Por: César Mauricio Olaya/ Su solo nombre científico nos lo confirma, Cavanillesia chicamachoe, y lo decimos con plena certeza, la ceiba barrigona, un árbol que hoy se encuentra en amenaza de extinción y por ende, las entidades protectoras del medio ambiente realizan estudios y avanzan en proyectos que propendan por su salvaguarda, es una especie endémica del Cañón del Chicamocha, es decir, propia de nuestras breñas, de esas montañas que se parecen a nosotros los santandereanos en su grandeza, imponencia, aridez (si se quiere ver así) y soledad en la medida en que somos poco propensos al compartir, al ágape y la comunión de fuerzas, pues preferimos medirnos solos al reto que se nos imponga a convocar el hacer en comunión. (Ver imagen)
Estos árboles de tamaño intermedio, a pesar de hemos registrado unos pocos en el sector donde se une el río Guaca con el Chicamocha, cuya altura puede superar los 8 metros, no son fácilmente detectables a las miradas profanas de quien desconoce el mapa del tesoro que lleva a las rutas donde es posible encontrarlos, en medio de esas soledades áridas y bermejas de las montañas de nuestro Chicamocha.
La razón se sustenta tanto misterio, radica en que ellos se localizan en núcleos dispersos, que solo quienes se han dado la tarea dura y riesgosa de adentrarse por los caminos de soledad de las geografías del corazón de Santander, saben con certeza donde encontrarlos y disfrutar de su presencia cercana o lejana, en sus diferentes estadios de desarrollo anual que comprende florescencia, caducifoliación y regeneración o foliación, todas estas etapas con su correspondiente nivel de gracia y magia, en virtud a los colores que pasan por el verde manzana de su época joven, hasta todas las gamas del rojo al amarillo en los periodos que anteceden a la pérdida o caída de la hojas.
Para el abogado y fotógrafo Pedro Ribero, quien es quizá el que más conoce de este particular árbol y quien no solo le ha bastado retratarlas en sus diferentes etapas, sino que adicionalmente ha logrado bautizarlas de acuerdo a la lectura que visual que le brindan las formas de sus troncos o la disposición de sus ramas, es precisamente en la etapa en que el árbol se despoja de todas sus hojas, cuando él prefiere adentrarse entre las montañas y realizar los correspondientes registros; así entre las muchas ceibas nominadas por el artista visual, se encuentran pie grande, los tres hermanos, samurái, blanca nieves, kamasutra, el beso de judas, alabanza, etc.
En compañía de este experto aventurero y conocedor como el que más de estas latitudes perdidas, nos adentramos en los territorios vecinos al corregimiento de Umpalá, antiguo municipio ido a menos tras la apertura de la vía central y con el tiempo anexado al municipio de Piedecuesta, en búsqueda de la ruta llamada Golondrinas, en un recorrido extenso a lo largo del lecho seco de la quebrada reducida en su cauce y que lleva el nombre de la ruta emprendida. El objetivo, la búsqueda de un pequeño núcleo de árboles, localizados en un sector notoriamente verde en medio de tanta aridez y que es coronado por una pequeña cascada, donde es frecuente encontrar grupos de monos aulladores, cuya algarabía se escucha a varios kilómetros de su real presencia.
Cabe destacar que cuando realizamos esta ruta, el primer encuentro mágico se dio con uno de los que fuera un árbol insignia en la zona, el imponente Pie Grande, un gigantesco barrigón de más de 6 metros de altura y un radio en su barriga que cinco hombres tomados de la mano, con esfuerzo apenas podían rodearlo. Lamentablemente, este gigante se rindió al paso de los tiempos y hace cerca de un año, en toda su grandeza se desplomó para siempre.
Se calcula que especies de similar tamaño no llegan a los cien ejemplares en el territorio santandereano, por lo que sumado a la escasa presencia de especímenes jóvenes, sobrevivientes a la depredación de las cabras, su principal enemigo, no cabe duda que la declaratoria de peligro de extinción es un hecho que ha prendido alarmas.
Tras un muy agresivo tránsito por entre las rocas sueltas de la quebrada, hemos llegado finalmente al núcleo objeto de la visita prevista. La verdad, no son muchos los árboles congregados, pero lo que evidentemente atrae todas las formas de admiración, es la manera como estos se han adaptado al terreno que los alberga, pegándose literalmente a la inclinada ladera, propiciando un espectáculo visual que para los fotógrafos brindaba todas las alternativas de composición, indistintamente de la posición del sol que podía transformarse en un perfecto contraluz, o dejar que ella se aliara con el paisaje y pintara en toda una gama de ocres, el entorno vital de los barrigones.
Rutas como la realizada son necesarias emprender para encontrarnos con estas especies, qué para efectos netamente informativos, citaremos someramente. La primera y de muy fácil registro cuando se tiene la información pendiente y la mirada atenta, se encuentra en inmediaciones al sector de Pescadero, en la parte alta de las breñas circundantes. No pasan de 30 especies diseminadas, allí Pedro Ribero nos referencia la presencia destacada de Samurái, el primer beso, la madre sola, entre otras.
Un núcleo de particular interés es posible encontrarlo al tomar la ruta que va desde la parte alta del municipio de Aratoca, en la vereda Las Aguadas, hasta el corregimiento de San Miguel del municipio de Cepitá, en pleno corazón del Chicamocha. A lo largo de esta ruta es factible encontrar especies de particular belleza, destacándose a Sumo, un gigante que posa en la posición similar a un luchador de este deporte oriental.
Desde el mismo San Miguel y siguiendo el curso del río, se llega a la desembocadura del río Guaca, donde inicia la ruta del Embudo y donde es posible encontrar las especies de mayor tamaño de todas las contadas. Una ruta exigente pero bella, que comunica con el Corregimiento de Laguna de Ortices, territorios de García Rovira.
Correo: maurobucaro2@gmail.com – Twitter: @maurobucaro