Por: Ruby Stella Morales Sierra/ Está cerca de cumplirse un año de este giro obligado de cuarentenas, confinamientos y todo tipo de alteración y efectos gravosos y mortales de lo que considerábamos ‘normal’, y que ha exigido todos los recursos de resiliencia para sobrellevar la situación que vivimos con la ‘anormalidad’ de la pandemia.
Puede ser la primera vez que de forma consciente nos enfrentamos como individuos y, especialmente como comunidad, a la incertidumbre de un destino común global. Sin embargo, pese a todos los riesgos, avanzamos y sobrevivimos.
Quizás ni el temor latente de la guerra fría -iniciado hacia 1950 y finalizado en 1989 con la caída del muro de Berlín- entre Estados Unidos y sus aliados y el bloque de la antigua Rusia, de pronto logró trasnochar al mundo entero con el temor de que algún líder loco provocara una destrucción en cadena de la vida existente en el planeta, con el estallido de bombas nucleares. Y eso que los científicos dicen que hoy existen armas nucleares con capacidad para destruir diez veces el planeta…
Muchas comunidades hasta hace 50 años vivían apartadas y desligadas del eurocentrismo y la globalidad de hoy. Se leía el periódico de lo que había pasado ayer y casi siempre, lo escrito por la prensa confirmaba lo que se había escuchado en el extra de la radio local o nacional y las agencias internacionales de noticias.
Todavía es una minoría la comunidad sensible a los riesgos del cambio climático, pese a que el mundo nos sacude a diario, dando muestras de transformaciones y efectos catastróficos, previstos por científicos, que afectan a millones de seres humanos y que crecen, al igual que la comunidad de desplazados climáticos. Un ejemplo cercano: la comunidad aún errante del municipio de Gramalote, Norte de Santander, desplazada por una falla geológica potenciada por el fenómeno de la niña de 2010.
Comunidad virtual
En nuestros días estamos atravesados por los efectos de una comunidad humana conectada por los rápidos medios de transporte, los medios de comunicación globales y las redes virtuales y mágicas que hoy nos impactan con ‘el aquí y el ahora’, y que precisamente nos envuelven de forma global, como lo que está sucediendo en este día a día en directo, con el golpe estruendoso y fatal del invisible bicho Covid-19.
Igual podemos saber qué está pasando en nuestro barrio Villa Tarragona de Floridablanca con el fallo positivo de una acción popular que ordena devolver un terreno público para el disfrute comunitario; o también, el robo del celular a alguna vecina vulnerable en alguna esquina de mi cuadra. O saber mediante un mensaje de WhatsApp el buen clima a las 10 de la mañana de hoy, en un barrio cercano al Royal Botanic Gardens (Kew Gardens) donde vive una familiar en Londres. O lo que se informa en la alcaldía de Bucaramanga, Floridablanca o Girón, y en simultánea, las opiniones de la comunidad de veedores públicos de la Veeduría La Lupa, siempre a la caza justificada de irregularidades y de prácticas de corrupción por denunciar.
Una comunidad humana tecnológica e informáticamente onmipresente, la misma aldea global y masa humana de la que hablaba el filósofo y erudito canadiense Marshal McLuhan, maestro en las cátedras de comunicaciones de la década de los 80.
Ezequiel Ander-Egg, en su conocido texto Metodología y práctica del desarrollo de la comunidad (2005), indica que el término “comunidad” es uno de los conceptos más utilizados en las ciencias sociales. En su significado originario describe unos lazos o situaciones comunes de territorialidad, y nos identificamos como comunidad de barrio, pueblo o municipio o relativo a un ámbito de dimensiones más amplias como región, nación o continente hasta llegar al conjunto de la humanidad.
Lo claro entonces es que el sentido primario de lo ‘común’, en este 2020 por cuenta de la pandemia, nos ha mostrado de sopetón que todos, incluidas las élites económicas del mundo, todos nos encontramos en estado de emergencia, de alerta e indefensión, pero también de resiliencia; esa forma en que se expresa la vida para perseverar.
