Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ Eric Hobsbawm y Perry Anderson grandes historiadores fueron de los más críticos con la idea del “fin de la historia” de Fukuyama, argumentando que la evolución histórica no sigue un camino lineal ni culmina en la democracia liberal. Hobsbawm, en Historia del siglo XX, sostuvo que el colapso de la Unión Soviética no significaba la victoria definitiva del capitalismo, sino el inicio de una etapa de inestabilidad marcada por desigualdades económicas y conflictos sociales.
La historia sigue siendo un campo de conflicto, donde nuevas fuerzas políticas y económicas pueden desafiar el predominio del capitalismo occidental. Así, tanto Hobsbawm como Anderson rechazan la idea de un destino final para la humanidad, mostrando que el conflicto y la transformación siguen siendo los motores fundamentales de la historia.
Desde la caída de la Unión Soviética, Rusia ha experimentado un proceso de transformación que la ha llevado de ser una potencia en aparente declive a convertirse en un actor clave en el sistema internacional. A diferencia del modelo socialista del pasado, Rusia ha adoptado una estructura capitalista dirigida por un Estado fuerte y autoritario que emplea herramientas tanto económicas como militares para expandir su influencia.
La intervención en Ucrania, las alianzas estratégicas con China y el uso del gas como arma política en Europa muestran que la competencia entre potencias está lejos de desaparecer.
Fukuyama subestimó la capacidad de ciertos regímenes de evolucionar sin abandonar sus tendencias autoritarias. Rusia no solo ha resistido la influencia de Occidente, sino que ha aprendido a jugar dentro del sistema capitalista global sin adoptar los valores democráticos que supuestamente debían acompañarlo.
Otro punto que refuta la idea del «fin de la historia» es el ascenso de China como superpotencia. La teoría de Fukuyama asumía que el capitalismo llevaría inevitablemente a la democracia, pero el modelo chino ha demostrado lo contrario.
China ha adoptado y perfeccionado una economía de mercado bajo la dirección de un Estado fuertemente centralizado. En lugar de debilitar al Partido Comunista, el crecimiento económico ha reforzado su control, desafiando la noción de que la democracia es el destino final de todas las sociedades desarrolladas.
A nivel internacional, China ha consolidado alianzas en Asia, África y América Latina, desafiando el liderazgo estadounidense. ofreciendo una alternativa al modelo liberal occidental. Sus crecientes tensiones con Taiwán y sus disputas en el mar de China sugieren que el conflicto sigue siendo un mecanismo activo en la definición del orden global.
Mientras tanto, en Occidente, la democracia liberal enfrenta su propia crisis. La elección y posterior mandato de Donald Trump reflejaron el debilitamiento de las instituciones democráticas y el auge de la estupidez en el poder y si por el norte llueve en América del sur no escampa.
Estados Unidos, que durante décadas fue el principal promotor de la democracia y los derechos humanos, ha mostrado signos de repliegue y fragmentación interna. Las disputas comerciales, las tensiones con sus aliados europeos y su inconsistente política exterior han abierto espacios que otras potencias han sabido aprovechar.
Si el fin de la historia implicaba la consolidación definitiva de un orden liberal estable, los acontecimientos de los últimos años han demostrado que ese escenario no solo es improbable, sino también ingenuo. Las democracias occidentales enfrentan polarización, crisis económica, la sobre valoración de la democracia y especialmente las elecciones que cada vez deja a manos de hedonistas el futuro de naciones. ¿Será que es necesario revalorar la democracia y pensar en otras formas?
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.