Por: Holger Díaz Hernández/ “La violencia es un animal incontrolable que termina atacando a su propio amo”: Renny Yagosesky, psicólogo.
Mientras continuamos obnubilados por la pandemia del coronavirus que se ha ensañado contra los más pobres, contra los adultos mayores, contra los hombres, contra los obesos, los hipertensos y los diabéticos, el país se consume en una nueva escalada de violencia dirigida en contra de las personas de origen más humilde y que a diferencia del virus afecta principalmente a los más jóvenes, en las zonas más apartadas y abandonadas de nuestro territorio.
Desde hace ya algún tiempo asistimos al asesinato sistemático de líderes y lideresas sociales, defensores de derechos humanos y ambientalistas a lo largo y ancho del país, las denuncias no se han hecho esperar ante las autoridades competentes y organismos internacionales como la ONU, la CIDH y otros entes, con escasos resultados.
Las cuentas de las entidades encargadas del control de la violencia no cuadran con respecto al número de masacres, asesinatos o desplazamientos, de las que llevan organismos independientes que siguen estos episodios en el país, según la oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, este año se han documentado 36 masacres; las tres últimas en el día de ayer. Van más de 15.000 desplazados, ha recrudecido el reclutamiento de menores y las victimas de las minas antipersona han vuelto a niveles que no se veían hace muchos años.
Mientras miramos lo que hacen o no nuestros vecinos de Venezuela, el país se consume en un baño de sangre, que parece provenir de todas partes, antes eran las guerrillas o los paramilitares o ambos pero hoy no sabemos a ciencia cierta de donde vendrá el próximo ataque: hay disidencias de las Farc, narcotraficantes, el clan del Golfo, las autodefensas Gaitanistas, el ELN, esmeralderos, reductos de los paramilitares, las Bacrim, la delincuencia común o la combinación de muchos de ellos.
Nuestras fuerzas de ejército y policía, otrora ejemplo en la lucha contra la violencia y el narcotráfico y con una inteligencia militar que las hacía fuertes y respetadas, hoy están reducidas en su actuar. Como consecuencia del proceso de paz los comandantes troperos fueron llamados a calificar servicios, las brigadas de inteligencia fueron desmanteladas y se perdió mucha de la mística que acompañó por siempre a nuestros soldados de la patria.
En el 2012 tuve la oportunidad de conversar con el entonces Ministro del Interior, en un momento coyuntural para el país cuando avanzaban los diálogos de paz en La Habana y había muchas preocupaciones en todos los colombianos sobre la desmovilización cierta o no de las FARC, la dejación de las armas por parte de ellos y su relación estrecha con el narcotráfico. Su percepción fue clara, habría desmovilización, pero no de todos sus militantes.
Los frentes guerrilleros que vivían de la coca seguirían en armas, fundamentalmente en regiones como el Catatumbo, Nariño, Cauca y Arauca, pero la estrategia era que una vez reinsertados el gran grueso de los guerrilleros, sería mucho más fácil para el estado exterminar estas disidencias, percepción que resultó acertada solo en lo primera parte, lo que no se podía prever era que la capacidad de reacción de las fuerzas militares no iba a ser la misma que en ese momento. Hoy estos departamentos son los más afectados por las masacres y violencia generalizada que sufren.
Solo en el departamento del Cauca operan actualmente siete estructuras delincuenciales: cuatro disidencias de las Farc, las Autodefensas Gaitanistas, el ELN y grupos independientes de narcotraficantes y lo mismo viene ocurriendo en los demás territorios disputados por estas bandas criminales.
Otra de las diferencias con el pasado es que la población hoy no tiene la posibilidad de una interlocución válida con la mayoría de estas estructuras y por lo tanto no tienen mecanismos para establecer acuerdos en defensa de la vida de las comunidades que viven en estás regiones. La violencia que vivimos actualmente no tiene siquiera una base política o ideológica sino que se fundamenta solo en las disputas territoriales por el poder económico de estos grupos ilegales, si antes del proceso de paz la producción y comercialización de la coca era un mecanismo aceptado en la combinación de las formas de lucha armada por parte de las guerrillas como estrategia de financiación, hoy es el único fundamento en una confrontación que vuelve a estremecer los cimientos de nuestra sociedad.
Pareciera ser que lleváramos aún en nuestros genes, la violencia que nos legaron los conquistadores españoles, son más de quinientos años de guerras fratricidas y no hemos parado de vivir en medio del horror de la muerte, la persecución hacia los que no piensan como nosotros o son obstáculo a los intereses de los poderosos y la revictimización de los más humildes, especialmente en los territorios rurales.
El estado tiene que actuar con determinación y de manera rápida, utilizando la fuerza e inteligencia militar, reconquistando el apoyo de los ciudadanos de bien, haciendo presencia con inversión económica y social en estas zonas del país históricamente abandonadas que no pueden seguir siendo víctimas del atraso y la pobreza que las ha acompañado siempre.
No podemos permitir que la violencia y la muerte se sigan enseñoreando con nuestro bello país.
“No quiero sentirme valiente cuando salga a la calle, quiero sentirme libre”: Anónimo.
*Médico cirujano y Magister en Administración.