Y esto, incluye la dinámica inquietante y contradictoria de estar atrapados en la negación obligada por las exigencias de lucro del mercado, que trivializa la fuerza y el respiro por la vida. Esa dinámica impuesta por el mercado de capitales y el sistema político y económico que domina el mundo, que nos obliga a que no paremos, pese a las circunstancias.
O quizás, que continuemos la brega diaria precisamente como la más visible tabla de salvación. Sin que olvidemos que existen otras forma más humanas y amorosas de compartir y cooperar en las adversidades, sin acumular ganancias ni pavimentar el mundo.
Pese a que millones de fuentes de empleo se perdieron, la gente obligatoriamente sigue buscando en el mercado laboral, en medio de la carencia de fuentes de ingresos que calculan los expertos se podría necesitar décadas en recuperarse.
Bucaramanga y nuestra región sobreviven por la dinámica del rebusque, tal como lo contó un experto local en adaptación económica:
-“Quién lo creyera, señora, pero este año nos ha ido mucho mejor en nuestro local”, me dijo hace unos días el conductor de un taxi en Bucaramanga.
-¿Qué venden?, pregunté con interés.
–Tenemos un local de calzado para niños en un centro comercial, aquí en el centro. Mi señora perdió el trabajo y ahora atiende el local que yo antes administraba. Estoy manejando mi taxi que antes lo trabajaba en sociedad con un conductor. El muchacho se quejaba de que no ganaba el diario y me dejó botado el taxi. Entonces me puse a trabajarlo y me va muy bien.
Festejar la vida
En muchas personas y familias los distanciamientos obligatorios han dejado huellas de soledad, angustia y sufrimientos por pérdidas de familiares y pérdidas de trabajo. Matrimonios, festejos, aniversarios y todo tipo de encuentros familiares quedaron suspendidos, aplazados y muchos cancelados definitivamente.
Pero existen también los espíritus que se resisten a las recomendaciones de las autoridades. Por eso encontramos que cada día el encierro va dejando su huella de rebeldía y en nuestros vecindarios son cada día más comunes las fiestas de cumpleaños y las reuniones familiares y de amigos que de alguna forma cubren el vacío dejado por la prolongada cuarentena, los toques de queda y la falta de rumba, tan incrustada en las costumbres citadinas de la gente joven.
Por una parte, resultan contradictorios los múltiples mensajes que recomiendan evitar los encuentros de familiares innecesarios, mientras de otro lado, los gobernantes han abierto progresivamente la reactivación del comercio y se han flexibilizados las medidas de prevención.
Lo mismo viene sucediendo con los cambios de costumbres en negocios o procesos sociales. Entre los encuentres fugaces y necesarios para escucharnos de cerca y las reuniones virtuales de Zoom, Meet, WhatsApp… Resulta más que evidente la necesidad de reafirmarnos como integrantes de la comunidad. Por ello ha resultado tan difícil el aislamiento para enclaustrarnos con el lema “quédate en casa”.
“La gente ya está cansada de tantas reuniones virtuales”, dijo este sábado Jaime Díaz, presidente en Santander de Sintraimagra, quien atendía una reunión virtual originada en Bogotá y participaba a la vez de un balance de labores conmigo y con el abogado Ferley Duarte, asesor jurídico de las Trabajadoras Remuneradas del Hogar TRH, de Bucaramanga y Pamplona, en reunión relacionada con la campaña de afiliación y divulgación que venimos realizando para promover los derechos laborales de las TRH de Santander.
Terminamos la reunión, aireada con el fresco de un balcón en una oficina del centro de la ciudad. Nos cogió el filo del hambre del medio día y decidimos ir los tres a almorzar. Con tapabocas y las medidas sanitarias un tanto flexibles, almorzamos en un restaurante típico repleto de comensales.
No hay nada qué hacer. El hambre y la vida perseveran.
*Periodista
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