Por: Laura Jaimes Muñoz/ Cuando se es madre la felicidad es grande, y más aún cuando se ha esforzado por enseñar a los hijos el buen camino para que tengan una vida feliz. Tradicionalmente se ha dicho que la familia es lo más importante en la sociedad, pero la realidad es otra, esto, realmente no se ha concretado. La consecuencia ha sido que la familia colombiana enfrenta una de las más graves crisis de toda su historia.
Una crisis que se origina en la pérdida total de valores, el desprecio por la ley, la pérdida de respeto por la vida humana, el menosprecio a la mujer, la indiferencia ante el sufrimiento de los niños, la falta de oportunidades laborales para los hombres, la falta de oportunidades de estudio para los jóvenes, la falta de apoyo para discapacitados y personas de la tercera edad, el hambre de muchos hogares, la delincuencia, la drogadicción, la desesperanza.
Se podría decir que no hay esperanza, que debemos resignarnos a nuestra suerte, que debemos dejar de protestar: y la realidad es que hay un marco de desesperanza aprendida debemos derrotar para cambiar nuestra suerte.
Nos enseñaron a perder la esperanza y tenemos que recuperarla para conquistar la vida digna que queremos y a la que tenemos derecho.
Definitivamente, esta situación tiene que cambiar y la única manera de llevar solución a las numerosas y crecientes deficiencias de las familias es lograr que el gobierno nacional genere un plan de largo alcance, que permita canalizar hacia las familias los mayores y mejores apoyos, de tal manera que cada uno de sus integrantes conquiste unas mejores condiciones de vida.
Menos despilfarro de los recursos públicos, nada de corrupción, mucho de solidaridad social e inversión social.
Es importante que los nuevos representantes se den la tarea de diseñar y ejecutar con el estado acciones específicas orientadas al rescate de la familia, para que el mejoramiento de sus condiciones de vida se convierta en verdadera paz en todo el país
Como psicóloga, he logrado llegar a conocer algunos problemas de las familias de Santander—y puedo decir que éstos son muy muchos y muy graves.
La vida de familias que: carecen de ingresos, que en la mayoría de los casos, no tienen seguridad social, que no cuentan con los medios para comer tres veces al día, que no pueden garantizar la educación de sus hijos y que viven paralizadas por problemas de toda índole.
Es de admirar a estas familias y es maravillo de que puedan seguir existiendo siquiera, pero no es justo tanta desigualdad e injusticia social.
Y en medio de tanta dificultad sigan luchando por su subsistencia, inclusive cuando, a pesar de su persistencia en la búsqueda de mejores condiciones, se encuentran con una pared que señala su frustración y que las condena a continuar en las mismas circunstancias sin ilusión alguna en un futuro mejor.
¿Puede, cualquier persona, imaginar lo que es manejar un hogar donde las niñas corren el riesgo de quedar embarazadas donde los jóvenes pueden caer en la delincuencia o la drogadicción donde el padre, muchas veces, se alcoholiza por el dolor de no encontrar solución a sus necesidades y donde los discapacitados no tienen medios para obtener una ayuda técnica que les brinde alguna dignidad?
La situación de las familias a lo largo de más de una década, es extremadamente dolorosa y reclama acciones efectivas del gobierno para fortalecer a todas las familias—en este caso de Santander— de modo que desempeñen un mejor papel en la sociedad y se conviertan en protagonistas de un progreso cada día mayor para todos los habitantes del departamento.
Ahora, nadie puede imaginar, tampoco, lo que significa para una mujer manejar una familia en estas condiciones de indignidad, la lucha diaria por poner comida en la mesa, por evitar que su hombre se descontrole, por conferir alguna esperanza a sus hijos.
Las mujeres de Santander son unas verdaderas heroínas, porque, en la mayoría de los casos, mantienen la unidad del hogar y controlan a sus hijos para que no abandonen el camino correcto.
Las mujeres de Colombia y Santander merecen todo el respeto, por una labor abnegada de años y años, durante la cual han evitado males peores derivados del abandono de la familia.
Pero este esfuerzo tiene como resultado que la mujer resulte sacrificada en más de un sentido: No sólo tiene que enfrentar la situación derivada de la imposibilidad de conquistar sus propios sueños de persona… Sino debe entregarse—minuto a minuto, día a día, durante años y décadas—a administrar una familia, sin los más mínimos recursos para cumplir esa tarea.
La mujer, que debería estar esforzándose en procura de su propia realización, pero termina sacrificada al servicio de la familia.
Los santandereanos tenemos que corregir esta situación, ni la mujer debe ver frustrados sus sueños, ni debe envejecer, abnegada, en una lucha contra imposibles para atender las necesidades de sus seres queridos. Todo el mundo dice y repite que la sociedad es la sumatoria de todas las familias.
Pero pocos se ponen a pensar que si las familias no están atendidas en sus necesidades que, si están insatisfechas la sumatoria de todas las familias será una sociedad disfuncional e insatisfecha, como, efectivamente, es el caso de Santander.
En recorridos por el departamento, se puede comprobar la insatisfacción y ese ha sido uno de los aspectos que llevan a concluir que desde la acción política efectiva—desde el ejercicio de una política responsable—y un trabajo positivo de parte del estado permitirá cambiar este panorama desolador, para que se logre hacer de Santander una región legítimamente pacífica, donde nadie caiga en la prostitución o la delincuencia para solventar sus necesidades, y donde podamos construir niveles de vida como los de otras regiones del mundo, que ofrezcan alguna posibilidad de felicidad.
Es urgente que se logre implementar una eficaz acción de Estado donde todos los organismos públicos -sin excepción- orienten sus esfuerzos a la solución de problemas de la vida cotidiana, es sencillo que halla sensibilidad social en cada sector y en cada servicio.
De hecho, se incluye, una gestión parlamentaria efectiva para conseguir que el Estado mejore la situación de las provincias, de modo que la gente joven no quiera irse a las ciudades a engrosar los cordones de miseria: qué bueno fuera, que bueno fuera una atención integral a las familias, que pudieran conseguir la permanencia de los jóvenes en los municipios, entregados, en una buena proporción, a las actividades agropecuarias que son cada día más rentables, ante la necesidad de comida que tienen los habitantes de las ciudades.
Esto es lo que han hecho, exitosamente, otros países del mundo, esta es la oportunidad que tienen los dirigentes de diseñar planes y programas efectivos que permitan a representantes y senadores, a partir del próximo año, desempeñar un papel verdaderamente responsable, constructivo, que contribuya a elevar la calidad de las familias de Santander y el país.
Es romper con el pasado, para señalar caminos nuevos de progreso para todos los ciudadanos. Y que familia sea el centro de una acción política sin precedentes, para edificar una mejor sociedad.
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