Por: José Eduardo Bolaños Celis/ “Ser muy fuerte para darle a tu adversario. Mucho más fuerte cuando tengas que recibir…”
Con la publicación de «El príncipe», Nicolás Maquiavelo dejó en claro los aspectos en los que un gobernante debe ser o, al menos, parecer. El don de gente, el talante orientado a las buenas maneras de conducirse en público ante sus súbditos, uno de ellos.
Por ello, el ver a un alcalde desencajado expresándose con un lenguaje procaz, colérico y haciendo uso de la violencia en su afán de restituir el honor es algo que deja mucho que desear de aquellos llamados a ser ejemplo social y portaestandarte de lo excelso en el comportamiento humano.
Las razones que tuvo el alcalde de Bucaramanga para protagonizar tal desaguisado mediático eso es otra cosa. Válidas o no, ninguna lo justifica para tal desmesura en su reacción ante el concejal.
Pésima señal para los ciudadanos: Los daños contra el honor familiar mancillado se restituyen mediante la expresión vulgar y el ejercicio de la fuerza. En síntesis, toda afrenta se cobra por propia mano. Eso, como tal, en principio, nada tiene que ver con su rol de paladín de la lucha contra la corrupción que, en sus palabras, carcome a la ciudad de Bucaramanga.
Lo que deja en ‘Claro’ el vídeo expuesto es que a Rodolfo Hernández le tocaron por la vía de la dialéctica verbal de la política al ‘ hijito’ y este desenfundó lo peor y más salvaje de su instintividad. No olvidar, sin embargo, que eso mismo ha hecho él no pocas veces contra sus contradictores y, hasta ahora, nadie le tocó sus venerables canas; así estas las tenga pintadas.
La violencia en cualquiera de sus manifestaciones nunca fue ni será la vía propicia para dirimir una contradicción y menos para alcanzar un ideal.
La rispidez con que suelta la lengua contra sus adversarios políticos, este alcalde debe acompañarla también con una coraza de mesura que le proteja y le contenga cuando a él le devuelvan sus ataques y mandobles verbales.
Eso hace parte del código no escrito que debe observar todo aquel que ejerza la actividad política y mediante ella se haga del poder público.
Su desafío y enfrentamiento contra los vicios y mañas de los políticos de su entorno es sujeto de admiración y plausible. Que salga «porcelanita» ya no tanto.
Si Rodolfo Hernández quiere servir a sus conciudadanos- aspecto loable- pero no sabe medirse ni contenerse en sus reacciones emocionales, entonces la actividad política no es lo suyo; existen otras esferas del servicio social menos agresivas y no tan provocadoras.
En tal sentido, las Damas Grises o los Caballeros de María esperan por él.
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