Por: Ruby Morales Sierra/ Empezamos esta semana a vivir en carne propia la situación impactante de alerta roja sanitaria que tuvieron países como España, Inglaterra, Italia o Ecuador. Ni hablar de Estados Unidos ni la grave situación de Brasil, o cualquier otro país de sur a norte del continente americano.
Lo que se temía ya llegó a Colombia. Las principales ciudades, empezando por Bogotá, atraviesan los momentos más difíciles de saturación de centros sanitarios con pacientes afectados por la pandemia. Cuarentenas estrictas en localidades.
Colombia superó los 12.000 muertos por el virus y nos acercamos al medio millón de contagiados.
Siguiendo el modelo de manejo capitalista de la pandemia de Trump, Johnson y Bolsonaro, Duque y nosotros, los colombianos, enfrentamos también las consecuencias del modelo privado de salud de la Ley 100.
Estamos en las consecuencias nefastas de ser clientes en lugar de pacientes. Consumidores en lugar de seres humanos.
Ahora, como antes, el pueblo promedio es el que pone los muertos. Es el colapso del sistema médico privatizado y depredador, ideado para que se roben cientos de billones que pagamos mes a mes y que termina en bolsillos mafiosos. Sistema que, por lógica, muestra su incapacidad y sus consecuencias criminales. ¿Seguiremos este modelo tras la pandemia?
Se incluye también como víctimas del perverso sistema de la ley 100, la precariedad de la situación laboral del personal médico y el impacto en sus familiares. Hoy, también víctimas del sistema, al punto de conocer con indignación y dolor el que un grupo de médicos de la Costa, tengan que entrar en huelga de hambre para que les paguen 11 meses de sus sueldos.
La misma incapacidad y fallas de calidad que hemos sufrido con negativas a tratamientos de alto costo, o la negativa a implementar un sistema robusto preventivo, y cuya debilidad ahora está potenciada a esta pesadilla del virus.
Y que de paso arrastra a miles de pacientes de otras enfermedades que debieron aplazar sus tratamientos, o que fallecieron por falta de atención. Desde el servicio odontológico preventivo o curativo hasta los tratamientos de enfermedades recurrentes y operaciones que debieron suspender sus procedimientos.
Al tope
Desde esta semana tampoco hay cupo en hospitales ni clínicas para atender los casos graves de los 6.346 enfermos graves contagiados por el virus que ataca en nuestra región santandereana. Y ojalá frenar los 222 fallecimientos reportados a este 9 de agosto, que ha afectado a nuestra población de más de un millón doscientos mil habitantes en el área metropolitana de Bucaramanga; unos quinientos mil pobladores en Provincias.
La incógnita es grande. No se sabe realmente si coincide el sobrecupo de Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) con la cresta de contagios o por cuánto tiempo se mantendrá esta crisis. Tener en cuenta la certeza de la celeridad del contagio exponencial.
Quizás los cálculos de las estadísticas nos acercaron a saber cuál sería la cantidad de personas infectadas que quedan condenadas a fallecer sin un ingreso a cuidados intensivos. A estas alturas esos cálculos ya son historia. Por eso, rogamos a la Divina Providencia que ojalá no hayan contagiados que mueran sin atención en sus casas… Además de la incertidumbre de los tratamientos paliativos tan cuestionados.
Esta es la dramática situación en que los seres humanos llegamos al más alto nivel de vulnerabilidad y nos convertimos en solo frías cifras del sistema.
Aquí y allá
En las demás provincias de Santander, aunque aisladas y con pocos contagios, la situación sigue siendo de alerta por la carencia de unidades especializadas para atender la demanda de los crecientes contagios.
Los llamados angustiosos de personal sanitario que escuchamos en nuestras redes de vecinos en Floridablanca y Bucaramanga, han sido escalofriantes. Y lo creemos verídico, a pesar del anonimato forzoso que los acompaña.
Siempre la verdad oculta saliendo a la luz, pese a los reparos, censuras y cláusulas contractuales de silencio.
El drama que han debido enfrentar médicos y enfermeras incluye personal médico contagiado incapacitado, algunos de ellos ya fallecidos, sobrecarga de turnos, renuncia de unos al trabajo por razonable temor, y médicos especialistas intubados y en malas condiciones.
Y la confirmación de la Gobernación de Santander en declarar la máxima alerta, que ha obligado a tomar las medidas extremas de militarizar la región para forzar el cumplimiento del aislamiento necesario. Y los alcaldes intentando tapar las troneras del sistema médico desbordado.
Nos llega la crisis precisamente en este agosto, cinco meses después de iniciar este proceso difícil de sacarle el quite al Covid-19 que inevitablemente ya nos espanta porque lo registramos entre familiares, vecinos y amigos.
Que el tope era en mayo, que en junio… Los estrategas políticos, entre ellos, la alcaldesa de Bogotá, Claudia López, marcaron la pauta para que el horror se alejara lo más posible y paliar una situación para la cual el sistema económico y médico mundial no estaba preparado.
Llegó el momento crítico tras cerrar el país con casi un mes de retraso, darle largas a las ventas del comercio y la toma de cierres en bares y restaurantes. Ello, sumado al escepticismo de la gente, a la necesidad de salir a buscar el sustento y a la indisciplina social de que me pongo o no me pongo la mascarilla y todo tipo de conspiraciones demenciales. También, hora de recordar los terribles bazares de contagio de los días sin IVA.
Se coparon las unidades de cuidado intensivo porque nuestra región también recibe a personas que han llegado por atención de otras regiones cercanas y quizás, lejanas. Somos parte de la red médica nacional.
El hecho es que quienes vivimos a cuadras del conglomerado hospitalario de Floridablanca, ya nos será mucho más difícil, o imposible, acceder a las UCI cercanas o ni podremos recibir atención en los centros clínicos de nuestra localidad.
Nos toca quedarnos quietos donde nos encontremos, no hay otra fórmula conocida desde las pandemias del medioevo.
Aislamiento total. Prevención extrema hasta que San Juan agache el dedo. La consigna es sobrevivir a lo largo de este peligroso 2020. Y ayudarnos a cuidar en familia, amigos y comunidad. Esto también pasará.
*Periodista
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