. Aquí se premia al agresor y se censura a la víctima, sin importar si ella es una menor de edad, una joven adolescente, una mujer trans o una mujer adulta mayor. Ser mujer es suficiente motivo para desencadenar la más despiadada de las violencias.
La angustia que enfrentan a diario las mujeres víctimas de las violencias basadas en género es difícil de describir. En la mayoría de casos, la sed de venganza que siente el agresor por su víctima pareciera tener como objetivo saciar todo su odio, buscando infligir la mayor cantidad de dolor y humillación posible. Para el victimario, no importa ni la edad ni el estrato socioeconómico de su víctima. El frágil ego del macho que no acepta la realidad y la pérdida le imposibilita afrontar el duelo y seguir adelante, lo que termina impulsando su frustración y su ira en algo volátil, sumamente explosivo, totalmente ciego. Y en su ceguera, mientras anhela alcanzar una turbia tranquilidad, buscará por todos los medios ‘enseñarle’, ‘demostrarle’ a su víctima que él es quien manda.
En tan solo un mes (hablo de febrero), como director y cabeza de la corporación Conpazes, he orientado varios casos relacionados a violencias basadas en género. En casi todas las denuncias, la víctima teme exponer a su agresor. Sólo en un caso, la víctima tuvo la valentía de denunciar, no quedarse callada, gracias a que contaba con el apoyo de su círculo más cercano de amigos, amigas y familiares, permitiéndole sentirse mucho más segura. Pero no en todos los casos esto sucede. Dos ejemplos de esta situación son las perturbadoras historias de María* y Juliana*, ambas jóvenes mujeres (la primera, una mujer cisgénero; la segunda, una joven mujer trans) a quiénes conocí mientras solicitaban orientación sobre rutas, instituciones y puntos de atención que les permitiera enfrentar y superar, definitivamente, el calvario que viven.
Para María, los últimos meses han sido un total infierno dado que siente que su vida corre peligro: ‘El papá de la niña pasó de la violencia verbal y ahora me está amenazando con hacerme daño físico. No quiero que ni yo ni mi pequeña terminemos, por culpa de él, muertas’, manifiesta. Admite sentirse sola, sin ningún tipo de apoyo o soporte. Sus propios amigos le han dado la espalda, y aquellos aún más cercanos, consideran que está loca: ‘todos me han preguntan que cómo mi expareja, un hombre tan culto, tan centrado y trabajador, puede desear agredirme o agredir a la niña. Te aseguro que si él algún día me mata, terminarán diciendo que todo fue culpa mía”, me cuenta con profunda resignación.
Tampoco ha recibido respaldo de instituciones que deberían acompañarla desde lo legal y lo psicosocial: ‘Cuando fui a solicitar ayuda a la comisaria de familia y contar con detalle mi historia, el señor que me atendió simplemente me dijo que, al no contar con algún tipo de evidencia como una agresión física, no podía ni tenía la manera de demostrar lo que yo estaba denunciando. Que si era posible, que arreglara con el papá de la niña porque eso es problema de familia, y que me encomendara a Dios por el bienestar de mi bebé. ¿Qué carajos es eso? ¿Debo resultar llenar de golpes o muerta para que alguien me preste atención?’.
Para Juliana*, empoderarse legalmente se ha convertido en una necesidad, una prioridad, principalmente debido a que su expareja no la deja respirar, y la persigue esté donde esté, llegando incluso a las amenazas enfrente de todo el mundo. Por ello, manifiesta sentir su más profundo deseo por romper con el círculo de violencia verbal, psicológica y emocional que vivió, dejando atrás este capítulo de su vida.
Con tristeza me dice que aun no entiende qué fue lo que pasó: ‘No comprendo cómo pude dejar pasar tanto tiempo y no haber visto las señales de peligro. Todo comenzó con comentarios sarcásticos, luego los celos. Luego, a no dejarme ver ni encontrarme con mi familia. También, comenzó dejándome encerrada en casa. Eso no era vida, y siempre vivía con miedo a que él pudiese hacerme algo’.
Tanto María como Juliana comparten un mismo temor y es el miedo de perder la vida a manos de sus agresores, sintiendo que ni nadie ni nada estará presente para protegerlas.
A pesar que tanto gobernación de Santander como Alcaldía de Bucaramanga cuentan con programas que tienen como objetivo garantizar, brindar, y acompañar a todas las mujeres víctimas de violencias basadas en género, la realidad que encontramos en los municipios restantes, es precaria, lo que termina generando una brecha en la atención, asesoría, protección y seguimiento de casos, imposibilitando prevenir la violencia.
Mucho menos encontramos procesos que promuevan la protección y los derechos de las mujeres, o que al menos permitan conocer las rutas de atención en casos donde esté en riesgo la vida y la integridad de las víctimas. Tampoco existen las rutas que les permitan exponer la negligencia de aquellos funcionarios que no cumplen la ley, ni que brindan medidas de protección.
Es casi todos los 87 municipios del departamento, no existen voluntades, de ningún tipo (política, social, administrativa) y sin voluntad, el número de mujeres afectadas o que posiblemente pueda resultar siendo asesinadas a manos de sus exparejas, conocidos y otros, seguirán aumentando.
Este artículo es un llamado de auxilio que busca exigir mayores acciones por parte de todas las instituciones encargadas de la defensa de los derechos de las mujeres. También, de un mayor compromiso por parte de toda la sociedad. Al igual que María y Juliana, cientos de miles de mujeres con/viven con sus agresores, aguantando todo tipo de violencia.
Es hora de hacer algo. Tenemos la posibilidad de salvar las vidas de las mujeres que corren peligro debido a las violencias basadas en género. Está en nuestras manos.
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*Estudiante de Maestría en Derechos Humanos y Gestión de la Transición del Posconflicto de la escuela Superior de administración Pública – ESAP Seccional Santander.
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