A Luis Morelo, sus abuelos le contaban de niño historias fascinantes de Santa Cruz del Islote. Ahora, él las comparte con los turistas que llegan a diario a la isla más densamente poblada del mundo, en comparación con su extensión. Es un pequeño territorio artificial de casi una hectárea, en el que viven 860 personas. Un punto en el planeta con atardeceres indescriptibles, biodiversidad marina impresionante, pero con necesidades urgentes.
Al final de la calle más grande de la Isla —que no supera los 15 metros de ancho y 6 de largo— se encuentra el Pesebre Navideño que instalaron los isleños. Luis comenta que es la parte más importante y simbólica para ellos porque ahí se encuentra la Santísima Cruz de Mayo, que fue la primera que se construyó cuando llegaron los primeros habitantes hace 300 años y que da nombre a la isla.
Desde allí, también inician los ritos fúnebres cuando uno de los suyos muere en la isla y luego toman la Calle del Adiós, otro pequeño pasaje que tiene salida al mar, donde una barcaza lo espera para ser trasladado hasta el Camposanto, en la cercana isla de Tintipán.
Las casas alrededor son de una estructura simple —de bloque o madera, como el resto de las 146 viviendas que se encuentran apiñadas y albergan a las 816 personas que viven en la Isla—. De ellas, cerca de 200 forman parte de la considerada población flotante, que llega en épocas festivas. Sus primeros habitantes se instalaron sobre una plataforma de coral, con escombros y otros objetos rellenaron lo que hoy es la isla, ubicada a más de una hora y media de Cartagena de Indias.
Sus angostas calles cuentan, con arte, parte de la historia de Santa Cruz del Islote. “Este sector es Villa Pepe, a este señor que lo pintaron aquí se llamaba así y fue dueño de toda esta parte”, cuenta Luis, de 27 años, quien inició como guía turístico hace siete años. “Para mí es importante contar lo que mis abuelos me contaron, transmitirlo y que las personas que nos visiten conozcan nuestra historia”, relata.
Mural de ‘Pepe’, un antiguo isleño que vivía en Santa Cruz y uno de los sectores de la Isla lleva su nombre.
Otro mural tiene frases y dichos típicos de los isleños, como ‘vololó’: persona que le gusta el chisme; ‘ponte pila’: expresión para reclamar concentración; ‘tú verás si me cree…’; ‘ey, pa’ lante’, entre otros.
Cuatro generaciones de la familia de Luis han nacido y crecido en Santa Cruz. La población en la isla, en su mayoría, son jóvenes y niños que ocupan sus calles, corretean a los pocos perros que los acompañan o se lanzan al mar. Desde muy pequeños aprenden a encender los motores de una lancha y a conducirla; también aprenden el oficio de la pesca.
Su objetivo —al igual que otros guías locales— es mostrar la cotidianidad de la isla artificial más densamente poblada del mundo.
Escasez diversificada en la Isla
“Esta vida aquí yo no la cambiaría ni por el mismo Dubái”, dice Luis, entre risas. De fondo, el sol se sumergía lentamente en el horizonte de la isla. Una paleta de colores anaranjados cobija a sus habitantes. “Aquí no nos preocupamos de que te van a quitar el celular, la vida es relajada. No te estresa el ruido de las motos o camiones”, relata. “Esta isla es de todos los que habitan el planeta. Todos son bienvenidos”.
Los últimos rayos del sol iluminando las viviendas significan para muchos de los isleños el fin de la luz cada día. “Llevamos cuatro meses sin energía, sobre este calor y con dificultades para mantener los productos”, reclamó Luis.
Hace casi 10 años, se instalaron varios paneles solares para dotar de energía a la ínsula, tras una donación de la cooperación internacional de Japón, en agradecimiento por grabar un documental en Santa Cruz. Además, manejan un motor a gasolina que, antes de los paneles, daba a la isla de 4 a 5 horas de luz, según cuenta Luis.
