Por: Luis Eduardo Jaimes Bautista/ Las fiestas navideñas no son un invento de malvados capitalistas, ávidos de lucro y deseos de vender sus mercancías. Si no que buscando esa época donde se conjuga el recuerdo y la memoria por la venida del Salvador, era especial colocarle el comercio. Muchas culturas celebran esta fiesta especial del 25 de diciembre, con vacaciones, festejos, iluminación y ornamentación hogareña y callejera, reuniones familiares, comidas abundantes y sabrosas e intercambio de regalos.
En este ritual navideño no faltan a la cita las descerebradas críticas de la progresía contra el consumismo: consumimos demasiado, derrochamos de forma irreflexiva, injusta e insostenible. Consumamos como si el mañana no existiera, ya que endeudarse es fácil y el dinero cada día tiene menos valor. El gasto familiar en todas las zonas del país y el mundo se dispara al llegar la Navidad. Se ha conseguido instaurar en las cabezas de los consumidores un principio: Celebrar la Navidad requiere ineludiblemente ir de compras, tomar whisky y comer los mejores manjares.
Durante el resto del año son varias las cuestiones por las cuales los/as consumidores/as nos quejamos del precio de los productos: por el gasto escolar al comienzo del curso en febrero, por la subida de la gasolina… Sin embargo con la Navidad se produce el efecto contrario, todo el mundo tiene asumido que celebrar la navidad significa comprar, así que se decide salir de compras justo en el momento del año en el que son más caros la mayoría de los productos.
Sin duda hay algo detrás que nos impulsa a comprar a pesar de que las economías familiares se resientan. La publicidad aprovecha estos momentos en los que afloran nuestros mejores deseos y sentimientos para reconducirlos hacia el consumo, y ese continuo mensaje cala en nuestra sociedad sin que echemos la vista atrás para ver que, no hace tanto tiempo, éramos felices celebrando la Navidad de otro modo. Este continuo bombardeo publicitario empieza más de un mes antes de que llegue la Navidad, y lo hace comenzando por meter en las cabecitas de los más pequeños de la casa un montón de anuncios de juguetes.
Muchos padres y madres, sometidos a la presión de sus hijos e hijas, acaban por convencerse de que para demostrar lo mucho que les quieren les tienen que comprar más regalos, y terminan sometiéndose a la dictadura de la publicidad olvidando alternativas de consumo más justas social y ambientalmente, como pueden ser buscar juguetes de artesanía local, sin embalajes innecesarios, no sexistas ni bélicos, que estimulen la creatividad, adecuados a cada tipo de edad, con materiales naturales y biodegradables, juguetes en los que se esté pagando el producto, y no su publicidad. Además, estamos olvidando incluso lo más importante: que es posible jugar sin juguetes.
Sin esto nunca podría tener vida el consumismo dentro de una cultura del despilfarro y la riqueza de las naciones, así se tengan que cerca de 4.000 millones de personas sobrevivan con menos de US$2 diarios, más de 1.700 millones, o sea más del 25% de la población mundial, ha adoptado un estilo de vida que en el pasado era exclusivo de los ricos, sin pensar que este estilo de vida: apetito consumidor sin precedentes destruya los sistemas naturales de los que hace aún más difícil que los pobres satisfagan sus necesidades básicas.
El consumismo no significa felicidad, sino un hedonismo narcisista sustentado en la teoría Freudiana, porque las tendencias del hombre cada vez son más de consumista o placer que se evidencia en muchas partes del planeta, ricos o pobres, pero insostenible, según los informes económicos. El mundo consume productos y servicios a un ritmo insostenible, con resultados graves para el bienestar de los pueblos y el planeta azul, como los afirman los análisis de esta nueva filosofía sociológica de la sociedad.
Tiene razón el Papa Francisco, cuando, predicada en su encíclica sobre el consumismo, cuando las necesidades de los pobres es tan apremiante: medicinas, comida, techo y muchas cosas primordiales de las que carecen, mientras la opulencia, destruye y contamina, porque existen las familias de ascendencia en pirámide tóxicas.
Twitter: @LuisEduardoJB1