Por: Fray Andrés Julián Herrera Porras, O.P./ Es tiempo de celebraciones y momento de compartir y felicitar a los amigos y conocidos. Estaremos en fiestas que parecieran romper el esquema, tomamos algunos tragos, de licor o de lo que sea que podamos disfrutar en familia; tratamos de olvidar cualquier tipo de tristeza y nos dejarnos llevar por el espíritu navideño para decirle a todo aquel que se atraviese en el camino: —¡Feliz Navidad!
Todo esto es bueno y es un elemento cultural marcado; es parte de lo que somos, los buñuelos, las natillas, los tamales, los abrazos y las risas. Sin embargo, existen quienes por esta época no celebran; por el contrario, lloran y sufren la ausencia de algunos de sus seres queridos, sienten la el vacío de aquel que no está y no estará nunca más.
Hasta aquí, se puede decir que no he escrito nada nuevo, nada siquiera que valga la pena ser contado, eso pensarán algunos. Contrario a ello, yo estoy convencido que toda realidad merece ser contada, toda vida merece ser dignificada y que dicha dignificación pasa por el reconocimiento de la existencia de los hechos que afectan directamente a aquellos que solemos reducir a “víctimas”.
Esas ausencias que se sienten en algunos casos son las de quienes se despidieron a causa del Covid−19, ¡cuánto sufrimiento han tenido que pasar por este inesperado virus que ha logrado poner en jaque todo lo que creíamos “seguro” en nuestra vida rutinaria y acelerada del siglo XXI!
Tampoco se encontrarán en estas fiestas cerca de 200 líderes y lideresas sociales, asesinados a lo largo del año, ni los más de 500 que van desde la implementación del proceso de paz; en Colombia, algunos que decidieron buscar la paz porque los mataron quienes buscan perpetuar la guerra no tendrán una feliz Navidad.
Muchos de nuestros policías y militares, especialmente jóvenes humildes sin mayores oportunidades que tienen que prestar el servicio militar obligatorio para definir su situación militar, tampoco tendrán una feliz Navidad y todo gracias a que, esa guerra, bicentenaria como la Independencia, no da tregua y esos jóvenes deben seguir al frente, poniendo el pecho a las balas que en nuestro país a veces parece que se usan más que los lápices.
Los que sí pasarán una feliz Navidad, salvo por algunos temas de remordimiento de conciencia, son nuestros políticos, especialmente aquellos padres de la patria que ganan mensualmente cerca de cuarenta millones de pesos ($40’000.000=), monto que se duplica en este tiempo por su “prima de navidad” y que se les paga a todos, incluso a todos los que se ausentan en la plenarias, dejan de votar cuando nos les conviene o transcurren su tiempo por plácidas quimeras.
A diferencia de los congresistas, nuestro personal de salud pasará una Navidad un poco menos holgada, esperando que todos nos cuidemos para evitar la propagación del Covid−19 y, además, que nos vacunemos para que, en caso de contaminarnos con el virus, este pierda su fuerza; personal sanitario dispuesto a arriesgar su vida para salvar a otros, pero con una paga inferior a su esfuerzo y que además de ello tiende a retrasarse.
Parece que el panorama no es alentador, y de antemano, lamento a aquellos lectores que les haya abierto los ojos a la realidad que muchos pasan hoy, ¿feliz Navidad para quienes?, ¿para unos pocos privilegiados?, ¿para quienes ganan lo suficiente y no se preocupan por la comida del mes entrante?
No olvidemos que estamos en un país cuyos índices de desigualdad y de corrupción siguen aumentando de forma dramática. Ojalá no sea tarde cuando nos percatemos de la necesidad de realizar cambios sociales y estructurales de cara a una sociedad más digna en donde la feliz Navidad sea para todos y todas, sin excepción.
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*Abogado. Estudiante de la licenciatura en Filosofía y Letras. Miembro activo del grupo de investigación Raimundo de Peñafort. Afiliado de la Sociedad Internacional Tomás de Aquino
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