Por: Dilmar Ortiz Joya/ Hace unos años escribí una columna para un diario de nuestra ciudad que se llamó, “El celular acabó con la palabra”, y, hoy en día debo decir que ese aparatico que tiene en sus manos señor lector, ese con el cual está leyendo las presentes líneas, ese que se volvió más imprescindible que la propia vida; no solamente está acabando con ella, sino con la vida misma, con la familia, con la paz.
¿Se preguntarán por qué? Pues déjeme decirles que el celular siendo un invento para acortar distancias las está haciendo cada día más distantes. Ya no hablamos “face to face” con nuestros amigos al sabor de una buena taza de café, toda vez que preferimos chatear a través del WhatsApp y tomarnos la tasa de café fría pues es tanto el tiempo y la concentración que le dedicamos al celular que cuando nos damos cuenta nuestra bebida ya es un frappé.
Somos tan “celudependientes” que sufrimos cuando el bendito comunicador se nos olvida en casa o trabajo, o cuando se nos descarga y no tenemos como reactivarlo, es como si perdiéramos parte de nuestra existencia ya que el mundo se detiene entrando en shock y queremos a toda costa tenerlo en nuestras manos funcionando, como quiera que las últimas noticias del Facebook o del Instagram se podrían perder. De la misma manera el mensaje de texto que llegó y estábamos esperando no va a ser respondido en la inmediatez que produce el pitido cuando éste llega y lo que es peor las llamadas no van a ser contestadas por el interlocutor y eso nos puede salir caro, muuuuuyyyy caro.
Los restaurantes, los bares, las discotecas, los conciertos, las salas de velación, las reuniones, los teatros, el cine y un sinnúmero de sitios no escapan a la invasión de celulares que destellan su luz o emiten un sonido a cada instante para anunciar una llamada, un mensaje, el inicio de un video, la toma de una fotografía u otra comunicación que ha llegado a nuestro receptáculo y comenzamos por ignorar a todo el mundo, pues el mundo en ese momento lo acapara nada más y nada menos que el bendito celular.
Es tan inoportuno éste elemento de comunicación que hasta en los momentos más íntimos es capaz de hacer perder cualquier concentración que se tiene en las lidias del amor, interrumpiendo el acto y llegándose a sentir más pasión por leer el mensaje que llega que por lo que estábamos haciendo.
Pues sí, el celular, ese instrumento de comunicaciones que hoy en día reemplazó al teléfono fijo, a los álbumes de fotografía, a las cámaras fotográficas y de video, a las libretas de apuntes, al TV (hoy en día se pueden ver películas, noticieros, programas desde el celular), a los periódicos y revistas de papel, a las agendas de papel, al almanaque Bristol, al control remoto, a la voz; será en el futuro la única cosa a quien queramos, con quien queremos siempre estar en todo momento y lugar, a quien no queremos perder y le expresemos nuestros sentimiento de apego, a quien le dediquemos todo el tiempo del mundo, para atenderlo, cuidarlo y defenderlo hasta con nuestra propia vida – claro está que ya ha cobrado la vida de varias personas por defenderlos de los ladrones – lo añoremos y suframos cuando se nos pierda, pensando que llegará la hora en que nos reemplazará y se comunicarán entre ellos sin necesidad de nosotros y allí la humanidad habrá desaparecido de la faz de la tierra.
Les propongo a mis apreciados lectores que comencemos por hacer un ejercicio de mantener el celular distante, en modo silencio, cuando estemos: Conversando con el otro, atendiendo público, usuarios o clientes, cuando estemos en lugares sagrados o en sitios públicos, observando o escuchando a nuestros artistas favoritos en los conciertos, cuando se está disfrutando de encuentros amorosos, se va al baño, se esté compartiendo la cena, y principalmente cuando se está conduciendo – ¿cuántas vidas más se tienen que apagar por la bendita imprudencia de manejar hablando o chateando? -; pues se debe recobrar el valor de la amistad, la comunicación verbal para expresar todas nuestras emociones y sentimientos, lo invaluable de la escritura – bien escrita – el compartir y atender a nuestros seres queridos, en fin, el recuperar la paz y la tranquilidad que nos daba el tiempo pasado al saber que no teníamos quien nos encontrara de inmediato y así volver a disfrutar de la libertad que nos permita ser lo que somos; seres humanos llenos de vida.
¡Benditos celulares!
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