Vuelvo nuevamente a esta casa periodística con un solo propósito, aprovechar la generosidad de su director Juvenal Bolívar para llegar a ustedes amables lectores para compartirles unos apuntes del camino, alrededor de nuestra región, de nuestro departamento de Santander.
Por: Mauricio Olaya/ He tenido la oportunidad de recorrerme en varias oportunidades cada uno de los 87 municipios que integran la división política y territorial de este espacio singular, que alguna vez el sacerdote mariano, fotógrafo, escritor y viajero como el que más, Andrés Hurtado García, calificó como el territorio más hermoso de la patria.
En una de sus columnas semanales en el periódico El Tiempo, el mentado y por demás admirado caminante de todos los senderos de este país sin par, respondía a lo que él aseguraba, era la pregunta que más le formulaban en sus múltiples conferencias hablando de Colombia y era sobre cuál era el departamento o la región más bonita de nuestro país.


Textualmente en su columna anotaba: “Mi recorrido por todos los rincones de Colombia me ha llevado a declarar a Santander como el departamento más completo: en la lista de valores que me he inventado para catalogar los departamentos, Santander ocupa indudablemente el primer lugar. Tres son los factores que exijo: pueblos hermosos, bellezas naturales e identidad histórica asumida. Santander tiene, en efecto, los pueblos más bellos de Colombia. ¿Quién se atrevería a negarlo? Barichara es la cumbre de la belleza de los pueblos del país. Bellezas naturales indiscutibles y únicas: el Cañón de Chicamocha con sus pueblos y los ‘barrigones’, los árboles más bellos del país; las cavernas, el impresionante Páramo de Santurbán, estrella fluvial del oriente colombiano. Y, para terminar, la identidad histórica asumida; el peso de la historia de los Comuneros se siente, vibra en las ‘bravas tierras de Santander’ y en sus gentes».

Estas palabras que corroboran lo que he podido vivir al recorrer nuestro Santander, son más un aliciente suficiente para emprender este periplo, haciendo el transbordo que me permita compartir este viaje con ustedes, sea a bordo de una chalupa, un campero o un bus intermunicipal, medios que he usado para completar lo caminado por las rutas no trazadas de una geografía a veces amable, a veces inhóspita, pero siempre dadora de grandes regalos en una naturaleza que se abraza a sus pares, los pueblos blancos de la montaña o el colorido tropical de clara ascendencia caribe, propio de las geografías del Valle del Magdalena.
El compromiso con ustedes amigos lectores de Corrillos es entregarles en cada publicación, un pasaporte abierto para viajar en la narrativa literaria y visual, por muchos rincones de este departamento, invitarlos a que se dejen absorber por el esplendor de los paisajes de montañas que quitan el hablan, de cañones que marcan profundas heridas en la tierra, manifestando de paso la huella de los tiempos sin tiempo en el reloj geológico de la tierra, de páramos cuyo acceso a veces se convierte en un reto para el más acérrimo de los caminantes, de los atardeceres que hipnotizan en sus arreboles coloridos, ya sea en los horizontes lejanos de los cerros tutelares de la ciudad o a orillas de las aguas calmas de una ciénaga.

Es un pasaporte con posibilidades de descubrir la riqueza y los secretos de la gastronomía popular que con tanto celo se ha transmitido de generación en generación y que hacen de nuestras cocinas, uno de los más atractivos que configuran una de las principales opciones del turismo receptivo en la región.
Será este un trasegar por los caminos de la colonia, por el paso de puentes cargados de historias, por pueblos macondianos en cuyas paredes y ventanas de mínimas dimensiones, se pueden leer las narrativas de los hechos signados en el paso de los años, donde como mudos testigos, se han consignado hechos no descritos, que por siempre se han transmitido de voz en voz en la narrativa oral de sus pobladores.
Conoceremos el mundo íntimo del arado, del campo, de la vida que comienza con el canto de los gallos y que se extiende hasta cuando la noche cubre con su velo de estrellas y luceros estos territorios de afectos, donde el campesino nos brinda en su genuflexión perenne ante el sembrado, las cosechas fruto de su sudor.


Los rostros, los retratos no serán simples caras que se asoman a través del visor, son caminos hacia el alma, hacia la interiorización de un sentimiento, un redescubrirnos a nosotros mismos en la piel ajada de un anciano, en la sonrisa coqueta de una muchacha de piel color de tabaco y ojos de cielo sin sombra como lo escribía el compositor José Alejandro Morales en su himno Campesina Santandereana.

Bienvenidos pues a este periplo por la tierra de todos, la tierra que se brinda al visitante con su mensaje de que quien la pisa, pasa a ser parte misma de su génesis. El viaje comenzará en nuestra próxima entrega.
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*Fotógrafo.
Twitter: @maurobucaro