Ahora, los dos sistemas están averiados. La empresa a cargo, contaron los isleños, no ha dado respuesta a los múltiples llamados para que arreglen los paneles. “Ahora nos toca estar así, esperar que se vaya el sol y quedarnos sin luz”, cuenta otro de sus habitantes, que carga un balde de agua.
Santa Cruz es parte del Archipiélago de San Bernardo, bajo jurisdicción administrativa de Cartagena de Indias. Pero para muchos isleños, la última administración los dejó en el abandono absoluto.
Sin muchas ilusiones, ahora esperan que el nuevo alcalde retome la mirada a Santa Cruz. “Muchos solo vienen a hacer campaña, prometen todo. Dicen que nos van a terminar las casas, que nos van a cumplir con esto o el otro, pero nada de eso pasa”, contó otro isleño, mientras redecoraba el marco de madera colocado para que los turistas se tomen fotografías.
El agua es lo más preciado. «Es nuestro tesoro”, contó Luis, al mostrar una edificación agrietada donde se encuentra una cisterna que recoge el agua de lluvia. Cuando está por acabarse, llaman a Cartagena para que la Armada envíe buques para rellenar nuevamente el depósito, pero su llegada puede tomar varios días.
“Estos días -entre mediados de diciembre e inicios de enero-, por ejemplo, no ha llovido y sentimos la escasez”, cuenta Miguel, otro isleño que trabaja en el transporte de turistas en el archipiélago. Mientras que a finales de octubre e inicios de noviembre deben lidiar con inundaciones constantes por la marea fuerte.
Apenas hace seis meses, cuenta Miguel, la isla pudo contar con un médico permanente, aunque los suministros son insuficientes y en emergencias deben salir en lancha hasta otra isla. Mientras que la educación ha permitido a los niños y jóvenes obtener su bachillerato. Son cerca de 200 estudiantes que llegan hasta el colegio al que acuden niños de otras islas como Múcura y Tintipán.
En Santa Cruz no hay policías, tampoco un edificio judicial donde se puedan resolver las disputas que se puedan dar entre sus habitantes. “La ley aquí en la isla son los adultos mayores. Cuando hay algún conflicto en la zona son ellos los que resuelven los problemas”, comentó.
Ahora, buscan oficializar un Consejo Comunitario que han organizado, sobre todo jóvenes como Luis y Miguel, para que su voz tenga más peso en sus reclamos ante instituciones gubernamentales.
El orgullo de ser isleño
El turismo y la pesca son su principal fuente de ingreso. La mayoría de personas trabaja en islas cercanas, en hoteles, con transporte de lanchas y otros servicios turísticos. Mientras que otros se dedican a la pesca.
Este último grupo puede participar de una iniciativa que busca la preservación de la vida marítima, principalmente.
“Llevan las tortugas, que a veces atrapan, hasta Punta Faro -en la Isla Múcura-. Allí las cambian por pollo y arroz. Allá se marcan a las tortugas para tener un registro y poder conservarlas”, contó Luis. El objetivo es evitar el consumo de tortugas o su captura para su venta. «Es como un trueque que aún mantenemos».
La isla está rodeada de un conjunto submarino de ecosistemas, con la plataforma coralina más extensa del Caribe continental colombiano. Por lo que desde 1977, se declaró como Parque Nacional Natural Corales del Rosario y de San Bernardo.
Jorge, otro isleño que descansa en una silla, acaricia a ‘Campo Elía’, un pollo apenas que se prepara para ser su gallo de peleas. “Aquí la mayoría cría gallos”, contó. La isla no tiene playa, pero muchos toman sillas y se sientan a conversar o jugar dominó por las tardes.
El sol está por ocultarse en la pequeña isla. Los turistas compran los souvenires que una familia elabora con conchas, coco y otros materiales. Luis Morelo insiste, orgulloso, que no cambiaría su isla por nada. Se mantiene optimista, pero pide atención a las necesidades históricas.
Los jóvenes de la Isla han tomado la posta de sus ancestros para reclamar por una vida digna. Son parte de una nueva generación que busca una mejor vida para los suyos: sus vecinos isleños y sus vecinos del mar. «Somos el océano», se lee en un mural de Santa Cruz del Islote.