Por: Sandra Patricia Maldonado Leal/ La llama olímpica se ha apagado, marcando el final de unos Juegos Olímpicos que, una vez más, dejan a Colombia con un sabor agridulce. Con tan solo cuatro preseas en nuestra representación, la pregunta que resuena es inevitable: ¿Por qué tan pobre la participación?
Colombia ha demostrado en el pasado que tiene potencial para destacar en el escenario deportivo internacional. Sin embargo, en esta edición de los Juegos Olímpicos, nuestros atletas no lograron alcanzar las expectativas que muchos teníamos. Mientras que países con economías y poblaciones comparables a la nuestra lograron resultados impresionantes, nuestra delegación apenas pudo sumar un puñado de preseas.
No es un secreto que el deporte en Colombia enfrenta serios desafíos. La falta de apoyo estructural a los atletas es un problema que ha sido señalado repetidamente, pero que parece no recibir la atención que merece. Mientras que en otros países los deportistas cuentan con programas excelentes de formación de élite, instalaciones e infraestructuras de última generación, y apoyo financiero y psicológico constante, en Colombia muchos deportistas deben enfrentarse a la precariedad, la falta de recursos y, en algunos casos, hasta la indiferencia por parte de las autoridades.
El deporte de alto rendimiento requiere de una inversión significativa, no solo en términos de dinero, sino también de tiempo y esfuerzo. Los atletas deben estar respaldados por un equipo multidisciplinario que les permita competir al más alto nivel. Desafortunadamente, en Colombia, este tipo de apoyo es la excepción más que la norma.
Si comparamos la participación de Colombia con la de otros países, la disparidad es clara. Naciones con sistemas deportivos bien estructurados no solo lograron más medallas, sino que también demostraron una mayor diversidad en las disciplinas en las que compitieron. Países como Japón, Australia, o Italia, que también enfrentaron desafíos con la pandemia, supieron mantenerse competitivos y obtuvieron una gran cantidad de preseas.
¿Qué tienen en común estos países? Un enfoque serio y comprometido hacia el desarrollo del deporte. Invierten en sus atletas desde la base, ofreciendo programas de formación desde edades tempranas y asegurando que el talento no solo sea identificado, sino también nutrido y desarrollado a lo largo del tiempo.
¿Y Ahora Qué? Nos preguntamos los colombianos. Pues es evidente que Colombia necesita un cambio de enfoque si quiere mejorar sus resultados en el futuro. El talento existe; eso es indudable. Pero sin un sistema que lo respalde, nuestros deportistas seguirán enfrentándose a barreras que otros deportistas no tienen que superar. Es hora de que las autoridades, las federaciones y la sociedad en general se comprometan a apoyar el deporte de manera integral. No basta con celebrar las medallas que se logran; debemos también preguntarnos qué estamos haciendo para asegurarnos de que, en futuras competiciones, el nombre de Colombia resuene con más fuerza en el medallero.
Mientras la Llama Olímpica se apaga, queda encendida la necesidad de reflexión y acción en torno al futuro del deporte colombiano. No podemos permitir que las próximas generaciones de deportistas enfrenten las mismas limitaciones que han afectado a nuestros actuales deportistas. El deporte es una herramienta poderosa para el desarrollo de un país, de unir lazos, entablar amistades sin importar el país hermano, y es nuestra responsabilidad asegurarnos de que todos nuestros deportistas tengan las oportunidades y el apoyo que merecen.
En un país donde el deporte olímpico se vive con la ilusión de algún día estar en lo más alto del podio, la realidad es otra. Para muchos jugadores colombianos, la participación olímpica no solo es una oportunidad para representar a su nación, sino también la esperanza de mejorar sus condiciones de vida y las de sus familias. El sueño de una medalla, para algunos, significa más que gloria deportiva; significa la posibilidad de un cambio de vida, a veces representado simbólicamente como el «salto a una casa» para sus familiares. Esta visión, aunque noble, refleja una profunda desigualdad y falta de apoyo sistemático que caracteriza el deporte de alto rendimiento en Colombia.
La pregunta que surge es: ¿esto es realmente lo que significa ser un deportista olímpico en Colombia?
La respuesta, lamentablemente, parece ser afirmativa. Mientras en otros países los atletas cuentan con robustos sistemas de apoyo, que incluyen desde la detección temprana de talentos hasta la financiación continua y especializada, en Colombia, el camino hacia los Juegos Olímpicos está plagado de obstáculos, muchos de los cuales son evitables con un mayor compromiso estatal.
Los resultados de estas olimpiadas son un llamado urgente a la reflexión para los entes gubernamentales. Es imperativo que se replantee el enfoque hacia el deporte, comenzando desde la base. Esto implica no solo aumentar la inversión, sino también establecer programas a largo plazo que promuevan el descubrimiento y desarrollo de talentos desde temprana edad, así como una mayor coordinación entre las instituciones educativas, deportivas y gubernamentales.
Colombia tiene el talento y la pasión necesarios para brillar en el escenario olímpico, pero para lograrlo, es fundamental que se les brinde a nuestros deportistas el apoyo que merecen. No podemos seguir dependiendo de la ilusión, del conformismo, y la suerte; es hora de que el Estado asuma su responsabilidad y cree las condiciones necesarias para que nuestros atletas puedan competir en igualdad de condiciones y, eventualmente, convertir ese sueño de una medalla en una realidad que beneficie a toda la nación.
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*Administradora de empresas, especialista en Gerencia de Mercadeo, especialista en Docencia Universitaria, magister en Gestión Pública y de Gobierno, candidata a Doctora en Administración Gerencial.