Por: Javier Quintero Rodríguez/ “El poder de compra real y efectivo ganado que se obtuvo en Colombia en 2023 fue de casi 7 puntos” concluyó el ministro de hacienda una vez se conoció el dato de inflación del año en mención. El salario mínimo definido hace un año había aumentado 16% y la inflación de cierre de año fue 9,28%. Desde el presidente hasta el más raso bodeguero inflaron su pecho por haber logrado “el mayor incremento del salario mínimo real de la historia” y alistaron sus espaldas para recibir palmadas de gloria. Entre tanto, el expresidente Duque reclamaba sus créditos ya que había sido su gobierno el que había hecho el mayor aumento del salario mínimo real con el último dato de inflación disponible. Un detalle técnico en el que ambos tenían razón porque ambos habían subido el salario mínimo en porcentajes históricos. Lo que no parecen saber es que lo hicieron en detrimento de los más necesitados.
Según la Organización Internacional del Trabajo, OIT, la razón de ser del salario mínimo es “proteger a los trabajadores contra el pago de remuneraciones indebidamente bajas”. En ese orden de ideas, si el salario mínimo es lo mínimo que se debe ganar un trabajador en Colombia, quiere decir que este es el ingreso de las personas más pobres. En consecuencia, mientras más aumenta el salario mínimo, los pobres obtienen un mayor alivio para su situación precaria. Además, causa un efecto redistributivo que consiste en exigir en una justa medida a esas prósperas empresas, para que lo reciban los más pobres, o como continúa señalando la OIT: “ayudar a garantizar que todos se beneficien de una justa distribución de los frutos del progreso”. Por eso, si todo sube 9% pero el pobre recibe 16% más, esa diferencia es la ganancia del más necesitado. Al fin y al cabo, el salario mínimo en Colombia es demasiado bajo porque, si bien puede impedir que las personas experimenten hambre, es difícil imaginar que con este una familia pueda pagar un arriendo, hacer un mercado, transportarse, mantener y educar a sus hijos.
El párrafo anterior tiene un porcentaje de cierto, pero otro muy grande de falacia y otra cuota de espejismo. Quisiera intentar explicar por qué, empezando por otra frase del OIT que señala: “que se pague un salario mínimo vital a todos quienes tengan empleo y necesiten esta clase de protección”. Desmenucémosla: Aunque no hay una definición exacta sobre los límites de lo vital en el salario mínimo, estos podrían interpretarse como lo mínimo para subsistir, sin que signifique el logro de una satisfacción mayúscula ni el aseguramiento del progreso familiar. La segunda parte de la frase es una de las claves de toda esta trama, puesto que pareciera partir de la premisa de que existe pleno empleo y deja muy claro que excluye a quienes están fuera del mercado: los informales, que en Colombia superan el 55% de la fuerza laboral.
Hay una diferenciación indispensable para entender este asunto y es entre el ser y el deber ser, o lo ideal y lo real. ¿Cómo debería ser nuestro mercado laboral? Con un desempleo al mínimo, reducido al desempleo friccional, que normalmente no supera el 3%. Debería ser un mercado de alta productividad y por consiguiente de salarios promedio dos o tres veces más altos que los actuales y con una varianza mucho menor, es decir menos desigualdad. En un escenario así, el salario mínimo podría ser el doble del actual o perfectamente podría no existir por ser innecesario, como sucede en varios países europeos, por ejemplo.
Ahora vayamos a lo posible, lo real, que casi siempre representa caminos sinuosos, largos y con obstáculos, pero, sobre todo, que retan la intuición. Estudios recientes del Banco de la República muestran que el aumento en el salario mínimo aumenta la destrucción del empleo, reduce la creación de este, aumenta los despidos, reduce la contratación e incrementa la rotación laboral. Las estimaciones aterrizan en que aumentos del salario mínimo real en 1% aumentan el desempleo en la misma proporción. Siendo así, para 2024 estaríamos hablando de un aumento del desempleo en 7%, una barbaridad. Así mismo, concluyen estos estudios que “ante un incremento del salario mínimo, las empresas disminuyen el empleo formal no calificado, y en un esfuerzo por reducir sus costos de producción, incrementan el uso de maquinaria y equipo (automatización), así como de trabajadores informales”.
Dicho de otra manera, el aumento en el salario mínimo aumenta el desempleo de los trabajadores de menores ingresos, arrastrándolos a la informalidad de manera permanente. Recordemos que el 97% de las empresas formales en Colombia son pequeñas o son microempresas, con dos o tres empleados. Encarecer los costos laborales obliga a las empresas a reducir sus nóminas, a contratar informalmente o las puede llevar al cese de operaciones. Esta mala situación de las empresas termina por empeorar la situación de los trabajadores vía informalidad y desempleo.
¿Quiere esto decir que el salario mínimo en Colombia es demasiado alto? Recordemos que debiera ser mucho más alto pero la realidad nos muestra que los salarios son, al fin y al cabo, precios que no se pueden simplemente decretar. Usando la razón de Kaitz, indicador que compara el salario mediano con el salario mínimo, encontramos a Colombia con cerca de 90% muy lejos de la mediana de la OCDE (nuestro punto de referencia), con 50%. Esto quiere decir que, si estuviéramos en ese nivel, el salario mínimo actual no debería superar los 800.000 pesos, o que nuestro nivel general de salarios debería ser casi el doble del actual.
Es natural que, a pesar de entender esta realidad, permanezca la preocupación por el ingreso de las personas más necesitadas, pero justamente es en esto en lo que falla el salario mínimo. Noventa (90) de cada cien (100) personas económicamente activas en Colombia, están trabajando y diez (10) están desempleados. De estas noventa (90), cincuenta (50) trabajan en la informalidad, desprotegidas de la seguridad social y solo cuatro (4) ganan el salario mínimo mientras treinta y cinco (35) ganan un valor inferior a este. Sumemos los desempleados con quienes ganan un valor inferior al mínimo para concluir que casi la mitad de la población que puede y necesita trabajar, o está desempleada, o gana menos de un salario mínimo, en la informalidad. Esta es, realmente, la mitad más necesitada de Colombia.
Cuando el ministro asegura que gracias al salario mínimo el poder de compra real aumentó 7 puntos porcentuales, sobre todo para los más pobres, está exponiendo una falsedad. Como hemos explicado, la situación mejoró para esa minoría del salario mínimo y empeoró para la mitad del país, los más pobres, desempleados e informales.
Esperemos que llegue el día en que un presidente de la nación y su equipo paren de ignorar el probado dilema existente entre salario mínimo y desempleo e informalidad. Aceptarlo es indispensable para que se enfoquen debidamente las políticas públicas y se ponga freno a su aumento exagerado. De la mayor relevancia es entender que el salario mínimo es un arma de doble filo que, si bien evita abusos de una fuerza trabajadora necesitada, en un nivel muy alto como el actual, aumenta la exclusión al mercado laboral, causando más daños que beneficios. A ese presidente que actúe con responsabilidad y evite el populismo con el aumento del salario mínimo, le reconoceremos los resultados en las estadísticas que verdaderamente benefician a la población más necesitada como la reducción de la pobreza gracias a un menor desempleo y una reducción de la informalidad.
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*Economista, MBA.
Twitter: @javierquinteror
Javier, excelente escrito, felicitaciones