Por Hernando Ardila González/ El día de San Valentín, día de los enamorados, día de la suerte o día de amor y amistad que se celebra en la gran mayoría de los países occidentales menos en Colombia y en el cual las flores, los chocolates y seguramente los templos clandestinos de la intimidad resplandecen por conveniencia, entraña una historia que siempre llamó mi atención no tanto por lo rosa, como sí por el personaje que le dio vida y la razón de su origen, además de un algo que en algún momento sabrán.
El personaje es Valentín, un sacerdote que por allá por el siglo III en Roma, se opuso a la orden del emperador Claudio II, quien había proscrito la celebración de matrimonios de los hombres jóvenes, considerando que los solteros sin familia eran mejores soldados, ya que tenían menos ataduras y vínculos sentimentales.
Lógica de gobernantes que aún persiste, aunque veladamente cuando se impone el aquel dicho de la tal “situación militar en orden”. Qué importa el amor, cuando la razón e interés de establecimiento, (vale decir de la élite gobernante y los dueños de todos los negocios del estado), prevalecen como sagrada imposición a los súbditos, esto es, ¡el pueblo!
El Santo de los Enamorados como se le conoce a Valentín, en acto rebelde contra la orden del emperador, de manera clandestina celebraba matrimonios para jóvenes enamorados, atrevimiento que le costó la vida por la osadía de contrariar al Leviatán “dios terrenal”, sentencia que se cumpliera el 14 de febrero del año 270 de nuestra era y que inmortalizó a uno de los pocos curas rebeldes en la historia de la iglesia.
Es esta una de mis razones para reivindicar a Valentín, quien luego en otros clérigos rebeldes se viera reflejado, hombres que, como Camilo Torres Restrepo en Colombia y Monseñor Oscar Arnulfo Romero en el Salvador, por el amor también fueron sacrificados por su majestad el estado, esta vez representado por gobernantes obtusos, corruptos y genocidas que jamás la historia reivindicará, porque jamás pasaron a habitar los sagrados aposentos de la memoria popular.
Valentín, Camilo, Óscar Arnulfo y algunos mártires más, son los verdaderos íconos del amor, pero en definitiva el primero trascenderá por los siglos de los siglos en la historia de la humanidad y en su nombre y no en el de su verdugo, se seguirán plantando almendros, se seguirá regalando flores, chocolates y placer amoroso bajo la luz inagotable del sol o placer furtivo en la semipenumbra al amparo de la cómplice luna.
Antes de su decapitación, Valentín según la leyenda devolvió la vista a una joven llamada Julia hija de uno de sus carceleros. Se dice que ella en amoroso acto de agradecimiento, cumplida la fatal orden imperial de muerte a Valentín, plantó un almendro de flores rosadas junto a su tumba; por tal, este árbol representa un símbolo del amor y los ojos de Julia digo yo, un advenimiento a la luz que desvela la verdad cruel de las tiranías.
La iglesia, siempre del lado del poder, ha puesto en entredicho la existencia de Valentín. Por eso en el concilio vaticano de 1969, (curiosa mofa del calendario a juzgar por los dos últimos dígitos de ese año), la iglesia católica borró de su santoral al patrono de los enamorados, pero con su fuerza acompañada de fe, esperanza y amor se hizo justicia, ¡el pueblo ha decretado que Valentín…viva para siempre!
Por eso reivindico a Valentín, por su valiente rebeldía ante el tirano, por eso antes de irme plantaré un almendro de flores rosadas, porque he podido desde mi rebeldía, ver la luz que desnuda la tiranía y por eso me gusta el 14 de febrero, día en que mi madre se le ocurrió traerme al mundo.
¡Gloria eterna valiente Valentín y gratitud eterna a mi Madre!
*Abogado Penalista, postulado a Maestría en Derecho Constitucional. Presidente Colegio Nacional de Abogados de Colombia Conalbos Santander y Vicepresidente Nacional.
Twitter: @HernandoArdila6