Por: Aidubby Mateus/ Vivimos en un tiempo en el que la individualidad ha sido sobreexpuesta. Donde las luces del escenario, de los premios, de las redes y de la fama, suelen concentrarse en una sola persona. Vemos cómo en la música, por ejemplo, el foco está puesto cada vez más en solistas, en voces que se destacan sin que sepamos con claridad quiénes construyen su sonido, quién afina los instrumentos, quién produce, quién da las ideas o hasta quién sostiene el proceso emocional y creativo del artista. Todo se resume en un nombre. Un rostro. Una sola figura.
Y no siempre fue así.
En décadas pasadas, cuando los vinilos y los casetes llevaban impreso el arte colectivo, era común escuchar y ver grupos musicales en los que cada integrante tenía un papel fundamental, un nombre propio y, sobre todo, un lugar en el corazón del público. El cantante, el guitarrista, el bajista, el baterista, el acordeonero, el compositor, todos y todas hacían parte del engranaje emocional y artístico que nos conectaba con la música.
Allí estaban bandas como Queen, The Beatles, Guns N’ Roses, Metallica, The Rolling Stones, Mecano, entre muchas otras. En nuestra tierra, resonaban nombres como Los Diablitos, El Binomio de Oro, Los Hermanos Zuleta, Los Inquietos del Vallenato, Los Corraleros de Majagual, Los Betos, Las Diosas del Vallenato o Los Hermanos Molina. ¿Qué tenían en común? El sentido de colectividad, de identidad grupal, de creación conjunta. Nadie era más importante que otro. Y si bien había líderes visibles, estos no eclipsaban a quienes daban sentido, armonía y fuerza al proyecto musical.
Hoy, al mirar esa transformación, me surgen preguntas profundas sobre el modo en que estamos entendiendo el liderazgo y el trabajo colaborativo en todos los ámbitos de la vida, no solo en la música. Por ejemplo ¿Cuándo comenzamos a endiosar a una sola persona y olvidar el equipo que hay detrás? ¿En qué momento dejamos de nombrar a los que construyen y solo elevamos a quienes figuran? ¿Cómo influye esto en nuestra forma de habitar el mundo, de relacionarnos y de construir sociedad?
Lo cierto es que ese cambio cultural no es inocente ni aislado. Hace parte de una lógica más amplia que privilegia el éxito individual por encima del bienestar colectivo. Una lógica que premia al que más brilla, al que más seguidores tiene, al que encabeza el titular, sin importar si su triunfo es sostenible o si dejó a otros atrás. Así se pierde el alma del trabajo en equipo.
Desde mi experiencia como lideresa social, convencida de que el territorio se transforma desde la base, me atrevo a decir que lo que necesitamos hoy es recuperar la mística del grupo, del “nosotros”, de la banda, del colectivo. Que así como antes sabíamos que detrás de una canción que amábamos había cinco o seis personas dejando el alma en cada nota, también sepamos que detrás de cada proceso comunitario, de cada proyecto social, de cada política pública efectiva, debe haber un equipo con vocación, compromiso y capacidad de trabajar de forma colaborativa.
No se construye paz con una sola firma. No se logra justicia social con un solo discurso. No se transforma un territorio con una sola candidatura. Se necesita orquesta. Se necesita banda. Se necesita cuerda, viento, percusión y voz, todos al tiempo. Y todos en armonía.
Si bien los liderazgos son importantes, deben ser entendidos como herramientas al servicio del colectivo, no como tronos a los que se asciende. Un buen líder o lideresa no busca el aplauso exclusivo, sino que lo reparte. No se luce solo; ilumina a otros. No canta más fuerte; afina con quienes lo rodean. En pocas palabras: lidera como parte del grupo, no por encima del grupo.
Así las cosas, volver a valorar al equipo no es solo una nostalgia romántica por los años dorados de las bandas musicales. Es una necesidad urgente para recomponer el tejido social. Porque cuando la ciudadanía deja de verse como parte de un todo, el egoísmo crece, la indiferencia se instala y la desconfianza erosiona lo colectivo. Y eso le hace daño a cualquier sociedad, especialmente a aquellas que como la nuestra necesitan reconciliación, justicia y oportunidades compartidas.
Así como Queen no era solo Freddie Mercury, como Binomio de Oro no era solo el cantante de turno, como Mecano no era solo Ana Torroja, nuestras organizaciones sociales, nuestras comunidades rurales, nuestras juntas de acción comunal, nuestras fundaciones, nuestras instituciones educativas y hasta nuestras familias necesitan volver a creer en el valor del grupo. En el poder del trabajo mancomunado.
Hoy, desde esta columna escrita con el corazón y con esperanza, invito a las personas que soñamos con un mundo mejor más justo, más humano, más comunitario, a ser parte activa de una nueva banda social. A reconocer que cada quien tiene un rol que es valioso, que merece ser visibilizado y que sin él, la canción no suena igual.
En ese orden de ideas, cuando trabajamos juntas y juntos, cuando nos escuchamos, cuando respetamos las diferencias y afinamos nuestras fortalezas, podemos componer una melodía que le dé sentido a la vida. Una melodía de dignidad, de empatía y de transformación.
Volvamos a hacer equipo. Volvamos a sonar como banda. Volvamos a construir país con armonía.
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*Embajadora internacional de mujeres inquebrantables, exalcaldesa Gámbita (Santander), Abogada Especialista en Derecho Constitucional y Derecho de Tierras.
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