Por: Luis Eduardo Jaimes Bautista/ Parodiando al escritor español Benito Pérez Galdós, su forma de contar en el siglo XIX, el realismo histórico español, en su entrega de novelas a la imprenta, donde se publicaba en los periódicos de la época como: “Los episodios nacionales”. Retomo su título, para decir que esta novela corta llevará el nombre: “Los episodios politiqueros del suburbio”, contados por los “Camaleones sorbiendo salpicón político”.
Cuando Dios dijo hágase la palabra, apareció la voz del hombre y cantidad de términos, vocablos para nombrar lo que lo rodeaba, tocaba, veía o se imaginaba. Así que, para dominar el suburbio o polis y ser más condescendientes con los pensadores griegos, creadores de la organización política, fundamentado en los diálogos, las conversaciones se tomaran el espacio, se buscaron y se encontraron, sin buscarse porque en cada sitio hay una mesa para la labia y libar un café.
Allí como decía Don Quijote. “en un lugar del que no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía… (…)”, apareció con su lenguaje filosófico predicando frases: “Cada vez es mayor la sensación de que la política puede suceder cualquier cosa, entender la complejidad del pueblo se ha convertido en una tarea tan ardua como necesaria.” Alguien rompe el mutismo: –Doctor bienvenido a un capuchino.- Todos guardaron un silencio de templo y los murmullos en cada mesa se confundían, nadie entendía nada, precisamente, esto pensó el doctor, cuando dijo esas palabras de libro de ensayos que medio había leído, entre dormido en la cama.
Medité, como un espíritu invitado, invisible en aquella tienda: “hay palabras que descrestan” y me encantó la ingenuidad: No siempre las palabras encierran la verdad. Engañan o son hechas para esas artimañas, para quien escucha u oye, lea un periódico que quiera, se enreda en ellas, Usar las palabras es como darle una barbera a un niño, y termina lastimándose sus manos. Eso pasa con quienes parlotean como cacatúas, cuando se muerden la lengua.
El tiempo es inexorable y muchas veces enemigo por las cosas que no haga. En el mes de octubre, la ciudad se llenó de renuncias de burócratas que trabajaban en las entidades públicas, con el sueño de aspirar a cargos de elección popular; para aquellos que les picó el bicho politiquero de empeñar la palabra con mentiras en los barrios u otros que nuevamente por enésima vez quieren volver, si las voluntades populares le creen. Todo es como meterse al libro de “Alicia en el país de las maravillas”.
La política es una fantasía, donde se juega con la realidad. Todo era como empezar ese monólogo interior. Pasé de cuerpo presente por el cafetín y allí las palabras tenían otro sentido. Me senté cerca de la mesa. El uno comentada que los liberales tenían que valorarse nuevamente, implementar un nuevo discurso, porque las normas y las reglas habían cambiado. Ese método que la plata lo compraba, estaba sepultándolos.
-Si… es que el viejito, con su perorata en su Facebook levi, predicando sandeces y adulándose en su lucha contra los corruptos, que se han robado la Ciudad, le creen.- Ese es el poder de la palabra: Vestida de mentirosa. Alguno alcanzó a decir, que la mentira hace estragos. Muchos lo ven y los escuchan. Los periodistas algunos hacen parte de la corte del bufón.
Un tercero que parecía excluido, remató: -Así seguimos escuchando a cancretos con el cajón a la espalda. Pusilánimes acomodaticios, oportunista que después de viejo se puso hacer politiquería. Tomando el libreto de una película para construir una nueva Barcelona dentro de una desarrapada pobreza, mirando los descuidos, despojando y desafiando las normas y las leyes, para sacarse el clavo de los millones invertidos en las campañas políticas para sus contratos de ingeniero de la construcción. Buen negocio que en pleno siglo XXI, lo cambiaría por el de la basura que era oro.
Eso les pasó por votar confiadamente, en que muchos los traicionarían, cuando sin el tamal y la lechona, el eternit y los ladrillos llegaban para subir en votos y se sentían ganadores y con una secretaría. El viejito sacó la carta ganadora de la manga del saco. Veinticinco mil cartas que llegaron en la madrugada por debajo de las puertas de las casas, comprando el voto con los que ganaría.
(Esperen la siguiente parte, en la próxima publicación)
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