Por: Alex Bayona Castillo/ Llegar rápido es una de las metas más importantes para muchos, y es frecuente ver las “contrarreloj” en las diferentes carreras de ciclismo, automovilismo, motociclismo y demás.
Esta competencia de “llegar más rápido” no solo están en las disciplinas deportivas, también en nuestro diario vivir, en las carreras del transporte público, las encomiendas, mensajerías y los domicilios.
Hace unos años en las principales ciudades, se disputaba la famosa y conocida “guerra del centavo”, la cual consistía en la competencia de dos buses en llegar primero en su ruta y recoger la mayor cantidad de pasajeros sin medir las consecuencias e imprudencias en la vía. (Actualmente aún se ven en algunos pueblos y municipios)
Hoy hemos evolucionado, ya no caminamos sino corremos a nuestras labores, los espacios de salir a comer o descansar son cortos ante tantas ocupaciones. Los límites de lo profesional a lo personal no son claros, y nuestros dispositivos móviles son nuestros asistentes en cada paso del día a día; no sólo gestionan nuestras llamadas, sino mensajes, pedidos y planeamiento diario.
Cada vez los espacios de comer y trabajar se juntan, y pedir domicilios a la oficina es más frecuente de lo normal; solicitar el pago de un recibo público, el traer las llaves olvidadas e incluso ingresar a aplicaciones que con sus ofertas garantizan la entrega de comida en 35 minutos (a cambio de la promesa de ser “gratis” en caso de incumplimiento) son la nueva era de “las contrarreloj” presentes en las principales calles de Colombia y el mundo.
Es una completa carrera de bicicletas con cajitas de colores surtidos; conducidas principalmente por jóvenes quienes con una mano la dirigen, mientras con la otra manipulan su celular y a la vez llevan audífonos que mezcla la música que les impulsa al tiempo que el gps guía el lugar de su entrega.
Solo es cuestión que alguien tome un celular, revise la aplicación, seleccione un menú, envíe la orden y “click”; justo allí, inicia el cronometro a correr, donde el ciclorepartidor la recibe, pedalea al restaurante, recoge el pedido, vuelve a pedalear y se dirige al destino con la mayor brevedad para lograr una buena propina y garantizar un nuevo servicio. Un ciclo que se repite decenas de veces en una jornada “contrarreloj” donde ser rápido garantiza poder llevar más recursos a casa y a la familia.
Toda esta danza de bicicletas con cajas de colores a las espaldas de los repartidores no es de color de rosa, no solo es innovación y cobertura de servicio a un mercado de “clientes ocupados y sin tiempo”, es la “contrarreloj” del trabajo de cientos de personas que buscan la manera de producir dinero pedaleándole a la esperanza de no rendirse en un país con tasas de desempleo altas.
La cultura vial, el sentido de las vías, las luces rojas de los semáforos y los andenes no son más que obstáculos para poder cumplir las entregas en poco tiempo, el saludar, el esperar o hacer “un pare” coloca en riesgo todo el proceso de “promesa de venta” de llegar cuanto antes, aun cuando la vida puede verse apagada en ese pedaleo “contrarreloj”.
Y aunque no es un empleo (sino una vinculación como contratistas independientes a las distintas aplicaciones), si puede ayudar a sobrevivir, trabajando honradamente, solo que a pasos acelerados y sirviendo a una sociedad netamente ocupada que pide a gritos prontitud en sus domicilios.
No poseen una protección en riesgos laborales, ni póliza de daños a terceros y en algunos casos ni acceso a una EPS (Entidad Promotora de Salud) generándose una actividad peligrosa, muy al estilo de un corredor de un “Rally Dakar” con la diferencia que el equipo que le apoya a este repartidor, se encuentra en casa esperándole tras una jornada victoriosa llena de kilómetros de pedal.
Muchos ciudadanos actúan con doble moral cuando conducen en la vía, se quejan de la imprudencia de estos “ciclistas con cajitas”, les gritan que cuidado con el espejo del carro, con rayar las puertas e incluso les insultan (ignorados muchas veces porque ellos van con audífonos en su música y enfocados en el destino). Esta actividad resulta ser un “fastidio” para algunos en la vía, pero que a la hora de solicitar un servicio por estas aplicaciones son los primeros en exigir cumplimiento del tiempo sin medir o analizar el costo de esta “contrarreloj”.
Participar en esta contrarreloj urbana de domicilios no es gratis, no solo es cuestión de tomar la bicicleta y estar dispuesto a pedalear en una jornada de 10 a 12 horas, es también invertir en una completa indumentaria que comprende caja, gorra y chaqueta; y sin contar del cuidado y mantenimiento de la bicicleta que resulta ser la mejor aliada para garantizar los mejores tiempos en esas carreras de entregas por hacer.
Mientras a diario se juegan estas “contrarreloj” urbanas, son más los arriesgados que se quieren jugar una oportunidad de “laborar” en esas plataformas que brindan todas las coberturas y comodidades a sus clientes, con promesas de tiempos de entrega, a costa de la ilusión de cada repartidor en ser el “más rápido” el más ágil y con mayores records, pues el mejor trofeo de ganar esas contrarreloj es el pago y las propinas.
Estas carreras urbanas deberían ser más justas para los “ciclorepartidores” garantizando su seguridad; motivando a mitigar las imprudencias, incentivando a usar elementos de protección básicas como casco, luces, reflectivos; amparando su integridad física, asegurando su actividad laboral y brindando acceso a la salud, no sólo de él sino de la familia, aquella quien será su equipo fiel.
Estas aplicaciones en lugar de ofertar tantos descuentos, deberían invertir en su capital humano, en aquellos “contratistas independientes” que a diario pedalean en estas modernas contrarreloj urbanas.
Por ahora solo extiendo la invitación a que cuando reciba un domicilio de parte de estos repartidores, recuerden que han recorrido una contrarreloj con una serie de obstáculos y que lo mínimo que podemos darles es un trato digno y cortés acompañado de una buena propina.
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