Por: Pablo Arteaga/ Mas del 80 % de los docentes que prestan sus servicios en la Universidad de la Paz, desde el mes de noviembre no han recibido el pago de sus servicios profesionales. Han pasado el más doloroso estado de incertidumbre y estrechez en materia de atención de sus necesidades básicas de subsistencia. Se han sentido abandonados, casi que en condición de parias. No han tenido dolientes, salvo los esfuerzos infructuosos hechos por el señor Rector por lograr obtener recursos en el sector financiero para atender la emergencia.
La emergencia ha puesto de presente la difícil situación financiera del centro universitario. La baja tasa de ingresos de estudiantes al mismo, producto de la depresiva situación económica que han vivido la ciudad de Barrancabermeja y los municipios vecinos desde hace más de un lustro no han permitido el flujo de caja de años anteriores. Si a ello le sumamos la falta de significativos apoyos financieros del Departamento y la reducción de la cantidad de becas otorgadas por el ente municipal barranqueño, bien se puede comprender el estado de la crisis.
La educación superior de carácter pública definitivamente no figura en la agenda de los gobiernos de turno. Eso para los administradores de los asuntos públicos ha sido cada vez más un tema residual.
Los dolientes de la precaria situación, fuera de los docentes afectados y sus núcleos familiares, son muy pocos. Y no hay en el horizonte ni debates, ni conversatorios ni voces que le den el valor que corresponde a este asunto que tiene que ver con la calidad de vida del conjunto de la sociedad. Es como si con el silencio se quisiera decir, esto no es de mi incumbencia. Allá ellos. Y así no es el cuento ni la mejor actitud.
Ya la serie de manifestaciones públicas que ha visto el país organizadas por los universitarios en distintos momentos y en distintas ciudades, reclamando una acción proactiva del gobierno central, demuestran que el asunto se ha convertido en una cuestión orden público, inaplazable, que puede empeorar aún más hasta convertirse en un oleaje de fuertes repercusiones dentro de la institucionalidad.
En Barrancabermeja es menester poner el tema en escena dentro de la agenda de la administración pública y privada pues es un asunto que transversalita distintos sectores sociales de un lado y del otro, porque estamos en un municipio con unas finanzas públicas relativamente vigorosas que obligan a los líderes políticos, sociales, gremiales, a proponer salidas estructurales a tal crisis. Es más de un asunto propio de las competencias institucionales un asunto de solidaridad.
Si. La solidaridad no es un asunto de caridad pública o de sensiblería religiosa. Es un asunto de ética pública. No en balde este valor se encuentra como un criterio iluminante dentro de los principios que inspiran nuestra Constitución Política.
Otra cosa es que no hayamos detenido la mirada en ello y veamos en la solidaridad un simple vocablo. Aquí parodiando alguna canción. La solidaridad no es sustantivo, es un verbo. Una acción constante, efectiva.
Si por instante nos pusiéramos en el pellejo de un docente que ha hecho de su profesión una opción vital, que ha invertido dinero, tiempo, pasiones y expectativas, y que en estas condiciones de escasez se siente parte de un ejército de marginados, podríamos dimensionar la dramaticidad del problema. Y esto no puede ser un acto de compasión, es una reto a la conciencia ciudadana, a confluir en una gran actitud de cambio, de requerimientos de transformaciones de hondo impacto social. A eso invito a mis lectores.
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