Por: Manuel Fernando Silva Tarazona/ Uno de los casos más descarados es el de Ingrid Betancourt, que volvió en 2022 con toda la pose de salvadora, con entrevistas en prime time y una candidatura que duró lo que dura una moda en redes sociales. No sumó ni el 1% de los votos, pero igual el Estado le giró su parte de la reposición de votos (porque la ley así lo permite), y acto seguido se volvió a ir del país, como si nunca hubiese prometido nada. Una turista electoral, en toda regla.
Pero Ingrid no es la única. A medida que se acercan las elecciones, empiezan a salir más candidatos que hojas en otoño. Algunos ya se postulan, otros lo niegan pero hacen gira nacional, y otros simplemente están esperando que los llame un partido a ver si les lanzan la bendición. Y mientras tanto, el país sigue igual: desempleo, violencia, falta de oportunidades, corrupción, y una ciudadanía que cada vez cree menos en las urnas.
¿Por qué salen tantos candidatos?
Fácil. Porque en Colombia ser candidato, incluso perdedor, da plata. La ley otorga reposición de votos a todos los que superen un umbral mínimo, y aunque no ganen, reciben millones solo por “intentar”. Además, muchas veces no buscan ganar, sino posicionarse, ganar visibilidad o negociar ministerios o embajadas después de las elecciones.
Y no es paranoia. Es la historia. ¿Cuántos candidatos terminan en cargos diplomáticos? ¿Cuántos “independientes” terminan aliados con partidos tradicionales después de perder? La política aquí no es solo para transformar, es también un negocio.
¿Y qué tipo de candidatos necesitamos?
Esa es la pregunta que deberíamos hacernos en serio. Porque ya vimos qué pasa cuando elegimos desde los extremos: la derecha radical nos dejó heridas sociales, y la izquierda populista no ha logrado cambiar nada porque sigue atrapada en el discurso y no en la gestión.
Colombia necesita candidatos reales, no influencers con aspiraciones políticas ni viejos políticos disfrazados de independientes. Necesitamos gente de centro (y no del centro tibio que solo quiere caerle bien a todos), sino gente con visión real, con propuestas que trasciendan ideologías, que entienda que el país necesita más que eslóganes.
Alguien que sepa cómo se legisla, cómo se gestiona, cómo se habla sin polarizar, cómo se administra sin robar.
No necesitamos más redentores de Twitter ni más exministros reciclados. Necesitamos líderes. De verdad.
Sin Congreso, no hay gobierno que valga
Pero aquí viene el punto que casi nadie quiere hablar: elegir un buen presidente no sirve si seguimos eligiendo el mismo Congreso de siempre.
Ese que duerme en plenarias, que solo legisla para los gremios, que tumba proyectos buenos solo porque los propone el gobierno de turno. Ese que cada vez tiene más asesores, más privilegios, y menos contacto con la realidad.
En 2026 puede llegar el mejor presidente del mundo, pero si el Congreso sigue secuestrado por maquinarias, cuotas, favores y partidos clientelistas, ese presidente no va a hacer nada.
Por eso el verdadero poder está en la doble elección: la presidencial, sí, pero también la legislativa. Porque sin Congreso funcional, el Ejecutivo es un león sin dientes.
La revolución silenciosa que necesitamos
Y aquí es donde nos toca a nosotros.
Los jóvenes, los inconformes, los que se sienten estafados por todos los gobiernos. No se trata de votar por rabia, ni por moda, ni por odio a un lado o amor al otro. Se trata de votar con la cabeza.
Pensar, leer, comparar hojas de vida, ver cómo han votado en el pasado, a quién representan realmente. Desconfiar de los que aparecen cada cuatro años con soluciones mágicas, de los que prometen refundar el país sin haber administrado ni un municipio.
El cambio no vendrá solo con salir a marchar. El cambio viene cuando usamos el voto como una herramienta, no como un acto emocional.
Menos banderas, más país
Colombia no necesita más discursos de izquierda o derecha. Necesita visión, gestión y empatía.
Necesita líderes con calle, con ética, con capacidad de construir y no solo de confrontar.
Y necesita ciudadanos que dejen de pelear por políticos que ni los conocen.
Porque si seguimos votando con el corazón, pero no con la cabeza, vamos a seguir eligiendo presidentes de cartón y congresos de piedra.
Y el país, una vez más, quedará en manos de quienes nunca han vivido lo que prometen cambiar.
…
*Estudiante
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