Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ En su ensayo Radicalizar la democracia: propuesta para una refundación, Dominique Rousseau expone con claridad quirúrgica cómo la democracia representativa ha dejado de representar. La ciudadanía ya no se siente parte del poder político, sino víctima de un sistema que habla en su nombre sin consultarla. Y peor aún, este vacío ha sido ocupado por una forma moderna de tiranía: la dictadura de las masas.
Rousseau denuncia una paradoja: se habla de democracia como si bastara con votar cada cuatro años para que el sistema funcione. Pero votar no es gobernar. Elegir representantes no es ejercer soberanía. Para Rousseau, el pueblo no puede ser reducido a una suma de electores pasivos. Es sujeto constituyente, actor político, fuente permanente de legitimidad. Sin embargo, el diseño institucional contemporáneo lo ha relegado a un papel decorativo. Las constituciones no garantizan participación real, los partidos se han vuelto castas cerradas, y la deliberación ciudadana ha sido reemplazada por la lógica de la opinión pública manipulada.
Frente a este debilitamiento de la democracia representativa, ha emergido otro fenómeno igual de preocupante: la dictadura de las masas. Bajo la apariencia de una mayor participación, lo que muchas veces se impone es una lógica emocional, superficial y binaria. Las redes sociales, los algoritmos, y el populismo digital permiten que decisiones complejas sean reducidas a consignas virales, a encuestas instantáneas que reemplazan el debate informado. Se instaura así una especie de «democracia inmediata», donde quien grita más fuerte parece tener más razón, y donde la masa anónima impone su voluntad sin filtro ético ni racional.
Un ejemplo claro de este fenómeno lo vemos en el uso del referendo como herramienta populista. En 2016, el Brexit fue impulsado por una campaña plagada de fake news, miedo al inmigrante y simplificación extrema de los problemas. La ciudadanía votó sin comprender las consecuencias jurídicas y económicas de su decisión. Otro caso es el de las consultas en plataformas como Twitter o Telegram por parte de ciertos líderes autoritarios que se autoproclaman “voceros del pueblo”. Nayib Bukele en El Salvador, por ejemplo, ha promovido medidas autoritarias bajo la excusa de que tienen amplio respaldo popular, ignorando el equilibrio de poderes y las garantías constitucionales.
Rousseau propone una refundación de la democracia. No se trata de abolir la representación, sino de repensarla. El autor defiende una democracia «continua», en la que la ciudadanía participe de forma regular y significativa en los procesos políticos. Para ello, plantea mecanismos como los referendos deliberativos, los jurados ciudadanos, las asambleas constituyentes permanentes, y la inclusión de plataformas digitales seguras para la intervención directa en las decisiones públicas. Esta no es una utopía tecnocrática, sino una exigencia de legitimidad.
Pero incluso Rousseau advierte del riesgo de convertir la participación directa en un espectáculo. La participación sin deliberación es solo ruido. Por eso, propone una «ciudadanía competente», educada, crítica, capaz de informarse y dialogar. De lo contrario, la democracia se convierte en una guerra de pulsos entre grupos de presión, influencers y masas manipuladas.
Hoy, frente al auge de gobiernos autoritarios que apelan al pueblo como coartada —como en Hungría con Viktor Orbán o en Rusia con Vladimir Putin— es urgente recordar que la democracia no es solo el gobierno de la mayoría. Es también el respeto a las minorías, el imperio de la ley, el equilibrio institucional y la protección de derechos fundamentales. Rousseau recuerda que no hay democracia sin límites al poder, incluso al del pueblo.
La refundación democrática no debe nacer del rechazo ciego a la política, sino de una recuperación de su sentido profundo: la construcción común de lo justo. Esto implica repensar el contrato social, devolver la palabra a la ciudadanía, y construir espacios donde las decisiones no se tomen por impulso ni por cálculo electoral, sino por convicción colectiva.
En tiempos donde la democracia se ve reducida a un like o a un trending topic, la propuesta de Rousseau es una invitación urgente a pensar la política con seriedad. Radicalizar la democracia no es volverla extrema, es volverla auténtica.
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.