Por: Édgar Mauricio Ferez Santander/ Zuleta representa una élite que, aunque proclama defender la democracia, no soporta sus resultados cuando estos favorecen a las mayorías y no a los círculos de poder que históricamente han dominado Colombia. Típico de un hijo nacido en cuna de oro. Sus declaraciones reiteradas contra sectores populares y su tendencia a descalificar cualquier decisión que no encaje en su visión del mundo evidencian una postura excluyente. La democracia, para él, parece ser válida solo cuando las decisiones coinciden con su perspectiva; de lo contrario, los votantes son ignorantes, irresponsables o, en sus propias palabras, “perros”.
El clasismo de Zuleta no es nuevo ni sorprendente. Su trayectoria mediática ha estado marcada por comentarios que, lejos de fomentar el debate, refuerzan la idea de que solo un grupo selecto tiene derecho a opinar y decidir sobre el rumbo del país. Su actitud denota una falta de conexión con la realidad de millones de colombianos que, en su visión elitista, parecen no ser dignos de ejercer su derecho al voto.
Este desprecio por las mayorías contrasta con la propia historia de la democracia en Colombia y en el mundo. Las decisiones electorales, acertadas o no, reflejan la voluntad popular, y descalificar a los votantes solo demuestra una desconexión con las dinámicas políticas reales. La democracia no es un club exclusivo para unos pocos ilustrados, sino un sistema que busca representar la diversidad de una sociedad.
Aún más contradictorio es el respaldo de Zuleta a Donald Trump, un político cuyas políticas han sido abiertamente excluyentes y regresivas en múltiples aspectos. Apoyar a Trump mientras se proclama defensor de los derechos y la igualdad parece, en el mejor de los casos, un desatino y, en el peor, una incoherencia ideológica. Trump ha impulsado políticas que afectan a minorías, fomentan el racismo y refuerzan la división social, valores que, en teoría, deberían ser incompatibles con alguien que ha abogado por el respeto a su condición sexual.
Sin embargo, Zuleta no duda en alabar a Trump y justificar sus posturas, incluso cuando estas chocan directamente con su propia identidad. Este apoyo incondicional refleja una especie de negación ideológica, donde la admiración por un líder populista y autoritario parece pesar más que la coherencia personal.
Uno de los aspectos más inquietantes de Zuleta es su aparente necesidad de distanciarse de su propia condición sexual en su discurso público. En un mundo donde la lucha por los derechos de la comunidad LGBTQ+ sigue siendo crucial, su actitud ambivalente refuerza la idea de que, para algunos, el privilegio pesa más que la identidad. En lugar de defender una postura progresista y abierta, parece más interesado en alinearse con sectores que históricamente han marginado a personas como él.
Este tipo de comportamiento no es nuevo en la historia. Muchos personajes públicos han intentado encajar en estructuras de poder que, en esencia, no los aceptan completamente. Sin embargo, lo paradójico de Zuleta es que su discurso no solo lo aleja de la comunidad que debería apoyar, sino que lo coloca del lado de aquellos que justifican la discriminación y el sectarismo.
Zuleta se ha convertido en un símbolo del clasismo, la incongruencia y el desprecio por las mayorías. Su discurso, lejos de aportar al debate democrático, refuerza una visión elitista donde solo unos pocos tienen derecho a decidir y opinar. Su apoyo a Trump, su desdén por los votantes y su aparente negación de su propia identidad lo convierten en un personaje cuya relevancia en el debate público radica más en la polémica que en el aporte real a la sociedad.
En tiempos donde la democracia enfrenta desafíos constantes, personajes como Zuleta demuestran que las verdaderas amenazas no siempre provienen de sectores marginados o radicales, sino de aquellos que, desde su comodidad, buscan imponer su visión excluyente. La verdadera pregunta es: ¿hasta cuándo seguirán teniendo tribuna estos discursos que, más que informar, dividen y refuerzan prejuicios?
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*Historiador, Magíster de la Universidad de Murcia y Candidato a doctor en estudios migratorios Universidad de Granada-España.