Debo aclarar que no se trata de criticar el aprendizaje de otro idioma; por el contrario, me regocijo en aquellos que han tenido la posibilidad y la capacidad de emprender la lectura de Falkner, de Camus o de Nietzsche en su respectiva lengua original.
Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P/ Hace poco, escuché a alguien leer la palabra “jazmín”. Sin embargo, su pronunciación fue “yazmín”. Ese curioso error cometido en el que se confundió la palabra que nombra una flor con la que quizá evoca a una tía o una vecina me ha generado grandes preguntas. Se ha convertido en una suerte de pensamiento constante y me puso a reflexionar en lo conscientes o inconscientes que somos de lo que leemos, y particularmente, de las influencias que tiene en una lengua, la presencia de otras.
En nuestro caso, la conciencia de hablar español y qué tan influenciado se ve por la lengua inglesa, por la francesa o por cualquier otra. Se trata de una discusión, si se quiere, una reflexión, que parece insulsa y poco importante en una sociedad donde el bilingüismo es muestra de cultura. Sin embargo, a pesar del exceso, o mejor, de la victoria del inglés como lengua franca que cobra importancia sobre la profundización y el buen uso de la lengua materna, creo que aún hay mucho por pensar.
La lengua materna es aquella que se aprende en los primeros años de vida. Precisamente, su denominación de “materna” hace referencia al aprendizaje de la lengua a partir de la madre, casi que viene junto con la leche que fluye del seno, se aprende de forma natural e incluso va desarrollándose de la mano del desarrollo de ideas y su concreción, a partir de la conceptualización posible por el uso mismo. Después de lo mencionado, es pertinente aclarar que, por “madre” no me refiero a la madre biológica en sí, sino a aquellos que deciden la lengua que el infante tendrá por materna que, en muchos casos podría incluso ser una lengua diferente a la de su entorno.
Hace poco leí un texto de Bifo Berardi donde se hace énfasis en la forma en que se adquiere la lengua materna y los grandes cambios que conlleva dicho aprendizaje. Esta reflexión la ve pertinente el autor debido a que poco a poco se han venido constituyendo generaciones en las que cada vez se aprenden más palabras de una máquina que de la voz materna, generando algunos problemas para la vinculación de la palabra con su sentido, pues esta relación (palabra−sentido) se da con mayor facilidad por la confianza que genera la voz de la madre, entiéndase mejor, la voz humana. Sé que “esa cosa caliente de colores vivos” se llama “fuego” porque me lo ha dicho mi madre.
Llegado a este punto, debo aclarar que no se trata de criticar el aprendizaje de otro idioma; por el contrario, me regocijo en aquellos que han tenido la posibilidad y la capacidad de emprender la lectura de Falkner, de Camus o de Nietzsche en su respectiva lengua original. Ahora bien, sí me parece problemático que alguien pueda llegar a hablar en español, inglés, francés y alemán, pero no tengan nada que decir.
El lenguaje, además de pensamiento, también crea identidad. Es gracias a la lengua que nos relacionamos con otros y con nosotros mismos, no seríamos los que somos si en lugar de decirle “agua” a aquel líquido preciado poco apreciado, nos hubiesen enseñado desde pequeños a decirle “water” como en el inglés o “woda” como en el polaco. En buena medida somos lenguaje, somos un poco lo que decimos y decimos lo que oímos, lo que aprendimos a decir, somos lo que aprendimos a ser.
Es normal que las lenguas se modifiquen, que cambien con el tiempo debido al uso; surgen nuevas palabras, se modifican significados y significantes, incluso se agregan o suprimen letras. La “j” no siempre fue “jota”, antes fue “i”; esta es una de las modificaciones que fue teniendo el español a lo largo del tiempo. Quizá en algunos siglos ya no sea más “jota” y pase a ser “ye”, en ese momento “jazmín” podría ser “yazmín”.
No se trata pues de llegar a una gran conclusión frente a la reflexión que se abordó a lo largo de estos párrafos. Lejos de concluir, la intención de este escrito es generar un cuestionamiento sobre el uso que se le da o no a la lengua, sobre la conciencia de la importancia de la lengua materna y muchas otras posibilidades que cada quien sabrá interpretar.
Apuntaciones:
Acabo de acercarme a “El sol”, el último libro de Carolina Sanín, inicia con una aventura fascinante sobre una encomienda particular: Reemplazar una palabra ya existente. Recomendadísimo.
El 18 de diciembre fue el día internacional del migrante; es un buen momento para recordar que los migrantes también son seres humanos, no solo los inversionistas extranjeros.
Llegó diciembre y con él los tradicionales regalos. Ojalá aprovechemos para regalar abrazos y libros.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino.
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