Por: César Mauricio Olaya/ Por estos días un rifirifi incendiario se tomó a la ciudad, a raíz de la disputa (ya va para su tercer año) entre el rabioso alcalde de nuestra ciudad y la bancada mayoritaria en oposición del Concejo. Tras una advertencia del mandatario local para que los ciudadanos estuviesen pendientes de la lección sobre lo que es hacer política que le daría a los cabildantes en el acto de apertura de las sesiones ordinarias, la presidenta de la junta directiva de la ciudad (Concejo), se le adelantó y le dio de la medicina que tanto le encanta repartir al alcalde, a partir de una serie de preguntas de control político donde ponía en evidencia los conceptos que tiene el alcalde sobre el arte de hacer política, bajo la premisa de que el engaño da votos.
¿Hacer política es engañar a los pobres prometiéndoles 20 mil casas a cambio de su voto? ¿Hacer política es firmar un documento notarial comprometiéndose a que en caso de ser alcalde construiría el centro de bienestar animal? ¿Hacer política es prometer implementar un sistema de transporte complementario para la atención del sector norte de la ciudad, que incluía el Metrocable y escaleras eléctricas en sectores de faldas pronunciadas? Conclusión del cara a cara: Se pasó de una lección de política a una lesión para la ciudad.
Como muchos de mis lectores lo han notado, tengo una especial inclinación por recordar la historia de mi ciudad, una ciudad que hoy desconozco y que en las dos últimas columnas titulé como la ciudad perdida. Pues bien, para no dejar de navegar en este mar de recuerdos, hoy me tomaré las letras para hacer un breve recordatorio de algunos hitos que marcaron desde las administraciones municipales, verdaderas lecciones de política pública y administrativa que sorteó la ciudad, en tiempos en que nuestra ciudad y sus gentes pasaban por verdaderas lesiones que los acontecimientos nacionales e internacionales le imponían.
Retrocedamos en el tiempo hasta mediados de la segunda década del siglo pasado y recordemos algunos hechos que hicieron historia en nuestra Bucaramanga, a instancias del trabajo mancomunado entre la administración municipal y la iniciativa privada. Para la época, la ciudad contaba con aproximadamente 25 mil almas, congregadas alrededor de la plaza central y los edificios administrativos, en barrios como La Payacuá, San Mateo, Belén y otros tantos, todos hoy desaparecidos tanto en su nombre, como en sus restos arquitectónicos.
Nuestra ciudad venía de sufrir como ninguna, las consecuencias de la Guerra de los Mil Días cuyos escenarios bélicos principales estuvieron en sus alrededores. Una ciudad además golpeada por la quiebra del Banco La Mutualidad donde estaban los escasos ahorros de algunos de sus pobladores. Una ciudad que se surtía del agua en quebradas y sitios de acopio donde el preciado líquido se debía cargar en barriles y distribuirse casa a casa a lomo de mula. Pregunto, ¿podría bajo este oscuro panorama tener aquí cabida el optimismo?
Por supuesto que sí y acá va la primera lección de política pública: manos a la obra y todos a uno. El gobierno departamental otorga los derechos de uso y los terrenos necesarios para instalar la primera red del acueducto y la construcción de varias fuentes comunales de acopio. El alcalde de la época, don Alberto Mantilla, adquiere a muy bajo precio, varios terrenos de propiedad del Banco de la Mutualidad y en ellos inicia la construcción del primer barrio obrero, el Girardot, de cara a solucionar el problema habitacional de cientos ciudadanos sin tierra. En 1922 se organiza el primer sistema de recolección de basuras de la ciudad. Por iniciativa política de los gobiernos departamental y municipal, se dispone de los presos para trabajar en proyectos comunitarios, uno de ellos, la construcción del Parque de los Niños. Se cambia el sistema tradicional de mercado en el parque, con la construcción de la plaza de mercado y se planifica la ciudad urbana desde una nomenclatura de 35 carreras y 62 calles.
Entrando de nuevo en el túnel del tiempo, nos adelantamos ahora hacia la década de los cuarenta, con varios marcos históricos para contextualizar. Segunda guerra mundial y en materia política nacional, la pérdida de la hegemonía conservadora, el nacimiento de políticas sociales y reivindicativas en favor de la clase obrera y popular bajo el liderazgo del partido liberal, reducción del poder tras el poder de la iglesia católica y el comienzo de la violencia en los campos y con ella la migración y el poblamiento masivo de las ciudades.
Bucaramanga por supuesto no podía ser ajeno a estas realidades y para citar cifras censales, pasó de tener en 1938 a cerca de 43 mil bumangueses, a un poco más de cien mil en 1943, es decir, duplicó el número de habitantes. La administración municipal atiende este repoblamiento con la disposición de más terrenos para nuevos barrios, la mayoría de ascendencia popular como el Alfonso López, Los Comuneros, Antonio Nariño y Gaitán, entre otros.
Un hecho habría de marcar el paso al desarrollo urbano de la ciudad y fue la realización de los V Juegos Deportivos Nacionales. De su mano llegó la construcción de importantes edificios públicos y privados como la Gobernación de Santander, el Palacio Municipal, el Estadio Alfonso López, la pavimentación de la mayoría de las calles, el nacimiento de nuevos barrios, teatros como el Santander y el Garnica y de aquí la segunda lección: propiciar eventos y actividades que atraigan miradas en positivo sobre la ciudad. Discursos como ¨estamos quebrados y acá se robaron hasta el nido de la perra¨, solo provocan desazón y nubes negras sobre la imagen de la ciudad.
Momentos y espacios realmente críticos donde las crisis se volvieron oportunidades. En una próxima entrega nuevos episodios y lecciones para hacer política de ciudad más allá del ruido y de la confrontación. Lecciones de mirar a la ciudad no como un feudo, sino con verdadero sentido de pertenencia y responsabilidad. La elección popular de alcaldes, dos alcaldías consecutivas siendo elegidas como las mejores del país. Las decisiones de un alcalde con pantalones bien puestos y muchas más para sorprender.
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