Por: Yessica Molina Medina/ Las drogas han acompañado a la humanidad desde tiempos remotos. Pero la lucha de las sociedades contra ellas tenemos que ubicarla en tiempos modernos. Desde los años 70 del siglo pasado, y más aún en los años 80, la cocaína se convirtió en la droga más popular y perseguida cuando los Estados tuvieron que enfrentarse a carteles que, incluso, los pusieron en jaque. Los millones y millones de dólares que llegaron al país cambiaron para siempre a nuestra sociedad y signaron una de las épocas más oscuras de nuestra historia.
Colombia no volvió a ser la misma: los nuevos ricos, el crecimiento de varios sectores de las grandes ciudades, incluso la cultura… Nada volvió a ser igual. Hoy el país es otro, pero la lucha contra las drogas sigue siendo casi la misma, ya sin los grandes carteles locales, como el de Medellín o el de Cali, sin los grandes capos como Escobar, los Rodríguez o Gacha, mas con unos herederos del negocio tan sanguinarios y peligrosos como aquellos.
La verdad es que Colombia no se ha puesto de acuerdo con respecto a cómo enfrentar a este enemigo. En una orilla y muy alejados de la realidad, algunos han pedido legalización de las drogas como método infalible para acabar el narcotráfico, mientras otros piden una guerra frontal. Unos sostienen que los consumidores son enfermos y que por lo tanto el consumo debe ser tratado como un problema de salud pública, mientras otros piden cárcel y penas duras. Unos se oponen a la aspersión de glifosato y defienden la necesidad de que el Estado ayude a los campesinos cocaleros con política social, mientras otros ven en ello una política blanda que solo beneficia a los narcos.
En lo que sí estamos de acuerdo es en que al narcotráfico hay que derrotarlo por el daño que causa la cocaína a los consumidores (muchos de ellos jóvenes) y porque ha sido el financiador principal del terrorismo desde los años 80. Sin narcotráfico, el Estado hubiera derrotado a las guerrillas hace décadas y nos hubiéramos ahorrado mucho dolor.
¿Cuál es el camino para llegar a ese fin sobre el cual todos estamos de acuerdo? Es claro que la aspersión área es más efectiva que la erradicación manual. Una obviedad que la evidencia explica así: de 32 hectáreas fumigadas con glifosato, apenas se logra erradicar 1 hectárea, y de esa hectárea “eliminada” se resiembran entre el 47 % y el 62 %. Ahora, es cierto que el debate está más bien en sus consecuencias. Pues la verdad es que ningún país del mundo ha prohibido el uso del glifosato y que la OMS no lo considera cancerígeno (solo uno de sus órganos lo califica como “probable” causante de cáncer), y las agencias internacionales como EPA, PMRA, FSC y Anvisa descartan este riesgo con base en sus estudios. Así que la aspersión con responsabilidad y pedagogía es una herramienta fundamental, acompañada de una política social a favor de los campesinos.
Por otro lado, la lucha frontal de las Fuerzas Armadas. A diferencia de los viejos grupos armados, los carteles de la droga actuales no están interesados en negociar con los Estados. Así que el desmantelamiento de las estructuras es la única opción. Por fortuna, tenemos un Ejército y una Policía más que preparados y entrenados para ello (el año pasado incautaron 546 toneladas), para acabar con los grandes laboratorios ubicados en zonas rurales, para incautar, para evitar su salida del país, para combatir el microtráfico en nuestras ciudades.
Finalmente está el eslabón más débil, como lo han mostrado varios estudios: el consumidor. De aquí que no deba ser tratado como un delincuente, sino como un adicto, es decir, como un enfermo. Aquí necesitamos un viraje: Una política de salud pública que evite el inicio del consumo en nuestros jóvenes y que atienda a los adictos.
*Master en comunicación estratégica, profesional Comunicadora Social- Periodista, asesora política y relacionamiento público y experta en marketing político.
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